Es fácil recordar a Quimi y Valle, seguramente una de las parejas millennials con más adeptos y que más llenó los corazones de los jóvenes espectadores a finales de los 90, y es que a pesar de sus altibajos descomunales, su amor en Compañeros siempre conseguía salir indemne de cualquier tormenta. Pero sin duda también fueron los tortolitos de los que bebieron otras relaciones amorosas míticas que llegaron a la parrilla televisiva más tarde para captar a los adolescentes, como la de Ruth y Gorka en Física o Química o la de Julia e Iván en El Internado: Laguna Negra. Con ellos se dio rienda suelta a un patrón común que se ha repetido en innumerables ocasiones en la ficción: chica atractiva, normativa y popular que se enamora del chico misterioso, rebelde y autoritario pero de una bondad apabullante. Casualmente, también ocurre en la mayoría de ocasiones que el chaval ha tenido que refugiarse en ese carácter agresivo y violento para sobrevivir en un mundo hostil que no le comprende, justificando así sus malas praxis. Y la industria nos la coló pero bien.
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Amor tóxico en las series juveniles que influenciaron a la generación millennial
En aquella época, en los albores de un nuevo milenio, todo este tipo de relaciones no solo parecían perfectas, normativas e idílicas, sino también un sueño a perseguir. Dicho de otro modo: todas —y digo todas porque es a las mujeres a las que eternamente se les ha presupuesto una felicidad asociada al amor para estar completas— las espectadoras del momento fantaseaban con encontrar al eterno "malote" que cambiara por ellas, erróneamente amparadas en el dicho de que los que se pelean, se desean. De este modo, los insultos de Gorka a Ruth en FoQ llamándole "foca" o sugiriéndole que nadie más la iba a querer parecían menos malos cuando el disgusto terminaba en un beso de película. O que Iván repudiara a Julia cuando le convenía y su relación se decidiera en función de su capacidad de gestión emocional, se presentaba como entrañable y hasta tierno.
Pero estas dinámicas también eran la regla general en otras partes del mundo durante la época. Las americanas Sensación de vivir (1990-2000) y Gossip Girl (2007-2012) o la argentina Rebelde Way también apostaban por relaciones amorosas chico-chica turbulentas escondidas detrás de una cortina de supuesta magia y buenas maneras. En esta última, el personaje de Marizza incluso era forzada o violentada por su pareja, Pablo, en incontables ocasiones, convirtiéndose en un amor que iba más allá de la toxicidad para saltar al lado de la violencia y el abuso. Lo mismo que en la serie de la reina cotilla ambientada en el Upper East Side de Nova York, en la que el amor tóxico era la norma en todas las relaciones habidas y por haber. No obstante, la de Blair Waldorf y Chuck Bass se convirtió en la más icónica de todas, romantizando la mentira como buque insignia del romanticismo.
Y, de mientras, ¿qué pasaba en TV3? En la cadena pública catalana estas malas dinámicas empezaron a abordarse en catalán con el fenómeno Merlí, considerada como una de las primeras series de instituto autóctonas, que ya estrenada en pleno 2015 desdibujaba las relaciones preestablecidas incluyendo mucha más diversidad amorosa, relacional y sexual. Después le siguió Les de l'hoquei, otro ejemplo para desfocalizar la normatividad relacional y mostrar el amor tóxico no como una meta o un deseo, sino como una crítica abierta.
Ya lo ves: tal vez los referentes de antaño con los que creció gran parte de la etiquetada como generación Y no eran tan bonitos como dictaminaba la nostalgia. Y, precisamente, de toda esta toxicidad nace Retrovisor pop, la sección audiovisual fast-food de ElNacional.cat que revisa la cultura pop que hemos consumido los millennials en los 90' i 00's. Aquí encontrarás todos los vídeos.