"Cuando empecé me di cuenta de que mi trabajo consistía principalmente en 'des-il·luminar' los platós, es decir, eliminar toda la iluminación falsa, de cine convencional, que habían instalado los técnicos de luces. Estaban anticuados. Creían en una forma muy brillante de fotografía, en la que las caras nunca tendrían que quedar en las sombras, en las que siempre debió haber un montón de luz de fondo, sin sombras en todo el decorado". En esta sentencia que reveló durante una entrevista al crítico de cine del New York Times Vincent Canby, sintetizaba toda su técnica y filosofía de trabajo en los rodajes. Su nombre era Néstor Almendros y fue el catalán que puso luz en el cine.
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Aunque tópico, la vida del director de fotografía Néstor Almendros es digna de película. Nacido en Barcelona en 1930, hijo de padres represaliados por el franquismo, emigró a Cuba cuando tenía 18 años. De la isla caribeña sacudida por la revolución castrista se marchó a Nueva York para estudiar cine. De allí dio el salto a París para convertirse en una figura clave de la Nouvelle Vague colaborando con realizadores de la dimensión de François Truffaut y Éric Rohmer, para acabar aterrizando en Hollywood donde trabajó con algunos de los mejores cineastas de la historia de la meca del séptimo arte, entre estos y muy especialmente, Terrence Malick. Suya es la fotografía de Días del cielo, trabajo por la cual ganó un premio Óscar el año 1979. Fue el primer catalán a ganar la preciada estatuilla. Estuvo nominado tres veces más, en 1980 por la fotografía de Kramer contra Kramer, en 1981 por El lago azul y en 1983 por La decisión de Sophie. Cuatro títulos primordiales del cine del siglo XX como paradigma de una trayectoria extraordinaria.
El cineclub cubano de Almendros, Cabrera Infante y Gutiérrez Alea
Maria Cuyàs y Herminio Almendros fueron dos reputados pedagogos de inicios del siglo XX. Educadores progresistas fuertemente comprometidos con la República que tuvieron que exiliarse con el triunfo del golpe de Estado franquista. El primero a marcharse fue él. Su destino fue La Habana. Meses más tarde lo siguió su mujer. Con ella, sus tres hijos. La mayor se llamaba Maria Rosa. El pequeño, Sergi. El del medio, Néstor, un chico ya entonces perdidamente enamorado del cine.
Estudiante de Filosofía y Letras, la primera aproximación al cine de Néstor Almendros fue a través del periodismo, escribiendo críticas de películas a algunos de los principales diarios de la isla de Cuba. Una afición que lo llevó a establecer amistad con jóvenes cubanos también apasionados por el séptimo arte como Guillermo Cabrera Infante y Tomás Gutiérrez Alea. El primero se convertiría en uno de los nombres más relevantes de la literatura cubana del siglo XX. El segundo, director de cine, autor de algunas de las películas más aclamadas del cine isleño: Fresa y chocolate, Guantanamera... En aquellos primeros años de amistad, Almendros, Guillermo Cabrera Infante y Gutiérrez Alea fundaron el primer cineclub de Cuba y el primer archivo de cine cubano.
La ciudad de la luz era un destino obvio para un aspirante a director de fotografía, más todavía en aquellos años de eclosión de la Nouvelle Vague
Inquieto por naturaleza, tan pronto como acabó los estudios de Filosofía, Almendros abandonó Cuba para estudiar cine en el City College de Nova York. Estuvo un curso. El siguiente voló hacia Roma para matricularse en el Centro Sperimentale di Cinematografia de la capital italiana. Y un año más tarde finalizó, temporalmente, su periplo formativo en París. La Ciudad de la Luz era un destino obvio para un aspirante a director de fotografía, más todavía en aquellos años de eclosión de la Nouvelle Vague.
Subiendo a la nueva ola
La vida tiene giros de guion sorprendentes. Almendros no lo estaba pasando bien en Francia, incapaz de hacerse un lugar en el universo de celuloide galo, tuvo que ganarse la vida haciendo todo tipo de trabajos. Hasta aquel encuentro fortuito. Almendros había establecido cierta confianza con el director y productor Barbet Schroeder. Era el año 1964 y este estaba produciendo Paris visto por... un largometraje compuesto por seis cortometrajes dirigidos por Claude Chabrol, Jean Douchet, Jean-Luc Godard, Jean-Daniel Polluelo, Jean Rouch y Éric Rohmer, es decir, lo mejor del cine francés del momento. Sin gran cosa más a hacer, Almendros se dejó caer por el rodaje. Aquel día Éric Rohmer empezaba a filmar su capítulo.
Todo parecía ir bien, hasta que Rohmer discutió con su director de fotografía. Este replegó sus cosas y se marchó. El director de fotografía catalán se ofreció a hacer el trabajo sin cobrar. Una oferta que Rohmer no pudo rechazar. Desde entonces Néstor Almendros sería el director de fotografía de todas las películas que Rohmer dirigió hasta el año 1976, entre otros, La coleccionista, Mí noche cono Maud, La rodilla de Claire o La marquesa de O. Trabajo con Rohmer que llamó la atención del otro gran representante de la Nouvelle Vague, François Truffaut, con quién rodaría Domicilio conyugal, Las dos inglesas y el amor, Diario íntimo de Adela H., El amante del añor, La habitación verde, Vivamente el domingo, El último metro y El pequeño salvaje, cinta, esta última, que le abriría las puertas de Hollywood.
La mejor fotografía de la historia
Por la belleza que transmiten sus películas, a Terrence Malick se le conoce como el poeta del cine. Su filmografía es escasa, pero excelsa. En cinco décadas de carrera tan solo ha dirigido una decena de largometrajes, casi todos ellos incunables. Amante de la Nouvelle Vague, Malick quedó cautivado con la fotografía en que había conseguido Almendros, cineasta que se inspiraba en el uso de la luz que daban artistas como David Hackney o Edward Hopper, en El pequeño salvaje de Truffaut. Tanto fue así, que quiso contar con el mago catalán de la luz para su segunda película, Dias del cielo.
Por su naturalidad, huyendo de todo artificio, todavía ahora, Días del cielo es considerada una de las películas con mejor dirección de fotografía de la historia del cine
Estrenada el año 1979, todavía hoy, casi medio siglo después, por su naturalidad, huyendo de todo artificio, todavía ahora es considerada una de las películas con mejor dirección de fotografía de la historia del cine. Así lo avala el Oscar que ganó Almendros, el primero ganado por un catalán, por su trabajo con Malick, extraordinaria hoja de servicios a que sumaría tres nombramientos más: Kramer contra Kramer (1980), El lago azul (1981) y La decisión de Sophie (1983). Néstor Almendros murió en su casa en Manhattan el 4 de marzo de 1992, a causa de un linfoma derivado de complicaciones del SIDA. Solo tenía 61 años. Nos dejaba el pintor de la luz, una de las figuras más relevantes, trascendentes e influyentes de la historia del cine catalán.