Netflix estrenaba la tercera temporada de la magnífica comedia dramática After Life el pasado 14 de enero. Y el mismo Ricky Gervais, creador, director y protagonista de la serie, ha dicho más de una vez que hacer una cuarta tendría todo el sentido del mundo a nivel económico y de audiencias, pero que prefería acabarla aquí. Vistos los últimos seis capítulos, queda claro que es mejor así. Por una parte, porque tiene el peligro de hacerse repetitiva al presentar siempre el mismo tipo de escenas. De la otra, y más importante todavía, porque el arco del protagonista, Tony, ha llegado a su final. La historia que Gervais quería explicar con el personaje llega hasta aquí, y ha sido una historia preciosa.
Transición sutil y realista
Cuando conocimos a Tony en la primera temporada era un hombre con una apatía vital absoluta al no encontrarle ningún sentido a la vida después de la muerte de su mujer. Al final de la tercera, ha encontrado este sentido. La transición ha sido sutil y realista, manteniendo la esencia del personaje y sin abandonar nunca el humor ácido que lo caracteriza y que ha hecho que la serie no haya dejado de ser divertida en ningún momento.
Donde sí que ha perdido un poco de gancho, sin embargo, es en la construcción de tramas. After Life siempre ha sido una de aquellas series donde no pasa demasiado. Y eso no tiene por qué ser una crítica si consigue hacernos reír, llorar y encariñarnos con los personajes. Pero algunos de los capítulos finales denotaban cierto estancamiento, como si los personajes se hubieran detenido esperando que llegara el final, que es el punto álgido de la temporada.
La ausencia de Sandy
No ha ayudado tampoco que Madeep Dhillon no pudiera volver para interpretar a Sandy por culpa de problemas de agenda. Porque aunque su personaje fuera una becaria secundaria, su ausencia no es menor, ya que era el personaje más "normal"; aquel con ojos inocentes con el que el espectador se puede sentir identificado y que toda comedia llena de personajes estrambóticos necesita para arraigarla a la realidad.
La nueva becaria que la sustituye, en cambio, destaca menos porque reúne características de personajes ya existentes, como el pesimismo de Tony. Además, se suma al carro del estancamiento comentado anteriormente, sin tener un rumbo o propósito claro hasta el final. Y es que los únicos secundarios con una dirección clara en esta última temporada acaban siendo Kath (Diane Morgan) y Matt (Tom Basden).
Vale la pena vivirla
Estas pequeñas críticas, sin embargo, no manchan lo que ha sido un viaje de ejecución casi perfecto a lo largo de tres temporadas. Acompañado de una fotografía sencilla pero acertada y de una selección musical deliciosa, Ricky Gervais ha conseguido mostrarnos los motivos por los cuales vale la pena vivir a través de un personaje sin escrúpulos que no creía que hubiera ninguno.
Una inteligente paradoja que ha servido de retrato de todo aquello que está mal en nuestra sociedad —como los simios machistas o los padres que hablan demasiado fuerte con sus hijos— y de lo que puede estar mal dentro nuestro con una enfermedad como la depresión. Y todavía más paradójico es que una serie sobre este tema nos haya podido hacer reír tanto. Quizás porque lo que nos enseña After Life es, al fin y al cabo, también una paradoja: que la vida no tiene ningún sentido, pero que vale mucho la pena vivirla.