La venganza ayuda al orden. Lo decía siempre mi abuelo en las sobremesas navideñas, pero yo nunca entendía la profundidad de la sentencia. Ahora lo empiezo a comprender: jugar con las ilusiones de la gente, y sobre todo con las ilusiones de las criaturas, es cruel y tarde o temprano aquella herida se acaba convirtiendo en resentimiento y el resentimiento con los años se torna en una costra que se esparce por el cuerpo y lo apesta todo. ¿Tú qué piensas? No, no hace falta que digas nada.

Te explico todo esto porque supongo que entenderás, ¿verdad que sí?, que te mire directo a los ojos y te hable. Perdona que compruebe si el color de tu piel es de verdad el color de tu piel, pero en este país hemos visto cosas que aunque te las explicara no te las creerías. Sí, eres tú. Eso me tranquiliza. No sé si te tengo que tratar de usted o te puedo tutear. No acostumbro a hablar con monarcas y mucho menos si son magos, la república en esta casa sería el undécimo mandamiento, para que me entiendas. Pero si me permites que abandone los formalismos, creo que me captarás a la primera. Mírame bien. ¿Me reconoces? Haces que sí con la cabeza, pero intuyo por este ademán y la manera como me miras que es una respuesta automática, un pacto con no sé quién. Te lo repetiré muy poco a poco y quiero que me digas la verdad. ¿Me re-co-no-ces? De acuerdo. ¿Recuerdas este comedor?

Podrás entender que tengo la confianza dañada, pero es importante que sepas quién soy para que te hagas cargo de mi historia. Dediqué los mejores años de mi vida a esperaros, a los tres, pero especialmente a ti, Baltasar. Os esperaba aquí, en el comedor, con el pijama puesto, el insomnio a flor de piel y a escondidas de los padres, que entonces todavía estaban vivos. Dediqué aquellas noches frías a pelar mandarinas y a prepararos un caldo para que las horas se os hicieran más cortas. Dediqué aquellas horas de negrura a practicar las palabras de agradecimiento para vuestra generosidad. Pero no vinisteis nunca. En casa decían que sí, el abuelo decía que sí: Caro que sí, mira los regalos, ¡ábrelos! Pero yo sé que no. Aquellos regalos solo eran una coartada perfecta.

Sé que ibais a las otras casas, a las de mis compañeros de clase, por ejemplo, pero dejabais la mía vacía o a dispensas de ve a saber quién. Me ha costado mucho llegar hasta este punto, muchas horas trabajándome, ¿me entiendes? Qué vas a entender, si solo aparecías una vez al año... Y por eso cuando te he visto esta noche por la calle no he dudado de que eras tú. Ahora solo toca esperar. Si de verdad tus amigos son mágicos, no tardarán en llegar y podremos hacer el intercambio. Si tú estás tranquilo, yo también lo estoy, Baltasar. Pero si se trata de seguir engañando y seguir jugando con las ilusiones de la gente, ¿ves aquel palo de allí? Es lo que queda del Tió. No hace que aparezcan regalos, es verdad, pero descarga toda la frustración en milésimas de segundo.