Barcelona, 18 de abril de 1455. Hace 470 años. Llegaba a la ciudad la noticia de que, diez días antes, el cónclave había elegido al valenciano Alfons de Borja —obispo de València y presidente del Consejo Real de Nápoles— como papa de Roma. Y el Consell de Cent (el gobierno municipal de Barcelona) le enviaba una misiva oficial de felicitación que decía: “E aprés fon proposat en lo dit consell com ja tots són certs de l’elecció de nostre Sant Pare, qui solia ésser cardenal de València, e és català de nostra nació, molt benivolent (muy querido) en aquesta ciutat (Barcelona). E era estat mogut entre els consellers que per ells li fos escrit, pertinentment e deguda, e ab gran recomissió de la dita ciutat e ciutadans e habitadors de aquella, e que li’n fos fet correu, e que fos escrit a algú qui fos ben servidor del dit nostre Sant Pare que li donàs la dita lletra”.

¿Era Alfons de Borja el favorito para ocupar el sitial de San Pedro?
Cuando se inició el cónclave (4 de abril de 1455), Alfons era un candidato a tener en cuenta. Pero no era el favorito. El papa Eugenio IV (el veneciano Condulmer, que lo había nombrado cardenal en 1444) había muerto ocho años antes (1447). Y lo había sucedido el cardenal genovés Tomasso Parentucelli, que, con su elección, había hecho bueno el movimiento pendular que había dominado las elecciones pontificias durante toda la baja edad media (siglos XI a XV). El papa Parentucelli, que reinaría como Nicolás V, sería el predecesor del papa Borja, el futuro Calixto III. Por lo tanto, se podría interpretar que la elección de Borja obedecía a este movimiento pendular: un papa del bloque Venecia-Corona catalanoaragonesa-Francia que relevaba a un pontífice del bloque Génova-Corona castellanoleonesa-Inglaterra-Aquitania-Sacro Imperio.
¿Quiénes eran los verdaderos favoritos para ocupar el sitial de San Pedro?
Pero sería una interpretación falsa, porque la investigación revela que, en ese cónclave, el conflicto entre bloques se decidió que se dirimiría en la arena romana, y quienes se disputaría el sitial de San Pedro serían dos familias patricias romanas: los Colonna (próximos al eje Venecia-Catalunya-Francia) y los Orsini (orientados hacia el eje Génova-Castilla-Inglaterra-Sacro Imperio). Las familias Colonna y Orsini tenían tantas cosas que las separaban como las que las unían. Por ejemplo, ambas afirmaban ser descendientes de la gens romana Julio-Claudia, que había dado varios emperadores a la Roma antigua. Y durante tres días (del 4 al 7 de abril de 1455), estos dos partidos, liderados por los cardenales Prospero Colonna y Latino Orsini, respectivamente, utilizaron todos los medios para sentar a su candidato en el sitial de San Pedro.

¿Quiénes eran los cardenales electores en el cónclave que eligió a Alfons de Borja?
La geografía de aquel cónclave es muy reveladora y ayuda a entender la inesperada y sorprendente elección de Alfons de Borja. Para empezar, el dato más revelador es que de los veintiún cardenales electores, solo quince estaban en Roma. Este detalle revela la importancia de residir en Roma —comentada en la anterior entrega—, que era donde estaba oportunamente situada la Basílica de los Cuatro Santos Coronados, sede que el papa Condulmer le había asignado a Alfons de Borja. Y para continuar, el preciso equilibrio de pesos —a pesar de las ausencias— entre los cardenales electores. En el bloque de los Colonna estaban los cardenales catalanes Alfons de Borja (valenciano) y Antoni Cerdà (mallorquín), los franceses Guillaume d'Estaign y Alain de Coetivy, y los venecianos Ludovico Trevisan y Pietro Barbo. Con el candidato Prospero Colonna sumaban siete votos.
A punto para la "fumata blanca"
Y en el otro bando, en el bloque de los Orsini, estaban los cardenales genoveses Filippo Calandrini y Giorgio Fieschi, los castellanos Juan Carvajal y Juan de Torquemada (tío de quien, más tarde, sería inquisidor general de la monarquía hispánica), y los bizantinos Johannis Besarionis e Isidoro de Salónica (originarios de territorios tradicionalmente vinculados al comercio con los genoveses). Con el candidato Latino Orsini sumaban, también, siete votos. La elección quedaba en manos del cardenal Doménico Pantagani de Pratanica, de Roma, que había desarrollado su carrera eclesiástica a la sombra del papa Otto Colonna (Martín V, antecesor de Eugenio IV y de Nicolás V). Todo estaba a favor de Próspero Colonna y el camarlengo pontificio ya preparaba una hoguera de pequeñas ramas para hacer la "fumata blanca".

Agua en las ramas y negociación
Pero el contexto general y, particularmente el de la Iglesia, no invitaba a victorias ajustadas que transportaran, de nuevo, a escenarios de división o, incluso, de cisma. Dos años antes (1453), los turcos habían ocupado Constantinopla, y no solo habían acabado con dos mil años de historia del Imperio romano (mil años en el Mediterráneo oriental), sino que amenazaban el edificio político, económico, cultural y religioso europeo, construido pacientemente desde la época del "padre" Carlomagno (siglo VIII). Y la milenaria Iglesia, depositaria y garante de la cultura europea y de la religión cristiana —dos ideas, en aquel momento, totalmente indisociables— venía de dos grandes cismas (1410-1417 y 1425-1449), provocados por la política de bloques y que habían puesto en cuestión su continuidad. Había que recalcular la geografía ideológica del cónclave y negociar.
El momento de Alfons de Borja
Las diplomacias veneciana y catalana (dos de las tres potencias del Mediterráneo) habían propuesto construir un eje Iglesia-Liga de potencias cristianas para detener la amenaza turca. Y la diplomacia genovesa (la otra potencia marítima) estaba dispuesta a secundar el proyecto. Pero no a cualquier precio. Y, durante la noche del 7 al 8 de abril de 1455, todas las miradas se dirigieron a Alfons, que fue visto como la figura apropiada: gran experiencia política y una relación muy estrecha con el rey Alfonso, el monarca de las clases mercantiles catalanas, el gran militar europeo del momento y el caballero llamado a liderar la defensa de la cristiandad. Con Borja se iniciaría una época de la que el influyente cardenal veneciano Bembi diría: “Oh, Dio, la Chiesa romana in mani dei catalani!!!” (¡¡¡Oh, Dios, la Iglesia romana en manos de los catalanes!!!).
