En todas las mitologías de la humanidad, el nacimiento de algo especial está marcado por una aparición análoga en la naturaleza, ya sea la estrella de Belén para el cristianismo, el unicornio de Confucio, un sueño profético en el caso de Alejandro Magno o el OVNI surcando los cielos mississippianos que presagió el nacimiento de Elvis y el rocanrol. Y siempre, aún siendo las coyunturas tan improbables como las mentadas, pasaba casualmente por allí un exégeta, un “correveidile vocacional” (así se refería a sí mismo el sujeto a cuya memoria este texto pretende honrar) dispuesto a anunciarle al mundo la buena nueva. Así, el mito fundacional de lo que se dio en llamar “comic (o comix) underground catalán (y estatal)” se explica con la siguiente historieta (nunca mejor dicho):

Una tarde de otoño de 1973, y en el Café de la Ópera, el de las Ramblas, los hermanos Farriol (Miquel y Pepichek) presentan a Nazario y Javier Mariscal, ambos recién llegados a la ciudad. Sevillano y valenciano se enseñan el uno al otro las respectivas carpetas, colmadas de trabajos recientes. Viñetas que desafían el legado del Capitán Trueno y demás jabatos del tebeo aborígen, acercándose a lo que vienen dibujando, al otro lado del charco y desde hace sólo un quinquenio, autores inéditos como Robert Crumb, Gilbert Shelton o Victor Moscoso. Los cuatro asistentes al contubernio, tras las copas de rigor, pasarían a fundar el núcleo duro de El Rrollo Enmascarado, la precursora de las revistas autoeditadas y el primer fanzine comiquero de este país del que se tiene constancia.

Qué duda cabe de que Onliyú estuvo en “el cogollo del meollo del bollo” (en palabras del propio Josemi, parafraseando al “brillante lameculos” Francisco Umbral)

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Memorias del underground barcelonés / Foto: Glénat.

José Miguel González Marcén (Madrid, 1952 – Barcelona, 12 de noviembre del 2024), Josemi para los amigos, alias Onliyú, fue el apóstol del subsuelo encargado de transcribir la adulterada anécdota a través de sus memorias, Onliyú. Memorias del underground barcelonés (Glénat, 2005). Y digo adulterada porque, a pocas páginas de distancia, él mismo la desmintió llamada a Nazario mediante: “la cita iniciática en el Café de la Ópera nunca existió. [Nazario] ya conocía a Xavi desde antes. […] Nazario había trabado amistad con un chico valenciano en el barco de vuelta de Ibiza. Luego, le había perdido la pista hasta que una noche se lo volvió a encontrar en el London. El chico en cuestión conocía a su vez a una gente que vivía en un piso del Eixample. Eran músicos y habían formado un grupo, Música Dispersa (Cachas, Selene, Sisa…) pero también tenían apalancado en casa a un tipo, un tal Mariscal, que, como Nazario, dibujaba tebeos. Así que se lo presentó”. Sea como fuere, y como suele ocurrir con los más célebres glosadores, Onliyú no se atribuye en su propio libro ninguna responsabilidad en la concepción de la criatura. De hecho, en estos anales de la contracultura patria, cuesta encontrar algún pasaje en el que Only hable de su propia vida, de su ortega-y-gassetiano “yo y mis circunstancias”, de sus sensaciones y sentimientos, vaya (al margen de algún “subidón” de tripi y el consiguiente “bajón” de la resaca). Esto, más que una sorpresa, es una constatación más de la escasa educación sentimental que tradicionalmente hemos tenido los varones, todavía menos los de su generación. Quizá también de su sana falta de egolatría, consecuencia quizá de haber escrito historias y no haberlas dibujado. Pues qué duda cabe de que Onliyú estuvo en “el cogollo del meollo del bollo” (en palabras del propio Josemi, parafraseando al “brillante lameculos” Francisco Umbral), y deja tras de sí un enorme legado como referente del cómic underground (y del cómic a secas) nacional, sobretodo como redactor, guionista y alma de la revista El Víbora en su época dorada (dejo a un lado trabajos posteriores, así como aportaciones a la dramaturgia, la narrativa y la docencia).

Como a la mayoría de la gente le pasa en este país, los underground no quisieron ser así, los hicieron así

Bueno, algo personal sí que cuenta, y es que el gusto por explicar historias, antes que por Henry James, Chejof o Gombrowicz (o Spain Rodríguez, Vaughn Bodé o Clay Wilson), le vino de su tío-abuelo Amador. Lo de que estas historias se relegaran al underground ya sería un sambenito, pues, como apuntó en el prólogo de Antología española del comix undeground (Ed. La Cúpula, 1981), “como tantos otros conceptos en este campo, lo underground es un invento yanki (sic) que pierde su sentido original al verse trasvasado a las coordenadas españolas. Quizá allá lejos, olvidarse de la legalidad editorial, de los cauces ‘normales’, haya sido en los años sesenta y setenta una opción meditada, revulsiva y hasta militante. Aquí […] no obedeció a ningún tipo de decisión premeditada, sino a la mera asunción de un triste hecho: nadie quería los dibujos de estos chicos. Como a la mayoría de la gente le pasa en este país, los underground no quisieron ser así, los hicieron así.”

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Onliyú en una foto reciente

El designio

El primer recuerdo de El Víbora que guarda el abajo firmante se remonta a los 9 o 10 tiernos años de edad. Al día en que su yaya, para entretenerlo y que no diera por culo, le plantó ante las narices la colección de la revista para adultos que atesoraban sus dos tíos. Pueden imaginar el pasmo y la detonación craneal de ese niño devorador de spidermans, asterix, mortadelos y pulgarcitos ante el gráfico desfile de pollas, en su amplio catálogo de formas, colores, varicosidades y estados de turgencia, dibujadas por Nazario en Anarcoma; amén de las series escritas por Onliyú, como La edad contemporánea (dibujada por Martí) o Un día, Nasrudín… (Carratalá), ninguna de ellas apta para un cerebro infantil en formación (o sí). Quién iba a decirle a ese niño flipado que, muchos años después, y tras comprar la revista desde mediados de los 90 hasta su desaparición, tendría la oportunidad de entablar cierta amistad con algunos de aquellos dibujantes y de conocer —muy brevemente— a su redactor jefe (a quien, en aquel momento de puro desconcierto inicial, por supuesto, todavía no le ponía nombre). La oportunidad se la brindó la presentación este año del tebeo de Javier Pérez Andújar y Laura Pérez Vernetti, El designio (Autsaider Cómics, 2024), en la que este articulista, además conducir la ceremonia, tuvo la oportunidad de intercambiar unas breves palabras con el célebre guionista. Así que a los autores de esta obra acudo para preguntarles sobre su relación con Onliyú.

Onliyú ha demostrado que se puede hacer lo imposible desde el extremo más radical sin perder la compostura, sin renunciar a la cultura y sin perder los principios

“Cuando salió El Víbora y leí sus historias, me quedé flipadísimo con los editoriales. Rezumaban literatura”, me cuenta Pérez Andújar. “Dentro de una revista de contracultura, desprendía una cultura inaudita, inesperada. Era un hombre muy culto. Y todos sus referentes y su ironía estaban cerca de Thomas de Quincey, de Oscar Wilde… hablaba de cultura desde la contracultura, y eso era muy cool, muy chulo, y también muy provocador porque era como robarle el fuego a los dioses, como Prometeo. Me fascinaba y quería ser como él. Luego, con el tiempo, durante el primer año de carrera, en la universidad, convencimos al profe de Introducción a la lingüística para hacer unos debates sobre lenguaje y argot. Y entre el grupo que lo convencimos estaba yo, que en realidad lo que quería era simplemente que viniera Onliyú a darnos una charla. Y vinieron él, Gallardo y creo que Mediavilla también, y fue un disparate, nos meamos de la risa, fueron geniales. Luego nos fuimos a tomar unas cañas y, claro, se las tomaron todas ellos… Lo admiré, pero no lo conocí personalmente hasta después de mucho tiempo, hará sólo unos 10 años. Y allí ya hubo un flechazo porque nos reconocimos mutuamente, entendimos que nos gustaban las mismas cosas, y para mi fue alucinante…”

Laura toma ahora la palabra: “Onliyú para mi fue capital, porque yo era muy jovencita cuando entré en El Víbora, tenía 22 años, y además era tímida. Él tenía unos 10 años más que yo, y me trató con mucho cariño, me ofreció unos guiones geniales y creyó que yo podía mezclar, como hacía él, el underground con la cultura, y me hizo una serie sobre Marcel Schwob (Las vidas imaginarias de Schwob), siempre con un humor muy personal, muy particular, y para mi, como autora, que alguien con ese talento me apoyara, fue definitivo. Onliyú no era un guionista cualquiera. Era el redactor de El Víbora, además en una época en la que fue tan importante, cuando pasó de ser una pequeña revista marginal a ser apoyada por toda una generación. Y la apoyaron porque toda una generación se reconoció en sus guiones y personajes. Onilyú representó la ideología de todos nosotros y el gusto artístico y comiquero que nos ha definido. El humor y la personalidad de Onliyú, lo que él reivindicaba del cómic, forma parte de nuestra cultura y de nuestra identidad como creadores, y no sólo para historietistas, porque El Víbora lo leía todo el mundo”. Y Andújar remata la faena: “Onliyú ha demostrado que se puede hacer lo imposible desde el extremo más radical sin perder la compostura, sin renunciar a la cultura y sin perder los principios. Solo se pierde la guerra, pero, mientras la estás haciendo, es lo más divertido del mundo”. Y a este articulista, en un guiño al título del último capítulo de sus memorias, solo le cabe añadir: ¡de puta madre, Only!