Colores grisáceos, hormigón, estética preindustrial y el cemento brillando por una austeridad que roza lo vulgar, pero que permite entrever la esencia más primitiva de los materiales. Esta sería la sensación de un transeúnte al ojear un edificio brutalista, como se llama la corriente arquitectónica que ha ganado protagonismo con The Brutalist, la película de Brady Corbet ganadora de tres Oscars —optaba a 10, entre ellos mejor película— que ha vuelto a encumbrar a Adrien Brody con la estatuilla como mejor actor dos décadas después de ganarla por El pianista. También se ha llevado la mejor banda sonora y la mejor fotografía, y no es de extrañar, y es que hace un retrato idóneo de la crudeza de los materiales que caracteriza la brutalidad de este estilo de arquitectura.

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En la película, Brody interpreta a un arquitecto húngaro y judío (László Toth) que emigra a Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial y el drama del Holocausto, dejando allí a su mujer y su sobrina. Al llegar empalma varios trabajos, hasta que le surge una oportunidad que no puede rechazar: construir un complejo de hormigón para un rico magnate (Harrison Lee Van Buren, interpretado por el nominado Guy Pearce). La cinta está rodada en Vistavision, una técnica olvidada durante décadas, y tiene una duración de 215 minutos, que en los cines se supera con un intermedio de 10 minutos. 

Frame de la película, protagonizada por Adrien Brody y dirigida por Brady Corbet.

Pero vayamos al edificio que construye el arquitecto interpretado por el actor neoyorkino, dominado por el cemento y los bloques minimalistas, sin ornamentos ni decoraciones excesivas. La arquitectura brutalista surgió en la década de 1950 en el Reino Unido como técnica utilizada en los proyectos de reconstrucción de la era de la posguerra, sobre todo en el diseño de viviendas sociales y de bajo costo influenciadas por los principios socialistas. Se trata de edificios que muestran los materiales y los elementos estructurales totalmente desnudos. El hormigón, el cemento o el ladrillo suelen ser los materiales más utilizados en las construcciones brutalistas, sin pintar para que puedan verse en su pura esencia. Además, las formas de tales edificios suelen ser angulares y geométricas, por lo que también se ha utilizado para construir edificios institucionales como bibliotecas, ayuntamientos o universidades.

​Que la película coja el nombre de este estilo no es casualidad, sino que el brutalismo pasa a ser un personaje más, por haber nacido de la necesidad de reconstruir las ciudades devastadas por el conflicto bélico y apostar por los edificios económicos, sin pretensiones estéticas y más funcionales y resistentes. El arquitecto sueco Le Corbusier fue su máximo impulsor y sentó las bases del movimiento; desarrolló el Unitè d'Habitation en Marsella, un concepto de tipología residencial que sentó las bases de varios conjuntos de viviendas diseñadas en toda Europa utilizando la pureza del hormigón. De hecho, la palabra brutalismo proviene del término francés béton brut hormigón crudo—, y fue adoptada por el crítico británico Reyner Banham para describir esta arquitectura sobria.

Pero la austeridad no está reñida con la personalidad, y es que las estructuras del brutalismo también transmiten sensación de fortaleza y solidez al jugar con los volúmenes geométricos, la luz y la sombra. De este modo, de la importancia de su funcionalidad en tiempos oscuros pasó a ser vista como un tipo de arquitectura sincera y moral, que se muestra tal y como es y sin ningún tipo de adorno, y que viajó por todo el mundo con grandes edificios icónicos en ciudades como Boston, Londres, Berlín o Barcelona. 
 

La Torre Urquinaona es un ejemplo de edificio brutalista.