Desmelenada, descarada y uniformada, una mujer se sitúa en el centro y dice un hola estruendoso en un inglés cursi. No es Rosalía. No es Beyoncé. Ni siquiera es la reencarnación de Raffaella Carrà, aunque podría. Es Rigoberta Bandini y está llenando el Palau Sant Jordi por primera vez. Una palabra solo y la fiesta que prometió estaba servida. Lo que pasa con Rigoberta es tan excepcional como minimalista y sobrio es su espectáculo. De hecho, Rigoberta Bandini se volvió a comer todo el espectáculo incluso debutando en semejante espacio. El alter ego de Paula Ribó volvió a hacer lo que tan bien sabe hacer en su hábitat: despertar el jolgorio, avivar la llama de la desvergüenza, aullar como una maldita perra para convocar a toda la jauría y poner a saltar a 15.000 personas. La corte de súbditos replicó el terremoto sin manías, con la alegría disparada. Porque Rigoberta nació en el parón de la pandemia pero ha demostrado con su liderazgo musical que merece gobernar el cotarro como las grandes divas. También pusieron su granito de arena a una noche histórica los teloneros Ladilla Rusa, que con su orgullo charnego fueron la copia carnal de los dioses del petardeo y estimularon hasta al más arrítmico cerrando con su Kitt y el coche fantástico.
“No puedo hablar todavía porque lloraría”, empezó la Rigo, y recinto sucumbió al show electrónico que la puso en todos los auriculares durante los momentos más duros del confinamiento. Pocos fenómenos hay como el de la cantante catalana: una tía que consiguió varios sold outs en sus conciertos con menos de 10 canciones publicadas no es para tomarse a coña. Debutó con Too many drugs, se hizo viral con In Spain we call it soledad en pleno encierro y este verano ha pisado casi todos los festivales del estado español. Y es la reina absoluta del single: todos los sencillos que saca se convierten irremediablemente en éxitos perennes imposibles de no tararear. El público entero los coreó como si no supieran que la hora y media tenía fecha de caducidad. Desde que parió La emperatriz a principios de octubre el repertorio limitado ha crecido. Y si no, lo cubre con remixes de Jaume Sisa (Qualsevol nit pot sortir el sol), Raphael/Rocío Jurado (Como yo te amo), el Rey León, Sergio Dalma (Bailar Pegados), Mocedades (Eres tú), el ya mítico La La La de Masiel en sus conciertos o una sesión de makineo. En fin: con las canciones nostálgicas que escuchaba desde el casette, como buena millennial romántica.
El concierto fue una sucesión de sus canciones más famosas que dejó paso a las recién llegadas sin recelo, melodías que han nacido para perdurar el tiempo que Paula esté alejada de los escenarios. Perra puso la piel de gallina por su significado y porque fue el retorno inesperado de Belén Barenys, primisíma de la Rigo, alejada del show por estar a punto de parir pero con unas ganas locas de perrear, porque las mujeres embarazadas son mucho más que bolsas gestantes. Compartió escenario también cuando Amaia salió para cantar Así bailaba. Y con Ay mamá se desató la barbaridad y a nadie se le pasó por la cabeza censurar unos pezones que ya son historia de la música.
Rigoberta Bandini le volvió a hacer la peineta a la educación machista con la falda de colegiala puesta y desdibujando los límites entre protesta, ceremonia y festival
Fue uno de los momentos de una noche que por momentos se convirtió en una manifestación festiva de denuncia que pica más fuerte la vigília del día contra la violencia de género. Su llegada al mainstream la catapultó como la artista que pone a la mujer en el centro. Hay otras pero fue ella a quien se le ocurrió lo de “a ti que tienes siempre caldo en la nevera” para hablar de las madres, el “no sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas” para reivindicar el cuerpo femenino, aquella maravilla metafórica que decía que “si yo pudiera ser perra, por favor, dejadme serlo, solo pido ir sin correa a pasear” para denunciar el sometimiento de las mujeres. Le volvió a hacer la peineta a la educación machista con la falda de colegiala puesta y desdibujando los límites entre protesta, ceremonia y festival. Rigoberta Bandini es como un pozo sin fondo que agrega y mezcla como nadie la simbología religiosa con la rebeldía.
La había visto muchas veces pero nunca vi a tanta gente viéndola como en su última noche en Barcelona antes de parar en Madrid, Bilbao, Pamplona y Zaragoza para dejarlo un rato. Había visto su show muchas veces pero nunca cantar el aleluia con corona y capa como una monarca de verdad. Ni emocionarse tanto, ni decir gracias tantas veces, ni acabar un concierto con tanta solemnidad. Pero ahora Paula necesita tomarse un respiro para comer boloñesa con su hijo Nico y empezar a preparar las de Sorrentino. Cambiar el electropop por los parques. Saber qué hacen los padres en la ciudad un fin de semana, como dijo en una entrevista en El Periódico. El trono la estará esperando para volver a verla danzar como Battiato.