Corrían los días en que la testosterona gobernaba el rock. Los Rolling Stones, Led Zeppelin o The Who eran el ejemplo de lo que debía ser una buena banda para comerse el escenario: vocalistas carismáticos, tíos pegados a polvos mágicos entre bambalinas y sexo desenfrenado en el camerino, cuyas letras se inspiraban en esta espiral de autodestrucción absorbente que alucinaba a las masas. Una visión, sin embargo, un tanto sesgada. Ni rastro de mujeres en el escenario si no era para pasar un buen rato luego. Las chicas no eran sujeto activo y su condena era convertirse en “la tía que se tiró al cantante” y creer con orgullo que lo habían decidido ellas.

A finales de los años 80, se comprobó que esa no era una postura que las mujeres acataban con comodidad y diligencia. Había miedo y congoja, pero también disgusto, incomprensión, rabia y necesidad de hablar de cosas importantes. Cansadas de ser un apunte a pie de página, un grupo de estudiantes se unió para dar forma a uno de los pasos hacia adelante más importantes para la música en concreto y para las mujeres en general. Nacía así Riot Grrrl, un movimiento punk, feminista y anticapitalista que le dio la vuelta a lo que las mujeres esperábamos de nosotras mismas.

Bikini Kill fue el grupo que lideró el movimiento Riot grrrl en la música. 

Mucho más que una banda de música

Kathleen Hanna rozaba los dieciocho cuando asistió a un taller de la escritora transgresora y post modernista Kathy Acker y esta le dio la idea de crear una banda. Supo desde siempre que quería ser artista, aunque no sabía exactamente de qué tipo. Así que fue a la universidad de Evergreen State College en Olympia (Washington), estudió fotografía, aprendió sobre grupos de música como Sonic Youth o Pixies y se inspiró en la obra de artistas como Jenny Holzer y Barbara Kruger para realizar algunos de sus trabajos, con claro trasfondo feminista. Cuando uno sobre sexismo fue censurado en la universidad, varias amigas impulsaron una galería de arte en un viejo garaje, llamada Reko Muse, que se convirtió en un espacio de arte feminista. Fue la primera piedra de lo que vendría. Porque el Riot Grrrl no solo fueron bandas punk-rock chillando en conciertos: se convirtió en un movimiento social que ponía a las mujeres en el centro del mundo y que creaba alianzas entre la subcultura punk y el feminismo para fomentar el empoderamiento colectivo.

Hablaban sobre temas que nunca antes habían compartido con nadie: las violaciones, la sexualidad, el maltrato o el aborto

En tiempos en que la cultura de los fanzines era un arma artística y propagandística fuerte, los precedentes de Jigsaw (Tobi Vail, 1989) y Girl Germs (Molly Neuman y Allison Wolfe, integrantes del grup Bratmobile, 1989) fueron cruciales para despertar el manifiesto Riot Grrrl bajo el título de Grrrl Power, estableciendo las bases del movimiento: una red que se debía tejer entre todas, en la que cada mujer podía ser productora cultural y exponer sus ideas libremente.

Kathleen Hanna en el escenario. 

Todo el material que creaban era para hablar de lo enfadadas que estaban, de lo vulnerables que eran por culpa de los hombres y de lo calladas que habían estado por culpa de un sistema que no las escuchaba. De lo mucho que tenían que decir. Trataban temas como las violaciones, el aborto o el maltrato y se hacían coloquios o charlas sobre teoría feminista, bullying o sexualidad. Todo lo que aprendían querían gritarlo para que todas las mujeres pudieran sentirse cobijadas, saber que no estaban solas y que todas vivían bajo una misma opresión. Y cristalizó en la música, porque todas las ideas podían caber en una canción de tres minutos.

En 1991, ahora se cumplen 30 años, Kathleen Hanna tomó el nombre de su fanzine y fundó la banda Bikini Kill al lado de Tobi Vail (batería) y Kathi Wilcox (bajo) - más tarde se añadiría Billy Karren a la guitarra. Hanna se convirtió no solo en la líder del grupo, sino de todo el movimiento. Encima del escenario soltaba lo que le pasaba por la cabeza y reivindicaba un modelo de mujer cabreada, empoderada y sexualmente activa mientras mandaba a los tíos al final de la sala para que las chicas estuvieran en primera fila. Incluso había echado a alguno por violento.

Los fanzines fueron clave para empezar el movimiento Riot grrrl.

Porque esa nueva feminidad no gustaba a los hombres: muchos se opusieron y reaccionaron con insultos, violencia y amenazas de muerte. “No hemos venido a tener sexo con la banda, nosotras somos la banda” era uno de los lemas más potentes del movimiento. Y aunque no dieron entrevistas a grandes medios, no pudieron evitar la distorsión sistemática de su mensaje por parte de voces paternalistas que tergiversaban su infancia y ridiculizaban su puesta en escena.

También hubo quienes las apoyaron, como Ian Mackaye, líder de la banda hardcore Fugazi, que les produjo el disco. Pero su fan masculino más acérrimo fue Kurt Cobain, quien dijo estar fuertemente inspirado por las riot grrrl y pidió atención mediática para el movimiento, además de rechazar públicamente cualquier actitud misógina o homófoba en sus conciertos. De hecho, fue ex pareja de Tobi Vail y su popular tema Smells like teen spirit se titula así después que Kathleen Hanna, íntima amiga, escribiera con rotulador en la pared Kurt smells like teen spirit tras una noche de borrachera.

Una inspiración a nivel mundial

El movimiento estuvo en auge durante todos los 90, aunque a finales de la década empezó a flojear. Bikini Kill se separó en 1997 y Kathleen Hanna fundó otra banda, Le Tigre, que siguió por el mismo camino. Es cierto que los grupos del movimiento Riot Grrrl nunca vendieron masivamente, pero marcaron un antes y un después en la historia no solo de la música, sino también del feminismo mundial. Cogieron las riendas de artistas como Janis Joplin, Joni Mitchell o Patty Smith y sembraron las bases para que todas las cantantes venideras tuvieran un espacio más seguro y más igualitario al que dedicarse.

Tras el estallido inicial de grupos como Bikini Kill, Bratmobile, Slant 6, Heavens to Betsy o 7 Year Bitch, son varios los que continuaron creando música bajo el nombre del movimiento en todo el mundo. Quizás el que más nos suena es Pussy Riot, el grupo ruso cuyas cantantes fueron encarceladas por el régimen de Vladimir Putin tras una performance en la Catedral de Cristo Salvador de Moscú. Pero hay otras bandas o cantantes que mantuvieron el espíritu del Grrrrl Power vivo, a través de varios estilos: Dover, She Devils, Kumbia Queers o Dominatrix.

Hoy en día, en Latinoamérica aún existe todo un fenómeno musical feminista que demanda derechos y libertades por conseguir y reivindica el papel de la mujer en la sociedad. El rap es su forma de expresión, su contracultura particular. Es el caso de Rebeca Lane en Guatemala, Anarkia Ruiz en Venezuela o Sara Hebe en Argentina, artistas que todavía le gritan al sistema porque este aún está podrido. Lejos de mejorar, el machismo se ha adaptado a las nuevas opresiones fruto de la revolución tecnológica, así que la base de la lucha es la misma que denunciaban todas las artistas anteriores: acabar con el falocentrismo y enviar el patriarcado a las últimas filas de la memoria.