"En Dune se habla de política y de religión, de los peligros de las figuras mesiánicas, del impacto de la colonización y de los problemas medioambientales", explicaba el director canadiense Denis Villeneuve en la multitudinaria rueda de prensa que le dedicaba hace unos días el Festival de Venecia, donde presentó su aproximación cinematográfica al clásico de Frank Herbert (que ahora publican en catalán las editoriales Mai Més y Raig Verd) y que el viernes llega a las salas de cine.
La ciencia-ficción como campo para correr y tocar cualquier tema, con la excusa (o el disfraz) de las naves espaciales y las batallas a muerte. Villeneuve es valiente: no hace tanto sufrió las iras de los fundamentalistas de Blade Runner cuando se atrevió a rodar una secuela, fallida ya antes de estar acabada, aunque él se sienta orgulloso, o eso dice cuando se le pregunta.
Y ahora osa hacerse suya la relevante saga literaria de Frank Herbert, ya llevada al cine por David Lynch en los años ochenta, que también asegura la insatisfacción de una legión de seguidores que nunca acabarán de estar contentos.
Rozando el ridículo
Si comparamos las dos versiones (hay una más, hecha para televisión el año 2000, que tampoco pasará a la historia), no hay color. Vista hoy, y a pesar de la etiqueta de filme de culto que algunos le cuelgan, el Dune de 1984 roza el ridículo en casi cada una de sus secuencias.
El propio Lynch ha renegado siempre de ella: "Estoy orgulloso de todas mis películas excepto de Dune, que me provocó una tristeza enorme", decía no hace mucho en una sesión de preguntas con fans organizada por su canal de YouTube. Y continuaba, dando el gran motivo de esta sensación: "Perdí el control creativo y tampoco tuve el presupuesto que necesitaba para dar mi visión de la novela", afirmaba.
Lo que acabamos viendo es el desastroso montaje perpetrado por los productores Dino y Raffaella De Laurentiis, que recortaba sin miramientos las tres horas largas que Lynch quería dedicar a explicar una trama de enorme complejidad, para condensarlas en 137 minutos.
Si buscáis por internet no os costará encontrar algunas versiones hechas por fans (a partir del material de montajes alternativos ideados para la televisión o de las escenas eliminadas de las ediciones domésticas), que, en algunos casos, mejoran el original. No era difícil.
A pesar de algunos detalles muy próximos al imaginario lynchiano (las figuras grotescas de los Harkonnen, los malos de la peli, o el humor negro), Dune era narrativamente incomprensible, y todo el trabajo de diseño de producción quedaba eclipsado por unos efectos visuales indignos: es evidente que hoy la tecnología regala posibilidades que el creador de Twin Peaks ni siquiera imaginaba hace cuatro décadas, pero la película es coetánea a la primera saga Star Wars, para poner un ejemplo, y las comparaciones son ofensivas.
Primera parte
Volviendo al nuevo Dune, Denis Villeneuve se enfrenta a problemas de otro tipo. A él, Warner sí le ha dado las herramientas reclamadas, traducidas en 165 millones de dólares, para dar su visión de una novela que le fascinó de adolescente.
Tampoco le ha puesto pegas por la duración: de hecho, en Venecia se supo que la cosa no acabaría en el largometraje que presentaba. Un letrero en los créditos, "part one", y una frase de una de las celebridades que llenan el reparto hacia el final de la proyección, "esto sólo es el principio", dejan bien claro que la segunda parte está servida.
Aunque todavía no hay una confirmación oficial, parece que Villeneuve rodó prácticamente todas las escenas de lo que todavía quedará por ver, que es mucho, por aquello de aprovechar una reunión de intérpretes galácticos y unos decorados carísimos.
Así es el siglo XXI
Dune es la historia futurista, más allá del año 10.000, del mesías Paul Atreides, el escogido para proteger el planeta Arrakis de todos aquellos que buscan dominar la explotación de especia, una de las materias primas más valiosas de la galaxia, capaz de amplificar la consciencia y alargar la vida.
Una trama de cariz mitológico con múltiples ramas y evidentes lecturas medioambientales y geopolíticas, actualizadas con respecto a cuando se escribió la novela: hoy es sencillo relacionar la ambición para dominar Arrakis con las invasiones de países productores de petróleo.
"Cuando Frank Herbert escribió Dune, entonces era como un retrato del siglo XX, pero cada vez iba pareciendo más una predicción de lo que sucedería en el siglo XXI. Lamentablemente, el libro es mucho más relevante hoy. Ojalá no fuera así, pero creo que la película dialoga mejor con el mundo de hoy que con el de hace 40 años", reflexionaba un Denis Villeneuve que pone toda la carne en la parrilla en lo que denomina una "experiencia física, sensorial, todo lo inmersiva que ha sido posible".
Gracias a Spielberg
Pensada para ser proyectada en una pantalla IMAX, con constantes declaraciones del director mostrando su malestar por el estreno simultáneo en HBOMax (que, por cierto, trabaja en una precuela en formato serie, una prueba más de la voluntad de convertir la marca en una lucrativa franquicia), Dune es visualmente abrumadora, y consigue crear un universo que debe acercarse mucho a lo imaginado por Frank Herbert en los años sesenta.
Las naves gigantescas (también aquellas más pequeñas y con forma de libélula, monísimas), que sobrevuelan planetas y galaxias lejanas, dejan boquiabierto.
El desierto del planeta Arrakis, donde viven los siniestros gusanos gigantes que son todo un icono de la saga literaria (y que aquí a duras penas sacan la cabeza, no dudéis de que en la continuación harán de las suyas), parece buscar paralelismos con Lawrence de Arabia, una de las referencias que maneja el cineasta, y no es la única.
"Sin el testigo visual de Spielberg, Truffaut, Kubrick, Hitchcock, Bergman y Nolan nada de todo esto habría sido posible", afirma.
Un equipo de ensueño
Toda esta ambición acumulada, sin embargo, le juega en contra. Como el carácter de epopeya colosal y una solemnidad indigesta, un tomarse demasiado en serio a sí misma. Tan impresionante como excesiva, permanentemente anticlimática, profundamente antipática.
Los actores lucen menos de lo que uno espera, contando con este dream-team: Timothée Chalamet, Rebecca Ferguson, Oscar Isaac, Josh Brolin o unos fugaces Javier Bardem y Zendaya, que apuntan a aumentar los minutos de juego en la segunda parte del partido.
Cuesta imaginar a qué tipo de espectador busca conquistar un Dune que corre el peligro de no cumplir con las expectativas del fan exigente y de aburrir hasta la siesta a quien busque todo aquello que, más allá de dinerillos, tienen los blockbusters para ser blockbusters.