Si a mediados del siglo XVII hubiera existido Twitter, posiblemente Francesc Vicent Garcia (Tortosa 1579 - Vallfogona de Riucorb 1623) habría sido uno de los tuiteros más famosos del país. Un hater en toda regla, amante del sarcasmo, la crítica permanente y el uso afilado de una lengua capaz de transformar la grosería en un arte. Dicen que la misma foto que en Instagram tiene centenares de elogios puede provocar decenas de críticas en Twitter, quizás por eso el Rector de Vallfogona hubiera acumulado miles de retuits día tras día: porque en el fondo, el pesimismo del barroco y nuestra realidad actual no sólo son comparables, sino que además en los dos casos sólo la ironía y la sátira nos permiten no tener ganas de estar todo el día tuiteando que el mundo es, hablando claro, una mierda.

Un grabado del Rector de Vallfogona, posiblemente el autor catalán más importante del Barroco literario en nuestro país. (Wikipedia)

Lo món, que romput està, ans que del tot se desfile

Precisamente ha sido gracias a la mierda que el Rector de Vallfogona ha pasado a la historia por ser un mosén verde que escribía poemas eróticos y a quien, sobre todo, le encantaba poetizar el arte de ir de vientre. En un país como Catalunya, donde el caganer es una figura icónica, los lavabos de muchos bares se llaman "Can Felip" en honor a un Borbón y hablar de escatología es una actividad que nos gusta casi tanto como comentar la previsión meteorológica, no es extraño que de la obra de Francesc Vicent Garcia sólo se acuerde eso: el legado del vallfogonisme, es decir, un finísimo estilo para poetizar el acto de cagar. El Rector de Vallfogona, sin embargo, fue hijo de un tiempo y de un país donde la realidad era comprendida como un teatro donde cada uno tiene un triste papel asignado por Dios, por eso, más allá de los poemas escritos desde el lavabo y de algunos sonetos que friegan la pornografía, obras como "Desengany del món", un extensísimo poema con referencias a la variabilidad de la fortuna, la evidencia de la fe construida a base de falsas apariencias o el desengaño ante la vida, son el legado que hay que reivindicar del más grande autor catalán de la tan poco afortunada Decadencia de las letras catalanas.

¿De qué desengaño habla, sin embargo, el autor? Estamos en el siglo XVII y nos encontramos inmersos en una época en la cual, políticamente hablando, Europa está cosida de guerras entre naciones y reinos. Por si no fuera suficiente, la desigualdad social se acentúa a unos límites abismales, con una sociedad anclada todavía en la era postmedieval del s.XIV. En Catalunya, además, la monarquía castellana de los Àustrias aglutina un poder tan mayúsculo que no hace sino alejar la lengua catalana de la Corte y las élites de poder. Y para acabar de adobarlo, intelectualmente hablando, el humanismo es un fantasma que vaga moribundo después de haber pregonado una armonía y perfección del mundo que ha fracasado. En efecto, el hombre no se ha convertido en la medida de todas las cosas, por eso la suma de todos estos factores se aglutinan en un pesimismo intelectual del cual bebe no sólo a Francesc Vicent Garcia, sino también a toda la tropa de escritores españoles de su generación, como Quevedo, Góngora, Calderón de la Barca o Lope de Vega: una postura de desengaño absoluto ante el presente que les rodea.

A pesar de su enorme calidad literaria, reivindicada por autores como Bartomeu Rosselló-Pòrcel, Francesc Vicent Garcia ha pasado a la historia por los versos donde describía lo que hacía en letrinas como esta. (Pixabay)

I així aniràs tal vegada belles coses descobrint

Si el mundo se va al garete, como mínimo describámoslo con precisión. A "Desengany del món", una obra que si se escribiera hoy tendría que decir "Abro hilo" al final de la primera estrofa, el Rector usa en las primeras estrofas la figura de la musa Talia para invocar la comedia de la que quiere ayudarse y nos presenta la retahíla de temáticas y elementos que podríamos juntar dentro de este desengaño vital: la fortuna, los elementos que conforman la sociedad, el escepticismo ante la vida, la fugacidad del mundo, el destino después de la muerte, etc. Todo, sin embargo, sin remitirse a la hipérbole o la exageración de aquello que observa, tal como dice: "todo se me representa en su natural figura". Este camino áspero del desengaño del cual habla ("y seguís el dulce engaño/ mientras yo del desengaño/ el áspero camino seguiré") va estrechamente ligado al destino, la fortuna de los hombres y la irreversible desigualdad entre los que nacen hijos de un barón o de un príncipe y los que nacen hijos de un campesino analfabeto que trabaja la tierra de un Señor a cambio de cuatro reales.

El juego de contrastes entre riqueza y pobreza se ejemplariza en el repaso que el autor da de la sociedad del momento, de la cual no se salva ni la clase acomodada ni el Consell de Cent o la Diputació: un "mundo roto y desgobernado" heredero de una nobleza que se hunde y de una hipocresía imperante por todas partes que ha provocado el desgobierno de la vida pública. El uso del maquillaje o el adorno innecesario en las niñas pequeñas a quienes su madre ya maquilla el rostro, por ejemplo, son también un tema del cual Garcia habla para acabar criticando la cobardía de una sociedad de que prefiere encoger la cabeza bajo un rostro falso que no, como hace al Rector, enfrentarse delante de un espejo para afrontar la fealdad y heridas que llenan el rostro del mundo. Y al lado de este haterismo desbocado, pasajes llenos de lucidez y seriedad, como los versos que ocupan su preocupación por la fugacidad de la vida y el destino que le deparará la muerte o su reflexión sobre la figura del amor y las mujeres en un caso sacerdotal como el suyo.

Un poema vallfogonesco en las paredes de Vallfogona de Riucorb (Conca de Barberà), municipio donde vivió y murió Francesc Vicent Garcia. (Wikipedia)

Tothom és fill de ses obres: ara siam rics o pobres a l'altre món nos veurem

Después de haber se literalmente cagado en todo, el poema acaba con una enésima demostración de sátira cuando el Rector vuelve a introducir a la musa Talia al texto diciéndole que, si quiere igualar el mundo, vale más dejarlo tal como está. Al final, reduciéndolo de forma sencilla, Francesc Vicent Garcia no hace nada más que usar la poesía para reírse de aquello que sin la poesía le haría llorar, poniendo la sátira al servicio de lo que no reluce y escribiendo versos de lamento disfrazados de irónicas sonrisas. Queda claro, pues, que la esperanza de poetas como él, hace más de tres siglos, era refugiarse en la poesía para olvidar un mundo devastado y tener fe en Dios para asegurarse el consuelo divino después de la muerte. ¿Pero y nosotros, humildes followers de Twitter, qué tenemos? ¿Somos más barrocos que los hombres del Barroco?

Ya sea debido al progreso de la ciencia, al desfallecimiento del dogma cristiano o a la facilidad para entender el mundo en su casi totalidad, el mundo en el siglo XXI es un desengaño en el cual queremos aferrarnos a la vida sencillamente porque sabemos que, más allá de ella, no hay nada más. La muerte es el final, obviamente, pero a diferencia de hace tres siglos, significa el final de todo, ya que nuestra Parca particular es un WhatsApp con malas noticias, un nuevo drama a los informativos o el resultado negativo de una prueba médica donde un médico nos informa de que dentro de nuestro cuerpo alguna cosa no funciona como es debido. Allí donde antes decíamos que Dios hacía de director de obra en el teatro de la vida, pues, ahora decimos "destino" o "azar", por eso la esperanza ha dejado de ser una cruz de madera colgada en la pared de una habitación como la del Rector de Vallfogona para ser una tarjeta de crédito con saldo disponible. Este es nuestro doble desengaño: la frustración de un futuro eterno que no conoceremos sumada a la desesperación de un presente donde somos esclavos de aquello que no poseemos.