Regina Rodríguez Sirvent es una fiera natural como la vida misma, una verborrea con patas, un terremoto que no avisa, de esas tipas simpáticas y sin filtro que no hacen distinciones entre lo que dicen y lo que callan. Regina Rodríguez Sirvent es toda genia y figura, y tiene el don de hacerte sentir como en casa, porque le interesa tanto la vida que no quiere perderse nada. Lleva desde septiembre siendo una de las autoras más vendidas aunque muchos no la conozcan, pero la resaca del éxito de Les calces al sol (La Campana) le marca un brillito en los ojos que —me temo— siempre la acompaña.
Regina tenía 23 años cuando se fue a Atlanta a hacer de au-pair para una familia ultra intelectual sin tener ni puñetera idea de inglés ni del futuro, perdida hasta el fondo, y ahora tiene casi cuarenta, un negocio de tours gastronómicos para americanos de bien que quieran saber lo que es el buen comer y un libro donde ficciona su experiencia bajo el alter ego de Rita Racons. Así es ella, de hacer all-ins todo el rato. Y por eso ha sorteado la presión individual y colectiva, los ataques de ansiedad y la incertidumbre de estar a 17.000 kilómetros de los suyos con alegría, poniendo en jaque todos los infortunios de una generación abocada a la vorágine. Es un rayito de esperanza para almas descarriadas y dubitativas, una excepción maravillosa. Dice que escribe en los bares del mundo porque la casa la expulsa. Y que necesita querer mucho lo que hace porque no está para perder el tiempo.
La novela ha interesado y enganchado el público pero explica una realidad cotidiana sin demasiados giros de guion.
Porque yo creo que empatizas rápido con Rita. Está muy por perdida y es una cosa que todos entendemos. Ves que ella lo intenta y lo intenta, y quieres que triunfe. También está explicado de una forma dinámica y que pasa rápido. No he querido caer en el drama más drama, ni en ser pesada, ni demasiado poética o demasiado barroca. He intentado ser fiel a la voz que tendría la protagonista y a mi voz. Y porque todos sabemos qué es el ridículo, no hace falta que te vayas a la otra punta del mundo para saberlo y para sentirte estúpida.
En la novela dejas claro que te marchas para encontrarte a ti misma pero no qué pasa cuando vuelves de Atlanta.
Divago mucho. Hago trabajos muy diferentes. Una amiga mía me preguntaba que cómo había tenido siempre tan claro que esta novela era la novela que tenía que escribir. El caso es que he estado tan perdida a mi vida, pero tan perdida, que cuándo de golpe estás en un lugar al que sientes que perteneces, como para mí fue el Ateneu Barcelonès, sientes que el proyecto tiene sentido. Entonces lo vi clarísimo.
Has convertido el drama de una generación en una comedia irónica.
A mí no me gusta decir que es una comedia, sino una novela que te puede hacer reír. Me sale así. Necesito pasármelo muy bien escribiendo, que pasen muchas cosas y que haya luz al final. Y crear un universo donde querría quedarme siempre. Hay ciertos capítulos donde me quedaría a vivir.
Las personas valientes son las que no tienen claro qué hacer y se detienen
¿En la vida te lo sueles tomar todo así de bien?
Absolutamente, no soy nada dramática y soy un desastre total, pero es como aprendes de la vida. ¿He ido a parar a una casa de intelectuales en Atlanta? Pues venga, a ver qué pasa. ¿Cuál era la alternativa? Yo no quería volver. Un valor seguro era aprender inglés y lo luché mucho, sufrí mucho, pero me ha valido mucho la pena. Un año te pasa volando y no es nada.
Pero Rita sufre un ataque de ansiedad bastante fuerte por no saber hacia dónde tirar. ¿Tú viviste mucho esta presión?
Es inherente a nuestra generación. Somos la generación que lo tenemos absolutamente todo, y tenerlo todo es agorafóbico. Y más en Humanidades. Es tanto que la presión es enorme, sobre todo cuando la inercia te invita a acabar la carrera y hacer un máster. Creo que las personas valientes son las que no tienen claro qué hacer y se detienen. Y cuesta mucho hacer eso, porque la gente habla. Yo sentía que podía y quería hacer muchas cosas, y que tenía mucha fuerza para decir muchas cosas, pero no sabía qué. Para mí era muy importante poner este ataque de ansiedad, porque cuando lo dije en voz alta resulta que todo el mundo había tenido uno, pero antes nadie lo decía. Por eso dije: si esta novela la acaba leyendo alguien que pasa por lo mismo, quiero que vean que en aquel momento piensas que te mueres pero que al final lo puedes gestionar.
No se hablaba demasiado de salud mental a principios de los 2000.
Yo no conocía a nadie que fuera al psicólogo, pero después de este ataque de ansiedad vi que necesitaba gestionar toda esta fuerza y este desorden. Yo siempre invito absolutamente a todo el mundo a que vaya, la mejor inversión que puedes hacer en tu vida es en ti misma. ¿Sabes estas estructuras mentales que tú te pones en la cabeza y a partir de aquí tomas decisiones vitales? Pues yo en algún momento había leído que los hermanos Coen habían hecho sus primeras pelis con 12 años. Yo tenía 26 y sentía que iba tarde para todo, y acabas descartando cosas por esta tontería. Supongo que tenía que hacer todo este recorrido para encontrarme súper bien conmigo misma y decir: ahora es el momento de escribir esta historia aunque pasara hace quince años.
¿Te ha mortificado mucho el síndrome de la impostora en este proceso?
No me he sentido impostora y he luchado todos estos años por no sentirme así. Podía ser que esto no me lo publicara nadie, pero ya que iba a invertir años escribiéndolo, quería que fuera un buen viaje para mí. Me siento propietaria absoluta de esta historia, de habérmelo currado, no solo con la historia, sino una vez publicas. He picado mucha piedra para intentar hacerme un sitio y para salir en medios, y no es fácil.
Otra vez la presión.
El día de la presentación era la primera vez que hablaba en voz alta sobre esta historia delante de gente y no sabía qué discurso quería pronunciar. Pero entonces pensé que si había publicado era porque la única fidelidad era haber sido absolutamente fiel a mí misma, al cien por cien. No quiero pretender ser nadie que no soy, porque esta historia es mi pura esencia.
No me he sentido impostora; me siento propietaria absoluta de esta historia y de habérmelo currado
Tú viviste la experiencia de au-pair cuando todavía no había Instagram o Twitter. Tengo la sensación que sigues igual de alejada del peso comparativo que hay, también en el mundo literario.
Supongo que la comparativa me la encontraré si publico una segunda novela. Pero también me tengo que blindar.
¿Te asusta?
Claro, hay una alerta que no existía. Pero cuando me he puesto a escribir me reencuentro con esta felicidad y con estas ganas. Yo vengo aquí y me pongo a escribir, y no puedo ser más feliz. Intentaré recrear qué es lo que gusta de Les calces al sol, pero intentaré abstraerme y liberarme de qué espera el público.
Me gustaría hablar del personaje de Roberta. Siento que es el típico personaje que todos querríamos tener en nuestra vida para que nos guiara en momentos de crisis existenciales. En Catalunya no se estila mucho la figura del mentor/a.
Cuando estaba tan perdida pensaba lo mismo y al final te das cuenta de que el mentor en realidad eres tú misma. Yo tuve esta chispa que es Roberta —que existe, pero en realidad es un hombre blanco que se llama Robert— y que me dijo que había visto alguna cosa en una redacción nefasta que había hecho. Él plantó la semilla pero quien la hace crecer y quien la lucha eres tú. Quien se lo curra es uno mismo. También es verdad que había tenido muchos profesores en mi vida que me habían tenido muchos más años, y nadie nunca, nunca, nunca, nunca, nunca me dijo nada. Odio generalizar, pero los americanos tienen y sienten una energía que propagan, ¿sabes? Aquí somos más austeros, sentimos más al impostor.
¿En qué sentido?
Allí las escuelas son muy importantes y se lo toman muy seriamente. Hay mucha implicación del profesorado. Hablo de mi generación, no querría, ni mucho menos, menospreciar uno de los trabajos más chungos e importantes de nuestra sociedad en la actualidad. Pero lo que yo quería explicar con Roberta es que tienen este amor por la educación, sobre todo en las universidades, que son mucho más personales que aquí. Yo hice Psicología en la Universitat Autònoma y éramos 400 tías. Y cuando iba al cole, la forma de enseñar era inmediata, no se valoraba tanto el proceso de aprendizaje ni que pudieras experimentar con tranquilidad. Y volví un poco con esta paz de dedicarme tiempo, explorar y no querer ir tan rápido.
Y la yaya hace de contrapeso generacional que te dice que te atrevas a hacer todo aquello que ella no pudo.
La yaya es la personificación de toda mi familia y pude hacer este viaje sabiendo que siempre tendría una red dónde volver. También representa todo lo que nosotros nos podemos permitir y ellas no: su único lujo era sobrevivir. Nosotros estamos en el otro extremo. Y otra vez el peso de nuestra generación: tú que tienes el mundo a los pies, ve y explóralo. Con el paso del tiempo también romantizas un poco el pasarlo mal, pero en aquel momento solo piensas que siempre puedes volver a casa.
A la yaya la haces hablar siempre en castellano, pero traduces todo el resto de interferencias idiomáticas. ¿Por qué escogiste hacerlo de esta manera?
Para ser lo más catalán posible, en la editorial me dijeron si a la yaya la podía hacer hablar en catanyol, y dije que ni de coña. La yaya tenía que ser andaluza. Y la fuerza que tiene es que no sabe catalán después de 70 años viviendo en Catalunya.
Si crean esta presión por un catalán absolutamente impecable, puede pasar que alguien que está 50%-50% catalán-castellano hable directamente en castellano para no entrar en ningún pitote
Supongo que estás al corriente de la polémica de Consum preferent, de Andrea Genovart. Muchas voces críticas se le han tirado encima por utilizar el castellano en una novela en catalán.
Me parece horrible.
¿Te has encontrado con opiniones similares por haber utilizado el castellano en Les calces al sol?
Absolutamente nadie durante estos ocho meses me ha dicho nunca nada al respecto. Y cuando lo escuché de Andrea... No la conozco, pero le quise enviar un audio para decirle que la apoyaba 100%. Me parece un error, porque si no nos permitimos estas licencias, lo que haremos es que la gente se cierre en banda. Si crean esta presión por un catalán absolutamente impecable, puede pasar que alguien que está 50%-50% catalán-castellano hable directamente en castellano para no entrar en ningún pitote. Y en este mismo sentido, Andrea se ha atrevido a escribir una novela en catalán y quizás la próxima vez dirá de hacerlo en castellano. Lo que sí que encuentro de una aberración absoluta es que la gente opine con estas malas maneras sin habérselo leído. Con respeto —que no hubo— todo el mundo es libre de opinar, e incluso entraríamos en un debate que me parece interesante, pero ni mucho menos de esta manera. No hace falta tanta malicia.
¿Te ha plantado la semilla de la duda, a ti?
Me hizo pensar, no solo en mi novela. Nuestros padres no han ido a la escuela en catalán, por mucho que lo hablen. Hay expresiones que están vivas y que las adoptamos. En la segunda novela habrá mucha nacionalidad, también diferente, y tendré que pensar como hacerlo. Son retos que no son fáciles de resolver. De hecho, de las cosas que me siento más orgullosa de Les calces es de este recurso que encontré de cómo ella entendía el inglés [utilizando palabras inconexas en catalán para representar la incomprensión de la lengua inglesa]. Pero yo no tendré problemas en poner expresiones en castellano.
¿Es difícil ganarse la vida como escritora en Catalunya?
Absolutamente. Me dicen que he tenido mucho éxito. ¿Pero de esto puedo vivir bien en Catalunya? Y la respuesta es no. Quiero decir, se tienen que vender muchos libros. ¿Que después lo traduces y haces peli? Ya es otra cosa.
He leído alguna cosa de Matt Damon...
Yo sueño muy en grande. Hace un año conocí a una pareja de Estados Unidos y durante el tour hablé de la peli de El indomable Will Hunting, porque mucha gente me ha dicho que el discurso que tienen Matt Damon y Robin Williams delante del lago les ha recordado a un discurso que tiene Rita con Roberta en el libro. No sé por qué me salió aquel día después de haber hecho 800 tours en mi vida. Y justo el hombre me dijo que Matt era uno de sus mejores amigos. Yo entré en shock absoluto, y me dijo que cuando lo tuviera en inglés se aseguraría que lo leyera. Cuando fui a los Estados Unidos en diciembre hice dos cajas: una para la pareja amiga y una para Matt Damon. Dentro había el libro, unas bragas de una mercería de Gracia, los dos capítulos, el abstract y una carta titulada Dear Matt.
Les dije que le dijeran a Matt Damon que era cosa del destino. Y él dijo: "Nadie tendría que poner a prueba el destino. Envíame la caja". Y esta caja está en la cocina de Matt Damon
¿Qué le decías?
La verdad: que he visto todas sus películas y que por el aura de lo que a él le gusta producir, creo que sería perfecto. Le decía que estas cosas no pasaban porque sí y que si nos habíamos conocido así era cosa del destino, y también le dije a la pareja que se lo dijeran. Esto es muy yanqui pero yo también lo creo. Me explicaron que se habían puesto en contacto con Matt y él dijo: "Nadie tendría que poner a prueba el destino. Envíame la caja". Y esta caja está en la cocina de Matt Damon.
¿Y por qué crees que podría funcionar una película de Les calces al sol a la americana y con el sello Damon?
A los americanos les importa mucho lo que pensamos los europeos. Son los reyes del mambo, pero ellos saben que todo el mundo se piensa que son idiotas y que se parecen a los Simpson. Son muy conscientes de la imagen que desprenden y saben que ellos no han creado la cultura. Pero mi novela rompe este cliché. Yo descubro el amor por el arte y la literatura no solo en los Estados Unidos, sino en el sur de los Estados Unidos, que es todavía una zona absolutamente segregada, racista y súper tradicional. Mi sueño americano lo consigo lejos de Europa, de donde representa que yo tendría que haberlo aprendido todo, y lo descubro allí. y ellos flipan con eso.