Esta historia no me es del todo ajena. Fue en septiembre del 2015 cuando conocí a Javier en el cuarto piso de la Avenida de la República de Lima, justo en el rellano del departamento que me había alquilado durante 6 meses en el barrio más cosmopolita de la capital de Perú. Mi nuevo compañero de piso, de treinta y pocos y natural de Arequipa, solo tardó tres días en soltarme sin darle demasiada importancia que había formado parte del Sodalitium durante más de diez años. Solo cuando vi este nombre repetido en televisiones y diarios entendí que todo aquello era mucho más que un comentario de pasillo. El maltrato, las violaciones y los abusos sexuales de esta facción se escondieron durante más de cuarenta años.
Este lunes el Vaticano se reúne para desmantelar esta rama de la Iglesia católica porque considera que actúa como una "secta abusiva". Será la primera vez que la Santa Sede reniegue de una de sus escisiones en toda su historia, después de centenares de denuncias de castigos físicos, sadismo, abusos sexuales, manipulación psicológica, torturas y aislamiento. También de silencio: no fue hasta 2014 que el Papa Francisco expulsó del grupo religioso a su fundador y máximo líder, que nunca pagó las consecuencias de sus actos. Incluso su número dos estuvo a punto de ser canonizado.
Sobre papel, el Sodalicio de Vida Cristiana (Sodalitium Christianae Vitae o SVC) era una sociedad de vida apostólica ligada a la Iglesia. En la práctica, un servicio militar donde imperaban todo tipo de abusos. Fundada en 1971 por Luis Fernando Figari, surgió como un espacio donde "forjar respuestas a una sociedad en la que cada ser humano pueda sobrevivir en libertad y de acuerdo con su dignidad". El rumbo para conseguir la libertad de la humanidad, con el fundador al timón, pasaba por mirar la vida a través de una lupa con filtros de religiosidad: Figari era Dios, y el Espíritu Santo se manifestaba a través de su persona, quien señalaba el camino espiritual hacia la santidad. Según su ideario, "la obediencia es la columna vertebral de la espiritualidad sodálite". También, que "el Sodalitium busca ser una santa milicia".

Un libro con una treintena de testimonios de abusos
Cuando un compañero le dijo a Pedro Salinas que Germán Doig había abusado de él tres décadas antes, todo empezó a cambiar. ¿Cómo era posible escuchar semejante barbaridad del número dos del Sodalicio, guía espiritual idolatrado por todos y en proceso de canonización en Roma? Se le atragantó el café cuando descubrió que la depravación manchaba toda la cúpula, incluido su fundador, venerado como una divinidad. Él sobrevivió el Sodalicio durante siete años, de 1980 hasta enero de 1987. Tiene ese día grabado en el alma. “Me metí la borrachera de mi vida”. Para el Sodalitium, Pedro se convirtió en un agente del demonio, un traidor. El enemigo, como todos los que se iban.
Cuatro años después, este mediático periodista peruano publicaba Mitad monjes, mitad soldados, una investigación periodística que da voz a 30 víctimas más y que pasea tanto por su doctrina como por la historia de esta sociedad apostólica. También es una redención personal. Recuerda que una noche le despertaron a las 3 de la madrugada; le ordenaron que se pusiera el bañador y que, después de coger un papel y un lápiz, nadara hacia una barca que había unos 100 metros mar adentro. Los dos objetos no podían tocar el agua. Una vez hubiera llegado a la embarcación, debía escribir lo primero que se le pasara por la cabeza y volver, de nuevo, sin mojar nada que no fuera él mismo.
Pedro Salinas: "Te entrenaban para dar la vida por Figari si era necesario; y si te lo pedían, podías llegar a matar"
También narra ciertas dinámicas de grupo que, más que eso, eran episodios violentos que giraban bajo una hipotética protección del líder sodálite. “Te decían que te imaginaras que un grupo venía a atentar contra la vida de Luis Fernando. Venían tres hacia ti y no te podías defender, solo podías recibir golpes; y recibías”. O una vez que, por orden directa de Figari, tuvo que poner el brazo encima de una vela mientras las llamas le quemaban la piel. "Cuando entras, ya hay un seguido de ideas clave o conceptos que van inoculando en tu mente; te vuelves un ser autómata y robotizado, casi un esclavo sin pensamiento propio, porque hay un pensamiento único propiciado por un lavado de cerebro previo. ¿Cómo explicas al musulmán que se pone una faja con explosivos? Pues dentro del Sodalitium te entrenaban para eso, para dar la vida por Figari si era necesario; y aseguro que, si te lo pedían, podías llegar a matar".

A simple vista, el SCV era una opción más que contentaba a madres y padres devotos que querían hijos obedientes y disciplinados. Podías entrar en el grupo siendo bastante joven si eras un niño y Luis Fernando Figari te había puesto el ojo encima. Tenías más números si eras de clase alta, rubio, de piel blanca y mirada azul porque creían en la idea hitleriana de crear un "hombre nuevo". Después, se iniciaba un entrenamiento militar y disciplinario propio de una milicia y se cantaba el Cara al sol, porque el fundador idolatraba el ideario de la Falange Española. En paralelo, manipulaciones, insultos, quemaduras, patadas, sometimientos, humillaciones. Tocamientos, felaciones, penetraciones.
El libro levantó mucha polvareda, pero sus (pocos) efectos tardaron en llegar: el Sodalitium reconoció los abusos sexuales cometidos por Figari en 2017, nueve años después de haberle dado ampara y refugio extraoficialmente desde que dejó el cargo de Superior General por la puerta de atrás en 2010. Hasta ahora el Vaticano no había dado la espalda públicamente a esta sociedad apostólica, pese a que el Papa expulsó a Figari del Sodalicio en verano de 2024. Y nadie ha sido encarcelado: los delitos prescribieron hace tiempo.