Hay un hombre emparrado encima de un árbol de la Diagonal que mira fijamente abajo, pero no sabemos qué mira ni hacia donde se dirigen sus ojos. Detrás suyo, en el balcón de la actual sede del InstitutRamon Llull, siete u ocho criaturas sacan la cabeza por la ventana con un rostro expectante y también miran hacia la calle, donde no sabemos qué pasa. Lo único que sabemos, sin embargo, es que ni aquello es todavía la Diagonal ni aquella fachada de atrás acoge el Institut Ramon Llull: estamos a principios de los sesenta, aquel paseo se llama Avenida del Generalísimo, la bandera que decora el edificio del Palau del Baró de Quadras es la estanquera y el señor que descansa encima del árbol, sentado con las piernas cruzadas como un mono, posiblemente haya recibido aquel día la paga extra del 18 de julio, ya que aquello que observa es el desfile conmemorativo del Alzamiento Nacional.
Las fotografías profesionales de un amateur
La foto antes descrita es una de las más curiosas y sorprendentes de la exposición Ricard Duran i Bargalló (1916-1986): mirada, llum i equilibri, la muestra comisariada por Eduard Betran que desde el pasado 13 de febrero presenta en el Palau Solterra de Torroella de Mongrí una setentena de fotografías realizadas por Ricard Duran (Sabadell, 1916– Barcelona, 1986) entre 1952 y 1967. ¿Quién era, sin embargo, Duran? Un fotógrafo del cual seguramente nunca habías oído el nombre, pero que a pesar de ser un artista amateur, fue también a la vez un ejemplo de la creatividad, el dominio de la técnica y la potencia conceptual que puede llegar a alcanzar la fotografía realizada por aficionados. En palabras del comisario, "de alguna manera esta exposición quiere volver a poner sobre la mesa la dicotomía profesional / amateur, ya que el gusto exquisito para trabajar la luz, los encuadres, la composición y el equilibrio de masas son un buen ejemplo del proceso de previsualización y planificación que llevaba a cabo el autor antes de hacer las fotografías".
La exposición, inaugurada en el Museo de Fotografía Contemporánea de la Fundación Vila Casas de la población ampurdanesa junto con la muestra El gest mínim de Maria Alzamora, se estructura alrededor de dos grandes ejes de trabajo: el documental y el artístico. En una época en la cual había muchos menos fotógrafos amateurs de los que hay ahora, la obra de Duran expresa la enorme curiosidad del artista por todo aquello que lo rodeaba y una capacidad analítica para capturar la cotidianidad: en sus fotografías parece que nada pase por azar, retratando de forma magistral el instante preciso que hay que mostrar. El instante capaz, en definitiva, de sugerir las pequeñas historias que se esconden siempre tras una fotografía, quizás por eso las imágenes de esta primera parte de la exposición nos transportan a otro tiempo, a la Barcelona gris del franquismo que a través de la cámara de Duran coge resonancias del neorrealismo italiano de Roberto Rossellini o Vittorio de Sica o del español de Juan Antonio Bardem. A la vez, esta mirada moderna en una ciudad todavía demasiado encorsetada por el pasado también dialoga con fotografías que se alejan de la huella neorrealista para acercarse a un estilo más próximo al street photography y con obras dotadas de un dinamismo y de una luminosidad que quieren mostrar una ciudad más abierta, en consonancia con los fotógrafos con quién se relaciona: Paloma, Miserachs y Catalán-Roca.
Todos los significados de la palabra "artista"
Miembro de la Agrupación Fotográfica de Catalunya (AFC), las conversaciones y salidas fotográficas que hizo Ricard Duran junto con los grandes fotógrafos catalanes de la época le permitió crecer todavía más como fotógrafo y potenciar todo su mundo interior. Todo eso se aprecia en la segunda parte de la exposición, que recoge el conjunto de fotografías con una intención claramente más artística. En palabras de Eduard Bertran, "obras como 'La silla y unos reflejos de luz en el agua' o 'Su hija en un pasillo blanco' son de una simplicidad exquisita, si bien habrían perdido todo su valor si Duran no hubiera esperado el momento de luz preciso para pulsar el botón disparador". Se trata de imágenes de alta intensidad poética, en efecto, donde se puede vislumbrar la influencia de la fotografía directa norteamericana de autores como Alfred Stieglitz y Paul Strand, y sobre todo de la Nueva Objetividad de la Alemania de entreguerras con semejanzas a la obra de Albert Renger-Pätzsch, y también con la escuela de la Bauhaus y fotógrafos como László Moholy-Nagy.
¿Qué quiere decir, eso? Pues que en estas composiciones, radicalmente alejadas de las fotografías cotidianas de las cuales hablábamos antes, podemos apreciar el interés por la composición de volúmenes y el tratamiento sutil de la luz en su voluntad de analizar el entorno, ya sea mediante una silla en el borde de una piscina o de la fachada de una casa rural con una puerta peinada por la luz del atardecer. Se percibe una evidente ruptura con los criterios estéticos del pictorialismo fotográfico, ya que en estas fotografías Duran experimenta con la distribución, el equilibrio de las masas y la composición, buscando puntos de vista imposibles o la geometrización de los espacios con la luz, que deviene un elemento básico en su obra.
En resumen, la genuina mirada y la incansable experimentación con la cámara hace evidente que, tanto en esta intención más artística como en la documental, "Duran no copia a nadie, es un artista único", tal como afirma Eduard Betran. Como tú, quizás, que a pesar de saber que no es lo mismo hacer fotos con el móvil que ser fotógrafo, cuando cuelgas la instantánea de un cielo rojizo o el bodegón de un desayuno healthy sabes que aquello no acabará en un museo ni será nunca considerado arte contemporáneo, pero te sientes, ni que sea durante un segundo, un poco artista.