No nos engañemos: a pesar de ser una película reivindicable, probablemente no tan buena como algunos se han apresurado a apuntar en los últimos tiempos, pocos recordarían aquella cada vez más lejana versión cinematográfica del cómic de James O'Barr si no fuera por el misterioso accidente que mató a Brandon Lee, su protagonista, en pleno set de rodaje, ocho días antes de acabar su trabajo.
El hijo del mítico Bruce Lee seguía los trágicos pasos del padre y nos dejaba demasiado pronto, en unas circunstancias que permitían tantísima literatura a los amigos de las teorías conspiranoicas. El joven actor, solo tenía 28 años, sufrió una serie de desafortunadas irresponsabilidades encadenadas, despistadas decisiones que acabaron con un tiro en el abdomen del actor procedente de una pistola que se suponía descargada.
Unos hechos que, no hace mucho, el año 2021, tuvieron una desgraciada réplica con Alec Baldwin disparando y matando a la directora de fotografía Halyna Hutchins durante la filmación de Rust. Cosas que pasan, negligencias con consecuencias catastróficas e irreparables, que, en el caso de Brandon Lee, alimentaron razonamientos tan marcianos como los que, veinte años antes, habían tratado de explicar la muerte de su padre, con 32 años y muchísimo camino por recorrer: que si mafias chinas, que si maldiciones ancestrales, las leyendas urbanas mezclaban a la perfección con las muertes prematuras de los Lee, padre e hijo.
Una solemnidad ridícula
Pero no nos despistemos, porque aquí hemos venido a hablar de una película que llega a los cines este fin de semana: El Cuervo es la nueva adaptación del cómic de James O'Barr, ya llevado al cine por Alex Proyas el año 1994: convertido en filme de culto y título esencial para la cultura pop debido a las extracinematográficas razones que acabamos de explicar, aquel El Cuervo era un gótico cuento sobrenatural de revancha con un protagonista retornado del Más Allá, con una puesta en escena hiperestilizada y una notable dirección artística, con un actor carismático y una banda sonora bien aliñada de clásicos musicales dark (de Nine Inch Nail a The Jesus and Mary Chain, pasando por The Cure). Muy potente estéticamente y visualmente, explicaba la historia de una pareja asesinada cuando estaba a punto de casarse, y de la venganza que él emprendía, resucitado de entre los muertos y con superpoderes, guiado por un cuervo, y con el amor real y puro como motor.
El titánico naufragio de este El Cuervo se explica, por encima de todo, en su ridícula solemnidad
Esta nueva propuesta no cambia mucho la premisa: a veces la gente muere en circunstancias tan tristes que su alma no puede descansar, de manera que un cuervo les conduce de vuelta a la tierra de los vivos para enmendar las cosas. Es evidente que, afortunadamente (porque aquí no le deseamos la muerte a nadie), El Cuervo 2024 pierde el componente trágico real que convertía la versión de 1994 en una experiencia emocionalmente devastadora. Pero también es cierto que, más allá del esqueleto narrativo, el camino que lleva a los personajes a hacer lo que hacen es completamente absurdo: el demencial guion añade cambios gratuitos. Hace que aparezca un malo (Danny Huston haciendo de Danny Huston) que literalmente se ha vendido el alma al Diablo, incluye un largo acto en un centro de rehabilitación para adictos convertido en una prisión con un sistema de seguridad de la señorita Pepis e incorpora escenas románticas entre la pareja protagonista que parecen sacadas de un anuncio de colonia que nadie se compraría. Que no falten unos cuantos planos cenitales de noches lluviosas y un uso puntual de la cámara lenta que no tiene ningún sentido. Y, por fin y cuando ya nadie daba un céntimo, un (no tan) divertido clímax en la ópera que parece inspirado por la icónica El Padrino, con el antihéroe emo armado con una katana, descuartizando un interminable número de sicarios, que, contrastando con el grave tono del conjunto, se acerca más bien a una escena justificadamente eliminada de John Wick o de Deadpool.
El gran problema de El Cuervo 2024 ya no es que el talento del cineasta británico Rupert Sanders (autor de joyitas como Ghost in the Shell o Blancanieves y la leyenda del cazador) esté a años luz del de el estiloso Alex Proyas, uno de los indiscutibles referentes surgidos del mundo de los videoclips y autor de un clásico de la sci-fi como Dark City (1998). Tampoco es que el pobre Bill Skarsgård (conocido como el payaso Pennywise de la terrorífica It, e hijo del gran Stellan Skarsgård), que aquí comparte protagonismo con la cantante FKA Twigs, tenga que esforzarse por luchar contra la alargada sombra de Brandon Lee con cero posibilidades de hacerlo olvidar. Ni tal solo que la reinvención de las novedades que incluye el guion no se aguanten por ningún sitio, que el filme tenga ritmo de tortuga coja, o que la historia de amor bigger than life que tendría que justificar el relato tenga el alcance emocional de un anuncio de patatas fritas con sabor de jamón (cuenta con algunas líneas de guion que ponen los pelos de punta: "el enemigo del amor no es el odio, es la duda", escucharemos decir a uno de los personajes).
La película se toma tan seriamente a sí misma que provoca involuntarias carcajadas constantes
El titánico naufragio de este El Cuervo se explica, por encima de todo, en su ridícula solemnidad, porque la película se toma tan seriamente a sí misma que provoca involuntarias carcajadas constantes. Más allá de dudar seriamente sobre la conveniencia de rehacer una película ya icónica, esta nueva versión tiene bastante luchando contra su propia mediocridad.