Barcelona, 11 de enero de 1639. La Generalitat, presidida por Pau Claris, declaraba ilegal la pragmática real hispánica que pretendía establecer un riguroso control sobre los "súbditos del rey francés" que residían en Catalunya. Las monarquías hispánica y francesa estaban inmersas en una guerra (1635-1659) para dirimir el liderazgo continental. Y la cancillería de Madrid consideraba la numerosa colonia francesa residente en Catalunya como un colectivo de quintacolumnistas al servicio del enemigo. Aquella no era la primera desautorización catalana a las imposiciones de la monarquía hispánica. Tan solo dos días antes la Generalitat había declarado ilegal una leva forzosa por razones obvias: Catalunya estaba inmersa en una crisis social y económica descomunal, en buena parte provocada por la misma guerra, y la mano de obra disponible era indispensable no tanto para enderezar el país como para atenuar su caída. Pero ¿y los "súbditos del rey francés"? ¿Qué papel tenían en aquella sociedad y qué pretensiones ocultaba aquella pragmática que mereció la oposición de la Generalitat?
Uno de los grandes fenómenos que en Catalunya explican el tránsito de una sociedad medieval a una moderna (siglos XVI y XVII) es la inmigración occitana de las últimas décadas de la centuria de 1500 y de las primeras de 1600. En aquella época, Occitania era un conglomerado de dominios semiindependientes, situados poco más o menos entre el Loira en el norte y los Pirineos en el sur, que formaban parte del edificio político de la monarquía francesa. Los actores más destacados de aquel escenario eran Provenza, Languedoc, Rodara, Auvernia, Limoges, Perigord y Guiena. Y, al inicio de las mal llamadas guerras de religión francesas (1562-1598), era la región más rica de la corona francesa y una de las más prósperas de Europa. Aquel conflicto, que no era más que una brutal guerra entre las oligarquías de la corona por el control del trono de París, sería, precisamente, la causa del derrumbe económico y demográfico de Occitania. La causa de una mortandad espantosa y de una emigración colosal, principalmente hacia Catalunya.
Los primeros movimientos (1520-1562) no corresponden estrictamente a la categoría de fenómeno migratorio. Se trataba de grupos muy numerosos de jornaleros agrarios temporeros que se desplazaban a Catalunya para la siega y para la vendimia. Aquellos pioneros fueron los creadores de un camino que, regular y periódicamente, conectaría Catalunya y Occitania. La primera oleada migratoria (1562-1598), coincidiendo con la guerra, tomó el camino de aquellos pioneros. Aquella masa de inmigrantes —formada por hombres solos o, en algunos casos, por parejas— pasaría a ocupar, como ha sucedido por todas partes con este tipo de fenómenos, el estrato social y económico más bajo de la sociedad catalana. Las fuentes revelan que se establecieron principalmente en torno a Barcelona y en la Catalunya central. En la capital catalana pasarían a engrosar la masa laboral de los estibadores portuarios y de los criados de las clases menestrales. Y en el interior del país, sobre todo en el territorio de las diócesis de Girona, Vic y Solsona, la de los jornaleros agrarios de las grandes masías.
En cambio, la segunda oleada inmigratoria (1598-1635) tuvo un perfil diferente. El mal denominado conflicto confesional francés se había acabado. El primer Borbón francés, jefe de una de las facciones protestantes, había alcanzado el trono después de renegar públicamente de su confesión con la famosa frase "París bien vale una misa", que confirma que la cuestión religiosa solo era un pretexto. Pero Occitania, sobre todo las zonas más ricas y dinámicas, había quedado devastada. El mito actual del Midi pobre y retrasado se empieza a escribir después de las guerras religiosas. En las primeras décadas de la centuria de 1600, las fuentes revelan que aquella inmigración estaba formada por familias que muchas veces llevaban en su carro una máquina de tejer o planchas de imprenta, por poner dos ejemplos. Aquella oleada se establecería, fundamentalmente, en las comarcas de Barcelona, Mataró y Reus, que, reveladoramente, un siglo y medio más tarde serían, las plazas pioneras de la revolución industrial en Catalunya.
La Barcelona de los años inmediatamente precedentes a la Revolución de los Segadores (1640) ya era una ciudad con un perfil cosmopolita. Los occitanos eran el colectivo de origen forastero mayoritario, si bien los descendientes de la primera oleada (1585-1592) se habían mezclado con la población autóctona y habían perdido la condición de "francés", de "súbdito del rey francés" o de "natural de la diócesis de Auch, de Sant Flor, de Tarba, etc., con la que se había identificado a la primera generación y, en ocasiones, también a la segunda: "hijo de franceses". Cuando menos en las zonas rurales. En cambio, los occitanos de la última remesa antes de la Revolución de los Segadores (1640), a diferencia de los primeros, no habían tenido tiempo material de mezclarse con la población autóctona. Y con los napolitanos, sicilianos, aragoneses, castellanos, neerlandeses e ingleses, grupos también de una inmigración entonces reciente, formaban los colectivos "strangers", tal como les identifica la documentación de la época.
Decir que las autoridades catalanas no se habían fijado especialmente en los occitanos desde el inicio del fenómeno inmigratorio sería mentir. Las matrículas de franceses muestran que, bien entrada la centuria de 1600, en Barcelona representaban entre el 10% y el 15% de la población; en la Catalunya central, entre el 10% y el 30%, y en algunos pueblos del Maresme y del Baix Llobregat rayaban el 50%. Desde un buen principio, el estamento eclesiástico había seguido sus movimientos, con la sospecha de que podían ser difusores de las confesiones reformistas, pero nunca se había dictado ninguna ley que pusiera en riesgo su arraigo. Y los occitanos de la última remesa no tan solo representaban un colectivo demográficamente importante, sino que también eran uno de los motores económicos del país. En efecto, serían los promotores de un cambio de cultura económica que transportaría Catalunya a un escenario mercantil: las fuentes documentales los sitúan, muchas veces, como maestros de taller, hostaleros o negociantes.
Según el Dietari de la Generalitat, la pragmática real decía, textualmente, que el rey hispánico Felipe IV "prohibeix, veda y mana que ningun francès estiga ni habite en dits Principat y comtats [del Rosselló i de la Cerdanya] sens licència de sa excel·lència dada y concedida per scrits, y que dits francesos estigan obligats precissament dins deu dies naturals, comtadors del die de la publicació de dita crida, a demanar licència per viurer y habitar, ells y llur familia ab sas hasiendas, en dits Principat y comtats, per a que vista sa demanda se·ls donés y concedesca dita licència per lo temps que aparexerà, sots pena de sinch anys de galera". Basta sumergirse en el contexto de la época para entender que aquella pragmática representaba una verdadera amenaza para el colectivo occitano en Catalunya. La monarquía hispánica tenía una larga experiencia en la limpieza política, cultural y étnica que iba mucho más allá de la expulsión de las minorías judía (1492) y morisca (1609).
El riesgo de que aquella operación se convirtiera en el inicio de una expulsión, que era lo que se temían las autoridades catalanas, se confirma cuando se constata que la monarquía hispánica no dictó ninguna medida de control sobre los colectivos inglés o neerlandés, súbditos de las potencias aliadas de la corona francesa y, por consiguiente, enemigas declaradas de la monarquía hispánica. Si consideramos que ingleses y neerlandeses procedían del mundo protestante, radicalmente opuesto a la ideología católica de la monarquía hispánica, se explica la reacción de las autoridades catalanas: "Als francesos que fa un any y un dia que habitan en Barcelona [...] són tinguts per ciutadans, comforme lo capítol 53 del Recognoverunt Proceres en lo 2o volum de las constitucions, títol. ‘De las consuetuts de Barcelona’, y los que a manco temps que habitan ab ànimo de constituir en ella son domicili, també són tinguts per ciutadans [...]. Y per ço, los senyors deputats, per rahó de sosofficis, ten-ne obligació de opposar-se a dita crida y a las contrafaccions de aquella resultant".