Córdoba (Corona castellanoleonesa), 22 de diciembre de 1504. Hace 520 años. Llano del Marrubial, extramuros de la ciudad, junto a la Puerta de Plasencia. El canónigo eclesiástico Diego Rodríguez de Lucero, jefe local de la Inquisición y llamado popularmente Lucero "el Tenebroso", ordenaba el encendido de una hoguera que quemaría a 107 personas. Aquella hoguera sería la más mortífera de la historia inquisitorial. Pero no era la primera, ni sería la última. Solo entre 1501 y 1504, y solo en Córdoba, el mismo Lucero el Tenebroso había ordenado quemar a 157 personas más en tres autos de fe (13 de febrero de 1501, 20 de febrero de 1501 y 30 de abril de 1502). La Inquisición había sido instaurada para erradicar las prácticas del judaísmo y del islam. ¿Pero era este el verdadero propósito de aquellas grandes hogueras?
¿Quiénes eran los condenados por Lucero el Tenebroso?
Entre 1501 y 1504, Lucero el Tenebroso había ordenado la detención de más de 1.000 personas. Detenidos y acusados de la práctica —oculta— y el proselitismo —clandestino— de la fe mosaica; interrogados, torturados y recluidos en el alcázar, y, en muchos casos, condenados a morir en la hoguera. Pero los registros documentados que sobrevivieron a la destrucción posteriormente ordenada por la monarquía hispánica (1 de junio de 1508), revelan que las víctimas del Tenebroso no eran exclusivamente judeoconversos o descendientes de judeoconversos (miembros de las élites mercantiles urbanas de la Baja Andalucía, e, incluso, de ciudades de la meseta castellana), sino que también había muchos elementos de las oligarquías nobiliarias locales, cristianos viejos que no tenían ninguna conexión cultural, religiosa o genética con la antigua comunidad judía castellanoleonesa.
¿En qué contexto se desarrolló aquel clima de terror?
El profesor Manuel Peña Díaz (Universidad de Córdoba) sitúa y explica aquellos hechos en un contexto marcado por las fuertísimas tensiones personales y políticas entre los Reyes Católicos. Según el profesor Peña, el Católico y sus cancilleres perseguían la erosión de la nobleza aristocrática castellanoleonesa. Fernando era un monarca de ideología preabsolutista, y con anterioridad —con la Revolución Remensa (finales del siglo XV)— ya había liquidado a la nobleza aristocrática catalana. Mientras que la reina Isabel y sus cancilleres protegían a este corpus aristocrático, pues eran los que, en buena parte, le habían apoyado en su particular carrera al trono cuando —a la muerte de su hermanastro Enrique IV (1484)— compitió con su sobrina Juana —la hija del difunto y mal llamada "la Beltraneja"— para ceñirse la corona.
¿Para quién trabajaba Lucero el Tenebroso?
El profesor Peña destaca que Lucero el Tenebroso no habría podido desplegar aquella oleada de terror sin el apoyo de Diego de Deza y Tavera, arzobispo de Sevilla e inquisidor general de la monarquía hispánica, y el del rey Fernando el Católico. Por lo tanto, el eje Fernando>Deza>Lucero demuestra que aquel operativo tenía un propósito represivo y un objetivo político. Los hechos que se producen antes y después de la masacre de 1504 lo confirman. Cuatro semanas antes, moría la reina Isabel (26 de noviembre de 1504) y se perpetraba la hoguera más mortífera de la historia inquisitorial. Y un año después de la muerte de la Católica, su hija Juana —mal llamada "la Loca"— y su yerno Felipe —llamado "el Hermoso"— hacían efectivo el testamento de la difunta (24 de noviembre de 1505), marginaban a Fernando y el escenario de terror se relajaba notablemente.
Las víctimas de Lucero
Las denuncias contra las arbitrariedades de Lucero se documentan desde su llegada a Córdoba (1501). Y son siempre enviadas a la cancillería real. Una vez muerta Isabel (1504), se envían a la cancillería de Juana y Felipe (1504-1506). Pero, una vez muerto Felipe en extrañísimas circunstancias —muy probablemente envenenado por su suegro Fernando (1506)— y recluida y marginada Juana, las denuncias van a parar a manos del Católico, convertido en regente de Castilla. Una de esas denuncias (15 de septiembre de 1507) dice, en relación con Lucero el Tenebroso, que: "Y por haber una hija de Diego Celemín que era muy hermosa, porque sus padres y esposo no se la quisieron dar, los quemó a los tres, y ahora tiene un hijo en ella, y la tuvo mucho tiempo en el Alcázar por manceba".
Más víctimas de Lucero
Otra denuncia datada en el mismo pliego de quejas, dice: "Lucero requirió de amores a una mujer de Julián Trigueros y prendióla porque se le defendió, y su marido que era cristiano viejo sin ninguna otra mezcla (sin origen judío o morisco) fue agravado y pidió justicia a vuestra alteza (el rey-regente Fernando el Católico), y vuestra majestad lo remitió al arzobispo de Sevilla (Deza) y le encomendó mucho su justicia, y el arzobispo lo remitió al Lucero, y él vino a proseguir su causa, y llegó a Córdoba un miércoles y el sábado de la semana siguiente Lucero lo hizo quemar con otros, y quedóse con su mujer de manceba". Los casos Celemín, Triguero o tantísimos otros documentados en aquellas dramáticas denuncias ilustran a la perfección la impunidad con la que se movían todos los elementos que formaban parte de aquella sórdida cadena de criminalidad.
Pero, ¿quién iba por sistema a la hoguera?
El Tribunal del Santo Oficio, en realidad, fue un organismo judicial al servicio de la monarquía hispánica, destinado a la persecución y la liquidación física de los disidentes políticos del régimen. Y sus oficiales fueron una policía patriótica con patente de corso para atemorizar, secuestrar, saquear y asesinar impunemente. En las hogueras de la Inquisición quemaron a toda la nómina de personas consideradas disidentes del régimen hispánico: científicos, médicos, librepensadores, homosexuales, lesbianas y reformadores religiosos. Pero también fue una máquina de criminalidad que se ensañó, especialmente, con los judeoconversos, saqueados y asesinados en todos los dominios de la monarquía hispánica. Uno de los casos más conocidos sería el de la familia de Joan Lluís Vives, en la ciudad de València.
Crímenes impunes
Tras la muerte de Felipe el Hermoso (1506), Fernando el Católico volvió a Castilla, pero no como rey, sino como regente, y dejó en la estacada a sus antiguos colaboradores. El 10 de julio de 1508, una asamblea inquisitorial reunida en Burgos y denominada Católica y Venerable Congregación acusaba a Lucero de apropiación indebida del patrimonio de sus víctimas judeoconversas. Fue interrogado, pero nunca fue procesado, porque con los saqueos había adquirido una canonjía en la catedral de Sevilla —a la sombra de su patrón Deza—, que le permitió burlar la acción de la justicia. Solo fue cesado. Nunca pagó por sus crímenes. Ni él, ni Deza, ni ninguno de los elementos que formaban parte de aquella cadena de criminalidad. Murió, plácidamente, en su cama, un cuarto de siglo más tarde, el día de los Sants Inocentes de 1534. Hace 490 años.