Dicen que hacerse adulto es asumir que nunca leerás En busca del tiempo perdido. Entero, cuando menos. Todo el mundo que lo ha intentado alguna vez, sabe que avanzar por las páginas de la obra maestra de Marcel Proust es como prepararse para correr un maratón: la certeza de que sólo te estás ejercitando para volver a ponerte el día indicado, aquella carrera de fondo que nunca llega, es atronadora. Nunca cierras Por el camino de Swann con un punto de libro dentro, porque sabes que la próxima vez que lo cojas, empezarás —otra vez— por la primera página.

Como todo aquello importante a la vida, a Marcel Proust se lo tiene que tratar con logística militar

Como todo aquello importante a la vida, a Marcel Proust se lo tiene que tratar con logística militar. Yo tengo ejemplares de La Recherche derramados por todos los rincones posibles, porque nunca sabes cuándo será un momento idóneo para volver. En la casa de veraneo de mis suegros, tengo Por el camino de Swann traducido por Vidal Alcover. En casa la madre, A la sombra de las muchachas en flor traducido por Valèria Gaillard. A la app de la Biblioteca, también tengo una repisa ocupada por el primer volumen de En busca del tiempo perdido; camino de la Fundación Vila Casas, accedo a la app.

En una pantalla resquebrajada, leo: "Mi único consuelo, cuando subía a dormir, era que la mamá vendría a darme un beso cuando fuera a la cama", me entra notificación de WhatsApp. "Pero aquellos besos de buenas noches duraban tan poco, la mamá volvía a bajar tan deprisa, que cuando la oía subir", dring de Gmail, "y percibía por el pasillo de doble puerta el roce ligero de su vestido de jardín de muselina azul de donde colgaban delgaduchos cordones de paja trenzada, me era", un mensaje de Telegram, "doloroso". Hoy tampoco hay manera.

Pongo el modo avión, salgo del metro y voy a la Fundación Vila Casas.

Autor: Luis Marsans / Foto: Pablo Román

El tiempo nunca es perdido

Aprovechando la efeméride del centenario de la muerte de Marcel Proust, los Espacios Volart de la Fundación Vila Casas acogen De Proust en Marsans, en busca del tiempo perdido. La exposición serpentea por los pasillos del museo, centrándose en la obra literaria del francés y satelizando a Luis Marsans, un artista barcelonés que dedicó buena parte de su obra a reimaginar En busca del tiempo perdido de forma libre, intuitiva, muchas veces velada, y de quien Fundación Vila Casas nos ofrece 139 obras de pequeño formato.

La exposición se centra en la obra literaria de Marcel Proust, satelizando Luis Marsans

La exposición abre fuego con una introducción al universo proustiano: artefactos epistolares, citas de La Recherche y nodos con otros productos artísticos nos dan la bienvenida en De Proust en Marsans. Los fans fatales podrán mojar pan: una vitrina protege desde unas galeradas corregidas por el autor, hasta un facsímil de El mundo de Guermantes. En el centro, la letra escrita: "La vida verdadera, la vida finalmente descubrimiento y aclaración, la única vida por lo tanto realmente vivida", nos recuerda Proust desde las paredes del museo, "es la literatura".

En este primer movimiento, la selección también incluye obras pictóricas de artistas contemporáneos a Proust, como Alfred Stevens o Édouard Vuillard. La relación del escritor con el compositor Reynaldo Hahn se manifiesta, en De Proust en Marsans, en forma de las partituras para piano que Hahn trenzó inspirándose en poemas del francés. Para acabar, la fascinación de Proust por los ballets rusos se pone de manifiesto en una carta que el escritor envió al autor del ballet Parade, Jean Cocteau, y que a la exposición aparece transcrita.

Autor: Luis Marsans / Foto: Pablo Román

Luis Marsans, una búsqueda a golpe de tinta

Y llegamos a Luis Marsans, el corazón de la exposición. El pintor barcelonés, en cuya obra podemos encontrar trazas de artistas como Cézanne y Duchamp, vio su carrera dulcemente alterada por la lectura de La Recherche. El primer rastro del influjo de Proust sobre el pincel de Marsans se hizo público cuando el artista presentó su primera serie inspirada en el universo literario poustiano a la galería Trece de Barcelona, en 1972, y en el Musée Balzac de París, en 1982. Desde entonces, la imagineria de Marsans nunca se libró de esta simbiosis.

La obra de Marsans evoca sin ponderar, seduce sin enzarzarse

En palabras de los comisarios de De Proust en Marsans, el pintor "no se propone releer de manera sistemática el mundo de La Recherche ni quiere revisitar las escenas más memorables", observación Àlex Susana, "sino que más bien rescata a sus personajes liberados de la tiranía del tiempo narrativo talmente como lo haría un acuarelista chino". Para Glòria Farrés, las pinturas de Marsans "tienen el mérito de ser, más que una traducción en imágenes, una recreación de la atmósfera elegante y decadente proustiana".

Marsans grapa a la burguesía francesa del final del XIX para reducirla a las manchas negras de un test de Rorschach: ver, en ellas, la cosmogonía de En busca del tiempo perdido es una posibilidad, pero no la única. La obra de Marsans evoca sin ponderar, seduce sin enzarzarse. Los bombines, las pamelas, los bastones son, en estos personajes retratados por el artista, una coraza inservible contra un espacio en blanco, el del folio, que los asedia por todas partes. Como el tiempo, robado a golpe de agujas de reloj.

Autor: Luis Marsans / Foto: Pablo Román

Gaziel, Pla y los amigos catalanes de Proust

De Proust en Marsans cierra con las manifestaciones de su fanbase catalana, estructurada fundamentalmente en dos núcleos: la Biblioteca Proustiana Ferran Apresuro, una de las colecciones privadas de Proust más hambrientas; y la Sociedad Catalana de Amigos de Marcel Proust, una entidad sin ánimo de lucro de creación más reciente, y con la difusión de proustianisme como hoja de ruta. La auténtica guinda del pastel, sin embargo, son dos recortes de diarios con Marcel Proust ya traspasado. Les firman, respectivamente, Gaziel y Josep Pla.

La guinda del pastel de la exposición son dos recortes de diarios firmados por Gaziel y Josep Pla

"El estilo de Proust", escribe Gaziel, “no es como una fuente límpida y cristalina; és, más bien, como un denso y cargado licor, un líquido pastoso, lleno de especias y de reminiscencias de sutiles aromas. No ayuda a digerir, sino que por el contrario necesitáis más esfuerzo para digerirlo”. El símil gastronómico continúa al texto de Pla, donde el habitante de Palafrugell escribe sobre La Recherche: "A medida que se va leyendo aumenta el interés, de la misma manera que a medida que se va comiendo, el apetito crece".

El objetivo de De Proust en Marsans es precisamente este: hacer venir hambre de Sodoma y Gomorra, de La prisionera, de Albertine desaparecida, de El tiempo recobrado. Y hace el hecho, porque salgo de la Fundación Vila Casas, voy al metro, desactivo el modo avión. "Me llevé a los labios una cucharada de té donde había dejado que se ablandara un trozo de magdalena", leo, en una pantalla resquebrajada, "de golpe ha aparecido el recuerdo". La megafonía del metro dice que la próxima parada es 'Cataluña'. Yo, sin embargo, escucho 'Combray'.