“Mi hermano Bob y yo teníamos una regla, si piensas algo gracioso, tienes que decirlo. Ganes, pierdas o empates”. Con esa fina ironía tan propia de los ingleses, el punto de soberbia necesaria y dosis gigantescas de crítica, tanto la suya como la ajena, Ricky Gervais no se muerde la lengua. No lo hacía antes, y ahora aún menos. Esa confesión sobre cómo se comportaban en casa de los Gervais, era la coletilla de despedida en su espectáculo Humanity, el primero que le compró Netflix en 2018.
Ricky Gervais se puede permitir lo que quiera
Con innumerables galardones, tales como tres Globos de Oro, dos Emmys y siete premios BAFTA, Gervais fue incluido en una lista con las cien personas más influyentes del mundo según la revista Time. Si bien, nada de esto hubiese ocurrido de no mediar el éxito de The Office. Una serie que acumula remakes y millones de visionados; pasan los años y aquella ficción de tintes realistas sigue siendo un referente de la televisión. Con la más reciente After Life, quizás no pase lo mismo, es una trama más íntima y personal. Dicho esto, a estas alturas Ricky Gervais se puede permitir lo que quiera. Él mismo lo explica en sus monólogos: es multimillonario y eso le da licencia para casi todo, unos privilegios que otros (o la inmensa mayoría) no se pueden permitir. Como los nueve baños que tiene en su casa. Eso sí, su triunfo no es fruto del azar. Gervais ha picado mucha piedra, trabajando como una mula y trascendiendo como el que más.
Otra ventana que abre con asiduidad es la de las redes sociales, “soy un policía de Twitter, cada día le explico a alguien qué es la libertad de expresión, especialmente en el contexto de la comedia”
Aparte de ser un gran cómico, salta a la vista que es bueno en los negocios. Super Nature que se estrenó en Netflix en mayo de 2022, es otro ejemplo de voracidad. A Gervais se le pidió que fuera anfitrión de los Globos de Oro por primera vez en 2010 y, desde entonces, lo ha sido hasta en cinco ocasiones. Cuando prepara un monólogo, Gervais carga con ciertas obsesiones: los animales y la eterna comparación con la conducta de los humanos, habla de niños y da pautas por las cuales no ha sido padre, con argumentos siempre sólidos y jocosos. Otra ventana que abre con asiduidad es la de las redes sociales, “soy un policía de Twitter, cada día le explico a alguien qué es la libertad de expresión, especialmente en el contexto de la comedia”. Y trata de quitar hierro a asuntos por los que otros montan en cólera, “el chiste sobre lo malo no es tan malo como lo malo”. Gervais no se mueve por aguas superficiales, en sus historias cita a Satán, a los ateos, no se esconde ante temas tan peliagudos como las violaciones, la transfobia (se rumoreó que había recibido amenazas de muerte por tocar esta cuestión), e incluso pone sobre el tapete a compañeros como Bill Cosby y Louis C.K. con cuentas pendientes con la moralidad. Sin dejar claro si lo hace desde la defensa o desde la repulsa.
Con el cuchillo entre los dientes
Con Armaggedon Ricky Gervais tiene armas para explicar en qué momento y cómo explotará el planeta. Con esa lucidez tan característica y la acidez de su discurso, el ideólogo de The Office ha presentado este miércoles un nuevo reto en Barcelona. Con la sensación que había más ingleses en la entrada de los que te cruzabas dentro. Entre el público, desde gente hablando de un episodio de Modern Family, otros que se quejaban porque el auditorio está lejos y mal comunicado, hubo los que buscaban desesperadamente a ese compañero de trabajo que también compró una entrada para ver a ese inglés tan gracioso o, en mi caso, me ocupé jugando con el Shazam adivinando qué canciones sonaban previo a la actuación. Bien sabido es que Gervais fue manager de Suede por un periodo corto de tiempo, por lo tanto tenía curiosidad por saber si sonaría alguna de sus canciones. No sucedió, la banda sonora estaba compuesta por temas de Radiohead, Iggy Pop, Talk Talk, Bob Dylan, Cat Stevens, Joni Mitchell o una bonita sorpresa, Eve of destruction de Barry McGuire. Entre tanto, deja de sonar la música, sale alguien que no es Ricky Gervais. Es otro cómico que sirve como abrelatas, su nombre es Sean McLoughlin. Hace bromas sobre el matrimonio y lo desafortunado que se siente por vivir en Inglaterra, hace mención a la disciplina de su padre cuando era joven, e incluso sondea la edad del público. A continuación, la salida torrencial de Gervais. Con una A gigante como telón de fondo y la música atronadora de AC/DC, el cómico británico comienza a lanzar dardos envenenados desde el minuto uno. Tiene caramelos para todos.
Para este show sale totalmente enchufado y con el cuchillo entre los dientes
Para este show sale totalmente enchufado y con el cuchillo entre los dientes. Mientras en Humanity y SuperNature hacía una introducción más relajada contando batallitas divertidas sobre perros y gatos; en esta, y ya de primeras, habla de sexo familiar y perversión, de gente famélica, del papel de los emigrantes, de vikingos en las fronteras, del SIDA en los niños que nacen en África, cita sin rubor a Taylor Swift, a Michael Jackson y sus fantasías con niños inocentes, reconoce que odia las bodas y, puestos a elegir, constata que los mejores trabajos están en el infierno.
Gervais habla rápido, no da respiro. Te exige atención y máxima concentración, no se permite ningún despiste, sino pierdes la comba
Gervais habla rápido, no da respiro. Te exige atención y máxima concentración, no se permite ningún despiste, sino pierdes la comba. Da la sensación que Ricky Gervais tiene prisa, quiere contar muchas (puede que demasiadas) cosas. En un momento dado, se imagina cómo sería trabajar en un biopic sobre Stephen Hawking, aquí ya va sin freno. En la escena que propone no existen los límites. Por lo general, ante sus ocurrencias salvajes, hay más asombro que carcajadas. En cierto modo, es lo que persigue. Armageddon se presume como un espectáculo más rupturista y, en el fondo, sigue una línea continuista con sus antecesores. La diferencia está en el tono: en 2023 ya no le tiene miedo a nada. Actúa a degüello.