Quemar era un placer. Así se titula la primera parte de Fahrenheit 451. Es la temperatura en la cual quema el papel en un mundo donde los libros están prohibidos. Llevamos|Traemos un par de días de reivindicación literaria encendida. A finales del curso pasado ya lamentamos la caída definitiva de las lecturas en bachillerato. Ya debatimos si obligatoriedad sí o no, comentamos el agravio de hacer desaparecer unas obras canónicas, fundacionales de nuestra cultura. Y defendimos que la escuela tiene que poner en relación a los alumnos con estas obras, porque si no, quizás no las conocerán nunca. Muchos profesores de lengua, viendo todavía lejos el curso y las horas (siempre pocas) que teníamos para preparar a los alumnos antes de una nueva selectividad, nos prometimos que haríamos las lecturas igualmente. Este miércoles la decisión del departamento sobre las materias optativas de literatura y el giro de volante solo unas horas después, avivó el fuego de los libros y las aulas.
Este miércoles la decisión del departamento sobre las materias optativas de literatura y el giro de volante solo unas horas después, avivó el fuego de los libros y las aulas
Recuerdo que una profesora de filología explicaba que cada año había un buen número de alumnos en primero de carrera que cuando les preguntaba cuál era el último libro que habían leído, decían alguno de los obligatorios del curso anterior. Hace casi veinte años. La profesora lo explicaba para evidenciar la poca inquietud de unos alumnos con pretensiones filológicas que no habían tocado ni un libro en todo el verano. Espero que se haya jubilado o que ya no les haga esta pregunta. Ahora pueden llegar a la carrera de letras sin haber leído ningún libro desde cuarto de ESO, pueden entrar en filología, traducción o humanidades sin tener muchas palabras, ni muchos referentes, ni un título en la cabeza, odiado o amado, ni saber los grados en los cuales el papel se enciende.
Somos humanos porque tenemos palabras
Estos días pensaba en los libros que leí yo durante el bachillerato. Monzó y cuentos que nos hacían escandalizar. Rodoreda y descubrir la poética escondida entre el miedo y el pienso. La Caterina Albert y que las páginas se hicieran largas como largas son las horas de soledad y montaña de la protagonista. Últimas tardes cono Teresa y la vergüenza de clase sin entender que eso existía ni qué quería decir. Me pregunto cuándo y cómo habría llegado a estos libros. Recuerdo un trabajo de escritura de aquella época, tuvimos que imitar la voz narrativa de la Colometa. Yo escribí sobre un niño que se llamaba Claudi y no quería irse a cortar el pelo. Ahora los adolescentes ya no tienen que leer a Rodoreda. Y cuando quieres que escriban, más vale que lo hagan en el aula y a mano, sin ordenadores cerca. Recuerdo un póster que hice hace unos años para colgarlo en el pasillo del instituto, con frases de Emili Teixidor sobre la importancia de leer. Cuando ya lo teníamos impreso, en tamaño XXL, vi un error de tecleo mío que me hizo rabiar todo un día. Los alumnos no entendieron que al final no lo colgáramos, después de tanto pensar qué frases poníamos, y más por un error que no vería a nadie. “Som humans perquè tenim paraules i podem parlar amb els altres i amb nosaltres mateixos. Com més paraules tenim, més humans som” (una de las veces decía "praraules"). Recuerdo la página de mi libro de literatura universal donde se hablaba de la gorra de Charles Bovary y acababa diciendo que era "como la cara de un imbécil".
Los libros son un lugar necesario donde detenernos. Y cuando más nos hacen falta, más nos los hacen desaparecer
Quizás contra los chats amables que les escriben las historias y les dan las ideas, los finales y los títulos, contra la necesidad de los móviles que tenemos que guardar religiosamente cada mañana dentro de cajas de plástico, contra esta cosa fragmentaria, inmediata, superficial y acaparadora del universo digital, contra este mundo suyo y nuestro de imagen y carne y poca palabra, los libros son un lugar necesario donde detenernos. Y cuando más nos hacen falta, más nos los hacen desaparecer. He decidido que empezaré por recuperar el póster y colgarlo en el pasillo. La última frase de Teixidor era que "los libros son la memoria del mundo".