Turtuixa, verano del 809. Hace 1.213 años. El ejército carolingio de Luis el Piadoso (primogénito de Carlomagno y futuro emperador) alzaba el asedio que habían mantenido durante seis semanas y abandonaba la posibilidad de conquistar la plaza más estratégica de la Frontera Superior de al-Ándalus. Tortosa no sería incorporada al mundo cristiano y europeo hasta 1148 por el ejército de Ramón Berenguer IV, conde independiente de Barcelona; cuando Carlomagno y Luis el Piadoso ya hacía tres siglos que dormían el sueño de los justos. La Marca Hispánica, el proyecto carolingio que tenía que ensanchar la Europa cristiana desde los valles pirenaicos hasta los arenales del Ebro, fue un fracaso, y aquella plataforma expansiva tan solo creció por el extremo oriental: la Marca de Gotia. ¿Por culpa de quién? ¿De la cancillería carolingia? ¿O de las élites catalanas y aragonesas?
¿Qué era, en realidad, la Marca Hispánica?
La Marca Hispánica era un proyecto político y militar creado por la cancillería carolingia de Aquisgrán, a finales del siglo VIII, y su arquitectura era obra, en buena parte, de la reina Berta del Pie Gran, madre de Carlomagno. Este proyecto consistía en conquistar la franja de territorio peninsular entre los Pirineos y el Ebro; que, en aquel momento, estaba en gran mesura bajo dominación del emirato de al-Ándalus. Pero los primeros reveses que sufrió el proyecto no vinieron a manos de los árabes (los recelosos gobernadores andalusíes de Tudela, Zaragoza, Huesca, Lleida y Tortosa); sino, paradójicamente, de los pequeños dominios cristianos independientes del Pirineo central y occidental (navarros y aragoneses). La Marca Hispánica no pasó nunca de la categoría de proyecto, y no fue nunca una realidad porque el territorio sobre el cual se tenía que articular era un auténtico avispero.
Carlomagno y el condado de Aragón
Según el profesor Philippe Sénac; que ha impartido en las universidades de Perpiñán, de Tolosa, y de la Sorbona de París; y que es uno de los grandes investigadores de este periodo histórico; las fuentes documentales francas y aragonesas revelan que la primera articulación política del Pirineo central —después del descalabro provocado por la invasión árabe; fue a cargo de un magnate indígena denominado Aureolo; que, hacia el 800 u 801 había sido nombrado conde de Aragón por el poder carolingio. Eso pasó, más o menos, el mismo año que Bera era instituido primer conde carolingio de Barcelona (801). Pero entre quince y veinticinco años más tarde que los primeros condes carolingios del Rosellón, de Empúries, de Girona, de Cerdanya y de Urgell (775-785). Las mismas fuentes revelan que la fidelidad aragonesa al proyecto carolingio ni siquiera trascendió el mandato de Aureolo.
El Malo
La muerte del conde Aureolo (809) puso de relieve la existencia de dos partidos enfrentados al condado carolingio de Aragón: los profrancos y los antifrancos; o, en una terminología contemporánea, los unionistas y los independentistas. En aquel contexto de tensión y de incertidumbre, los profrancos consiguieron que Aquisgrán renovara el cargo —y el dominio sobre el territorio—, en la figura de Asnar Galí, otro magnate indígena partidario del difunto Aureolo. Pero Asnar gobernó siempre en precario y con una fuerte oposición independentista. El año 820, fue expulsado del poder por su propio yerno, García Galíndez —denominado el Malo"—. El yerno del conde aprovechó el revuelo para matar tres gorriones de un tiro: usurpó al suegro; asesinó al cuñado (Céntul, el primogénito de Asnar); y repudió a la esposa (Matrona, la hija de Asnar).
El Malo, los Arista y los Banu Qasi
La maniobra del "Malo" (y del mayoritario partido independentista entre las oligarquías del Viello Aragón) tendría una enorme trascendencia. El pequeño condado de Aragón (que tan solo ocupaba la comarca de la Jacetania), se convertiría en un dominio independiente de facto a partir del 820; mucho antes de que en 985 los condados catalanes rompieran su vinculación política y militar con el reino carolingio. El "Malo" y los condes que lo sucedieron durante un siglo (hasta el 922) gobernaron totalmente al margen de las dinámicas carolingias y europeas que dominaban los territorios en el este del Cinca y en el norte de los Pirineos. Durante este siglo de independencia (820-922), el poder aragonés siempre miró hacia el reino cristiano de Pamplona (gobernado por los caudillos vascos Arista) y hacia el reino musulmán de Zaragoza (gobernado por los oligarcas visigodos islamizados Banu Qasi).
¿Cómo se construye Aragón?
Después del 922, el destino del pequeño condado de Aragón es disuelto, definitivamente, en el mundo navarro. Y este detalle es muy importante, porque confirma que después del conde primigenio Aureolo (809), Aragón nunca más formó parte del mundo carolingio. Que es lo mismo que decir que hacia 809 (desaparición de Aureolo y operación fallida de Tortosa); las oligarquías aragonesas, en gran manera, ya se habían desentendido del proyecto carolingio de la Marca Hispánica. Todo lo que pasó a continuación (la independencia, de facto 820; la progresiva aproximación a los poderes vascos de Pamplona y árabe de Zaragoza, 820-922; y la definitiva integración en el reino navarro, 922) lo corrobora. Aragón se construyó como una singularidad autóctona; totalmente refractaria a los proyectos, políticas y culturas que irradiaba el Estado carolingio.
¿Cómo se construyen los condados catalanes?
El profesor Josep Maria Salrach, de la Universidad de Barcelona, y que es uno de los grandes investigadores del proceso de formación nacional de Catalunya (siglos VIII-IX); explica que entre las oligarquías catalanas de principios de la centuria del 800, había una corriente partidaria de buscar una paz duradera con los árabes repantigados en el bajo Segre y en el Ebro. Esta corriente estaría formada, básicamente, por las oligarquías procedentes del exilio (descendientes de los indígenas de la Tarraconense refugiados en el reino de los francos durante la invasión árabe, 714-723; que habían hecho el camino del retorno acompañador los ejércitos carolingios). Pero esta corriente, que priorizaba la paz con el objetivo de restaurar el aparato económico perdido con el exilio; chocó con los funcionarios francos, ávidos de aventuras militares y de botín, y partidarios de la guerra permanente.
El partido carolingio catalán
La disidencia catalana en el régimen carolingio no tuvo el mismo recorrido que la aragonesa. Entre las oligarquías indígenas catalanas había, también, una fuerte corriente de lealtad al régimen carolingio; que, según el profesor Sénac, venía de una época no demasiado lejana (segunda mitad del siglo VIII), cuando los reyes Pipino y Carlomagno habían protegido a los exiliados precatalanes refugiados en territorio franco de la codicia depredadora de algunos magnates locales. La estirpe indígena Bellónida, hijos del exilio y del retorno, serían el mejor ejemplo de esta corriente ideológica: obtendrían el monopolio del gobierno de los condados carolingios catalanes a partir de Wifredo el Velloso (870-897); y verían reconocido su protagonismo con un enlace matrimonial (con Guinidilda, tataranieta de Carlomagno) que los convertiría en una rama menor de la familia imperial.
Catalunya carolingia
El triunfo de los "pacifistas" habría desbaratado, definitivamente, el proyecto "Marca Hispánica"; pero el cese fulminante de Bera (coincidente con la usurpación del "Malo" en Jaca, 820), lo impidió. A partir del 820, con el gobierno del "belicista" Rampón —que relevó a Bera en el sitial de Barcelona—; pero especialmente después de la derrota "pacifista" en la Revuelta de Aysun (826-827) y de la culminación de la carrera política de los Bellónidas (Wifredo el Velloso, 870); la situación en los condados catalanes sería radicalmente opuesta a la de Aragón. Los condes catalanes de los siglos IX y X mantuvieron y alimentaron el vínculo político con la cancillería carolingia y con las corrientes culturales que se proyectaban desde Aquisgrán y desde París. Y eso explicaría, también, la construcción de una cultura política propia que ha trascendido a través de los siglos.
El fracaso de la Marca Hispánica
Nunca sabremos cuál habría sido el papel de un Estado medieval —surgido de ruptura de la periferia carolingia—, que habría abarcado el territorio entre el Mediterráneo y el Atlántico y entre los Pirineos y el Ebro (o puede ser hasta el Garona, en el norte; y hasta la Cordillera Ibérica, en el sur). Y cuál habría sido su protagonismo durante los siglos de los grandes viajes atlánticos (XV y XVI). Un Estado sobre el solar histórico de las antiguas naciones noribéricas y protovascas, emparentadas por siglos de vecindad y de contacto; que habría contrapesado el núcleo mesetario castellanoleonés y el núcleo continental francés. Un dominio que los carolingios pretendían como un cojín de seguridad; pero que los mapas de todos los tiempos dibujan como una estratégica unidad física y una remota y misteriosa unidad cultural que, inexplicablemente, no trascendió a la categoría política.