Explica Raül Garrigasait (Solsona, 1979) que Profecia (Ediciones de 1984), su nueva novela, nació de una imagen: la de un jabalí bajando las Ramblas de Barcelona. No es que el escritor y ensayista de Solsona presenciara esta particular escena. Simplemente se la imaginó. Y sobre esta chispa ha construido una historia, que sirviéndose de la presencia incómoda de estos animales en la ciudad, despliega un abanico poderoso de temas, que van desde el contacto entre civilización y naturaleza, a la rabia del luto, pasando por las profecías del Antiguo Testamento. Y que convierte la presencia simpática de estos animales, en la Barcelona del 2025, en alguna cosa mucho más inquietante.
Castigos divinos
"¿Te imaginas una plaga de jabalíes? ¿Toda la ciudad llena de cerdos? ¡El castigo divino por haberlo destruido todo!". La amenaza del castigo en forma de plaga, cierne y contamina desde el principio la atmósfera del libro. Especialmente, en boca de Dèbora, uno de los personajes principales y la experta en historias de profetas bíblicos. Y es que para Garrigasait, presidente de La Casa de los Clásicos de la Bernat Metge desde el 2018, el jabalí es un símbolo con claras resonancias míticas. "En la Antigua Grecia estaba la leyenda del jabalí gigante de Calidón, temido por arrasar las cosechas", explica.
El escritor, que se ha documentado profusamente sobre las bestias para escribir Profecia, testimonia una inversión: "antes los jabalíes eran bestias salvajes que daban miedo y que se asustaban de nosotros", afirma. Ahora, sin embargo, se han convertido en compañeros habituales, que comparten tanto bosque y ciudad, con los humanos, que se han acostumbrado a aprovecharse de su presencia. "En Vallvidrera, la gente come con los jabalíes a su lado, que van buscando restos por allí", dice.
La novela explora, con gracia, una realidad palpable para muchos: la de las fronteras porosas entre la ciudad y lo salvaje
La novela explora, con gracia, una realidad palpable para muchos: la de las fronteras porosas entre la ciudad y lo salvaje, especialmente evidente en las zonas más alejadas del centro de Barcelona, y en Collserola. El cemento de la ciudad ha construido un universo diferente, apartado, que no puede, sin embargo, evitar las intrusiones constantes de los elementos naturales, que se niegan a obedecer las leyes de la civilización, que actúan por su cuenta.
Nosotros somos animales pero hemos ido creando distancia con la naturaleza durante milenios
Para Garrigasait, se trata de una frontera que en realidad tiene un gran potencial simbólico. "Nosotros somos animales pero hemos ido creando distancia con la naturaleza durante milenios, a través del lenguaje, la ciencia, etc". Que los jabalíes bajen del bosque y anden tranquilos por las aceras, es, pues, "un retorno de nosotros mismos". Incluso, porque como explica, hay jabalíes que ya han dejado de saber vivir solo en el bosque. "Eso es lo que me interesaba narrar", afirma.
La civilización y los cerdos
Y para explorar este trayecto de simbiosis constante entre civilización y naturaleza, nadie mejor que el profesor Andreu Garom, veterinario y padre de la Dèbora, el otro personaje clave de la novela. Dominado por una pasión incluso desaforada por el estudio de estos animales defiende que "la civilización nació en torno a los cerdos". Y se ve cooptado en un proyecto político del Ayuntamiento de la capital para tratar de controlar la población. Su amor por los jabalíes es tal que consigue incluso cambiar la imagen que tiene el lector, de invasor molesto a criatura inteligente y ultraadaptable, que incluso puede aprender a distinguir las furgonetas de recogida de fauna para esconderse.
"Los jabalíes han proliferado durante las últimas dos décadas porque se han humanizado los bosques de los alrededores de Barcelona", dice Garrigasait. Y no solo eso, sino que también reflejan nuestros desequilibrios, el despilfarro de nuestros desperdicios y los conflictos urbanos. Como el canario de la mina. En las autopsias que se practican a los mamíferos que a veces se capturan en la ciudad, explica al autor, se pueden ver tanto los alimentos, como las enfermedades urbanas y las consecuencias de nuestra expansión en el mundo que nos rodea.
Vivimos en un mundo en que el saber tiene que tener siempre un impacto mediático o una utilidad política o económica y cuando alguien se dedica al saber por el saber, fracasa
Pero para Garrigasait, el profesor Garom también encarna otra cosa: "hay un tipo de persona a quien interesa estudiar alguna cosa de una manera pasional y muy vivida, que yo creo que hoy día no acaba de encajar," afirma, y eso que "es la encarnación más bonita del saber". Critica la "burocratización" de la universidad y su fijación por las publicaciones: "vivimos en un mundo en que el saber tiene que tener siempre un impacto mediático o una utilidad política o económica y cuando alguien se dedica al saber por el saber, fracasa cuando se encuentra con estos requisitos", añade.
Profecia también aprovecha para satirizar el mundo de la política y retrata su impotencia a la hora de cambiar ciertos aspectos de la realidad
Profecia también aprovecha para satirizar el mundo de la política y retrata su impotencia a la hora de cambiar ciertos aspectos de la realidad, a pesar de cuyos planteamientos ambiciosos se hace gala. Garrigasait señala que muchas veces los grandes discursos y relatos que se utilizan son en realidad las formas de este universo de cargos y poder de protegerse de ellos mismos o del público, más que no la verdad. Un planteamiento que encarna perfectamente Hèctor Graus, teniente de una alcaldía preocupada por hacer ver que hace alguna cosa para solucionar el problema de los jabalíes, pero sin paciencia para pararlo de verdad.
Profecías bíblicas
Aparte del interés biológico, Profecia también explora el mundo del Antiguo Testamento y las lenguas semíticas, la herencia que Judit, la madre de la Dèbora, dejó al personaje. La Dèbora las estudia en la universidad y aprende a mirar el mundo que la rodea a través de las historias Bíblicas y la idea de que "hay palabras que contienen el futuro".
"La Bíblia es un texto que a menudo nos parece muy brutal", afirma Garrigasait. "Tenemos la sensación que está muy cerca de la salvajada, pero al mismo tiempo hace un gran esfuerzo por alejarse de la violencia, para poner límites y dictar normas", explica. "Eso me iba perfecto para construir al personaje de la Dèbora". Golpeada por la muerte de su madre, arrastra la pérdida y la transforma a través de una violencia inusitada contra aquellos quienes tiene más cerca.
A pesar de la presencia de la plaga que se traga la ciudad, no estamos ante una novela distópica
A pesar de la presencia de la plaga que se traga la ciudad, no estamos ante una novela distópica. Tampoco lo cree Garrigasait que defiende que, jabalíes aparte, es una novela "que habla de relaciones humanas o cuestiones que son realistas". No hay, en este caso, mundos que se hunden por la sobreexplotación ni lecciones morales a través del fracaso de una sociedad. Simplemente la expansión caótica y sin más sentido de una plaga, destinada a tragárselo todo.
A veces no somos nosotros los que recuperamos la naturaleza, sino que es la propia naturaleza la que recupera aquello que considera se sienta
Garrigasait también responde sobre si escondido tras la trama hay el deseo creciente de recuperar el contacto con la naturaleza que parece renacer ahora por todas partes. "Este es un fenómeno que está en nuestro mundo". Puntualiza, sin embargo, que en realidad es "típicamente urbano" y que viene de una sensación de pérdida. "La poesía bucólica nació así en la ciudad de Alejandría, de imaginarse pastores felices en el campo que tocaban la flauta," recuerda, "pero no conocemos la dureza del campo". I Profecia, con un rico paisaje humano de conflictos y enquistados y de humanidad desnuda, nos brinda también otro sabio recordatorio: a veces no somos nosotros los que recuperamos la naturaleza, sino que es la propia naturaleza la que recupera aquello que considera suyo.