El pasado 23 de mayo el escritor Quim Monzó titulaba su columna en La Vanguardia con uno contundente "Este mundo ya no es el mío". El artículo, como prácticamente todos los que ha publicado desde la llegada de la pandemia del coronavirus y el establecimiento del estado de alarma, se ocupaba con la ironía amarga marca de la casa de los efectos del confinamiento, la desescalada y aquello que se ha querido denominar la "nueva normalidad". De hecho, el artículo se centraba en un reportaje aparecido en la revista Hola!, sobre la decoración de interiores en la era post-Covid19, que era objeto de la socarronería con que Monzó destila los efectos más absurdos de la vida cotidiana. Dos días antes, no se escondía de decir que, a uno "asocial" con "una lenta retirada hacia la reclusión" como él, la situación se le hacía "insoportable".
Desde entonces, el nombre de Monzó no ha vuelto a aparecer al diario de los Godó, donde colabora desde los años 90 y donde hacía años que ocupaba la central columna de opinión de la izquierda, al lado de la editorial. Una columna que fue diaria –excepto los lunes– hasta el año pasado, cuando pasó a escribir tres veces por semana.
Ahora, sin despidos ni ninguna concesión al sentimentalismo o a la trascendencia –impensable en él–, Monzó ha marcado una pausa en su faceta de columnista, que lo ha situado como último peldaño de una genealogía de escritores catalanes de diarios, formada por Eugeni d'Ors, Josep Carner, Josep Maria de Sagarra, Josep Pla o JV Foix, tal como reconocen críticos como Jordi Galves o Julià Guillamon.
Una larga trayectoria de articulista
La Llança ha confirmado con el mismo Monzó este tiempo de descanso, que sorprende que no haya despertado mucho interés entre lectores e interesados en la prensa y la literatura del país. Sólo la perspicaz escritora Mercè Ibarz se hacía eco en un artículo publicado a Vilaweb, donde destacaba la contribución esencial del escritor –galardonado el año 2018 con el Premio de Honor de las Letras Catalanes- a la literatura catalana.
Monzó lo ha hecho, obviamente, con su obra narrativa, cerrada el año 2007 con Mil cretinos, pero también con un articulismo ya iniciado a la década de los 70, cuando todavía se ganaba la vida como diseñador gráfico y aprovechaba las vacaciones para ir a lugares de conflicto, como Vietnam, Camboya o Irlanda del Norte y firmar a cuatro manos con Albert Abril crónicas para el Tele/eXpres, mientras escribía los primeros artículos para Oriflama. Sus columnas han aparecido a Diario de Barcelona, El Periódico, Hoy, El Correo Catalán o El País, y hace 13 años que escribe exclusivamente a La Vanguardia, tanto en el diario como en el Magazine. De hecho, aquel 2007 fue el año de la última ficción y del discurso en la Feria del Libro de Frankfurt, que lo consagró como el escritor más influyente de su generación y renuevo de la lengua y literatura catalanas de las últimas décadas, además de un personaje público más allá del cercado de los literatos, gracias a sus colaboraciones radiofónicas y televisivas.
En una entrevista publicada en Jot/Down con el periodista Enric González, el escritor justificaba su decisión de abandonar la narrativa para centrarse exclusivamente en sus artículos, que trabajaba obsesivamente: "Tuve claro que, si decía que sí, eso quería decir aparcar durante bastante tiempo la narrativa. Hay una cosa clara: si haces una columna diaria el cerebro se tiene que dedicar veinticuatro horas al día. Si te lo tomas seriamente es veinticuatro horas, porque incluso en la cama a veces se solucionan conflictos. Dices: "ah, claro, aquel mata en el otro porqué...". Aprietas la luz, en este caso la linterna para no despertar a la señora, tomas nota de la idea y vuelves a intentar dormir. En cambio, si haces columna diaria quiere decir que es veinticuatro horas informándote, leyendo diarios de aquí y de allí y más ahora, con esta atrocidad que es Internet, de que incluso puedes leer la prensa australiana o china... Te le puedes pasar leyendo todo el puto día. Vas chupando, vas chupando, vas leyendo noticias, vas relacionando cosas...". Monzó también aseguraba que dedicaba toda la jornada, con una rutina inflexible.
Varios volúmenes por recuperar
El tiempo de descanso, la pausa, que ha decidido tomarse, puede ser un buen momento por recuperar el Monzó articulista, reunido en varios libros, publicados en Quaderns Crema, a partir del acontecimiento que había sido Uf, dijo él y Olivetti, Moulinex, Chaffoteaux te Maury: El temprano El día del señor (1984), que incluye las columnas publicadas al HOY entre 1982 y 1984; Zzzzzzzz (1987), que reunía los publicados hasta el año 87 y que ya hacía que se lo considerara como "una de las plumas más incisivos del mundo de la cultura catalana" y "un desgarrador|punzante ombudsman que ataca y defiende al mismo tiempo con una ironía suya y unas buenas dosis de mala leche"; Los casi consecutivos La maleta turca (1990), aparecido justo después de La magnitud de la tragedia, y que reunía los textos aparecidos en La Vanguardia i Diario de Barcelona entre 1987 y 1989, y Hotel Intercontinental (1991), que reunía los publicados entre 1990 y los primeros meses de 1991 al Hoy; No plantaré ningún árbol (1994), publicado 10 años después de su primer volumen de artículos y donde, como escribía al crítico Manuel Ollé –que ya recomendaba leer los cinco volúmenes de artículos disponibles hasta entonces de una tirada–, recibían "los taxistas, el españolismo tronado, el subnacionalismo catalán, los progresistas, la tontería olímpica, la altanería de las instituciones, las trampas del bilingüismo, la publicidad institucional y la no institucional, el periodismo inflado y el desinformado".
Con una diferencia de mucho pocos años –mientras continúa todavía publicando varios libros de cuentos– aparecen Del todo indefenso ante|delante de los hostiles imperios alienígenas (1998), Todo es mentira (2000) y El tema del tema (2003), que reúnen las columnas diarias y del Magazine publicadas en La Vanguardia, donde|dónde Monzó, deja constancia de las absurdidades de su tiempo que mira sin esperanza; antes de cerrar el ciclo el singular Catorce ciudades contando Brooklyn (2004), que recoge las series de crónicas escritas por Monzó en diferentes momentos históricos: desde la caída de los regímenes comunistas de la Europa del Este hasta el Nueva York puesto-11S y Esplendor y gloria de la Internacional Papanates (2010), publicado ahora hace diez años y que ocurría toda una andanada contra las tonterías del progresismo oficial más cursi y biempensante, sujeto predilecto de la mordacidad monzoniana. Por último, Mesa|Tabla y barra (2017), editado por Libros de Vanguardia y antologat para|por Julià Guillamon –uno de los grandes especialistas en la obra del escritor barcelonés– reunía el articulismo de Monzó sobre bares y restaurantes.
Ahora, Monzó, con todo el derecho del mundo, se ha tomado un tiempo después de años en que, sin abandonar su actividad a Twitter, iba avisándonos de que tocaba un cierto descanso. A pesar de todo, puede ser un buen momento para coger a uno de esta decena larga de posibilidades y reconocer la influencia del autor de El porqué de todo en el articulismo de hoy, que no se puede entender sin su figura de "gigante", cómo diría Adrià Pujol.