Reservoir Dogs no es una película es un icono cultural. Una obra que desde la independencia alteró el rumbo del cine para convertirse en una de las cintas más influyentes de todos los tiempos.
En el universo de celuloide hay un antes y un después del debut de Quentin Tarantino. Una cinta que está a punto de cumplir 30 años de su estreno, efeméride que se está celebrando con su reestreno en las salas de cine.
Sin dinero ni para fotocopias
El verano de 1990 Quentin Tarantino era un desconocido más intentando hacerse un agujero en la jungla hollywoodiense. Un chalado que nadie tenía claro si era un genio por eclosionar o un asesino en serie en potencia obsesionado con el cine.
Empleado de un videoclub donde se pasaba el día devorando todas las novedades: estrenos o clásicos, que iban entrando en catálogo; ya había intentado rodar un primer largometraje: My best Friend Birthday, y había escrito y vendido un par de guiones que nadie se había animado con llevar a la gran pantalla. Aquellas películas sin gestar respondían a los títulos de True Romance (Amor en quemarropa) y Natural Born Killers.
En una de aquellas casualidades que sólo pueden pasar en Los Angeles, Quentin Tarantino coincidió en una fiesta con Lawrence Bender. Nacido en Nueva York, Bender era un prometedor bailarín que había dejado la danza por culpa de una lesión para reconvertirse primero en actor y después en productor. Bender tuvo su primer gran éxito el año 1989 cuando se hizo cargo de la producción de Intruder, un filme (del cual también había escrito el guion) dirigido por Scott Spiegel con Sam Raimi y Bruce Campbell de protagonistas.
Hombre de verbo torrencial, Tarantino no perdió la oportunidad y pasó al ataque. Le explicó que estaba trabajando en un nuevo guion, la historia de un grupo de atracadores. Explicado así, el relato no tenía nada de singular, pero Bender intuyó alguna cosa especial en aquel tipo medio chalado. Bender le pidió que le enviara una copia del guion. Tarantino se confesó y le dijo que estaba sin blanca i no tenía pasta ni para pagar las fotocopias. Quedaron en que se encontrarían días más tarde.
Un grupo de perros
Quentin Tarantino había quedado con una amiga para ir al cine. Ella le propuso ir a ver Au revoir las enfants, él, sin pensarlo, respondió que "a mí me viene de gusto ir a ver Reservoir Dogs". De allí salió el título del guion que Tarantino enseñó a Bender cuando se encontraron al apartamento del primero. Bender quedó impresionado con lo que leyó. La produciría. La única condición que le puso fue que necesitaba seis meses por conseguir la pasta para poder rodar. Tarantino se negó. Tenía que ser antes. En seis meses ya tendría 28 y se había prometido a él mismo que estrenaría su primer largometraje antes de cumplir años. Lo consiguió.
Reservoir Dogs fue un pequeño milagro. Rodada con un presupuesto ínfimo de 1.300.000 dólares, Tarantino consiguió reunir un reparto de estrellas en horas bajas y jóvenes talentos liderado por un Harvey Keitel que también hizo las tareas de coproductor. Un Keitel que se entregó en cuerpo y alma al proyecto cobrando no más de 70.000 dólares, una cifra ridícula para un intérprete de su magnitud. Con él Steve Buscemi, Tim Roth, Michael Madsen, Chris Penn, Lawrence Tierney, el mismo Quentin Tarantino y Edward Bunker, un ladrón que había pasado media vida en la cárcel y que ahora había rehecho su rumbo vital reconvirtiéndose en actor y escritor.
Reservoir Dogs es un gran plagio para acabar transformándose en una obra maestra única y extremadamente personal. El sueño de uno enfermo de cine que mezcla la influencia sin disimulo pero con respeto y elegancia del cine negro de los 40 y 50 y las películas de acción orientales.
Explícitamente violenta y cargada de fucks y dicks en su guion, una meta película donde encontramos préstamos de clásicos City on Fire, Pelham 1, 2, 3 (de donde roba el detalle de nombrar a los ladrones de la banda con colores), Atraco perfecto, A Better Tomorrow It, Libertad condicional, Kansas City Confidential...
Un catálogo de referentes en que Tarantino añadió una estructura narrativa que era como un rompecabezas temporal (algo que acabaría convirtiéndose en la marca de agua de su cine), un guion superlativo con algunos diálogos que ya forman parte de la historia del cine, unas interpretaciones memorables, una imagen fascinante y un uso de la música como pocos cineastas habían hecho antes.
La película que lo cambió todo
Reservoir Dogs se estrenó el 21 enero de 1992 en el festival de Sundance erigiéndose inmediatamente en la gran sensación de aquella edición. Pasó lo mismo en el resto de festivales por los que pasó: Cannes, Toronto o Sitges, donde ganó los premios al mejor director y mejor guion, iniciándose un idilio entre el festival catalán y el cineasta norteamericano que todavía hoy perdura.
"Me produjo una satisfacción completa porque disfruté de su violencia liberadora", ha confesado a Ángel Sala, director de Festival de Sitges en una charla con el crítico del Periódico Quim Casas. "Entendí que a partir de este momento se tendría que ver la historia de cine americano desde un punto de vista diferente". Y es que, efectivamente, sin Reservoir Dogs y sus ladrones de corbata negra fina, no pudríamos decodificar el cine de las tres últimas décadas. Indiscutiblemente, sin Tarantino no existirían filmes Sospechosos habituales (1995), Trainspotting (1996), L.A. Confidential (1997), Forjo (1996), Lock & Stock (1998), Boogie Nights (1997), Ocean's Eleven (2001)...
Obra maestra que cambió el cine, coincidiendo (casi) con su 30 aniversario, Reservoir Dogs ha vuelto a los cines y desde ayer más de 30 salas de todo el país la vuelven a proyectar. Id a verla y cuando salgáis, no os olvidéis de dejar propina.