No es la estampa habitual, pero ahí estaban Robert Plant, Jimmy Page y John Paul Jones con traje y pajarita en el Kennedy Centers Honor durante un homenaje a Led Zeppelin. Corría el año 2012 y en el escenario estaban Heart (las míticas hermanas Wilson) con la merecida presencia a la batería de John Bonham, una orquesta y un coro de féminas. La canción que van a tocar es Stairway To Heaven, la pieza más aplaudida de los británicos. Los miembros aún vivos de Led Zeppelin tienen los ojos llorosos, Plant se pone en pie para recibirlas; es un momento especial. Es el punto y final a una gala de reconocimiento en la que también participan Lenny Kravitz, Foo Fighters, Kid Rock y Jack Black. Entre el resto de tributados ese día, el presentador David Lettermann, el actor Dustin Hoffman o la bailarina Natalia Makarova. Años más tarde, en una entrevista para la cadena CBC, Plant reconoció que escuchar Stairway To Heaven en la actualidad le crea confusión.

Robert Plant, el explorador incansable 

Justo hace unos días, concretamente el 20 de agosto, Robert Plant cumplió 75 años. Aprovechando la efeméride, se publicaron no pocos artículos recordando su labor en Led Zeppelin. Por ejemplo, descubrir que su canción favorita de la banda es The Ocean. Sin embargo, pocas veces se habla de lo que hizo una vez Led Zeppelin. Cesaron su actividad (exceptuando reuniones esporádicas para algún evento). Entre Robert Plant y Jimmy Page se han repartido bien los papeles, el guitarrista es el ingeniero, la mente clarividente que mueve cada pieza. Él se ocupa de preservar el legado de Led Zeppelin, cuidando cada reedición, cada movimiento estratégico de la leyenda. Sin necesidad de quemar la colección ni rescatar registros escondidos. Todo muy medido, en consonancia a lo que han hecho desde principios de los ochenta. Nada que ver con otros coetáneos que se sacan de la manga inventos que no les llevan a ningún lado. En cambio, Robert Plant ha ejercido la figura de explorador.

No es algo que se ciña a estos tiempos, una vez Led Zeppelin cerró el círculo, él se puso a grabar a discos (entre 1988 y 1993 entregó el vivencial Now & Zen, el atractivo Manic Nirvana y por último Fate Of Nations en que dedicaba un tema a su hijo fallecido). En cierta manera, buscaba nuevas vías y retos estimulantes, si bien nunca ocultó de dónde venía. Un equilibrio excepcional de difícil digestión para los nostálgicos. No obstante, si él anda por ahí, siempre acaba sacando jugo de cada una de sus aventuras. De hecho, el guion improvisado junto a Alison Krauss le dio una segunda vida que no esperaba. En 2007 no necesitaba un foco, pero sí estar otra vez en el candelero. Un proyecto dirigido en la sombra por T-Bone Burnett y que ellos rentabilizaron. Llevaron su música a un terreno que ni él ni ella habían socavado. Es más, crearon una fórmula inédita. Robert Plant no tiraba excesivamente de la cuerda del rock y ella no abusaba de la veta del country. Lo que les unía era esa química tan visible y tan natural. Lo que iba a ser un encuentro esporádico, se transformó, catorce años después, en una  continuación que confirmaba lo previsible; se entienden a las mil maravillas.

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Robert Plant actúa este próximo martes 12 de septiembre en el Auditori del Fòrum de Barcelona / Foto: Archivo Live Nartion

Contando con este episodio tan especial, Plant y Page se juntaron a finales del siglo XX con sendos proyectos, en 1994 No Quarter, un disco sin demasiados secretos: una parte del repertorio de Led Zeppelin y otro nuevo con arreglos arábigos. De hecho, una parte del disco se grabó en Marrakech, la otra en algún punto de Gales y en Londres con la London Metropolitan Orchestra. El resultado es excepcional, escuchándolo te das cuenta de la dimensión y las distintas direcciones que pueden cobrar canciones como Nobody´s Fault But Mine, Since I´ve Been Loving You o Kashmir. La idea surgió fruto de los MTV Unplugged y ellos lo revistieron de otra manera, querían llevarlo a un lugar que la gente no espera. La ausencia de John Paul Jones se debió a un motivo: esquivar la tentación de que aquello se tildase como una reunión de Zeppelin. Si bien, al bajista ese desaire no se lo tomó muy bien (después sí participó en aquella única reunión para el legendario concierto de 2007 en Londres). Cuatro años más tarde, aprovechando la sintonía y asumiendo la rutina de subirse juntos a un escenario, registran el nada despreciable Walking Into Clarksale. Como curiosidad, en este disco hacen Please Read The Letter que luego Plant repetiría junto a Krauss, el álbum lo mezcla Steve Albini y en la sesión de fotos se cuela Anton Corbijn. Tras esto, ahora sí, un islote con la excepción de lo del Kennedy Centers Honor. Sin fricciones ni disputas, cada uno va a lo suya.

Con la confianza otra vez por las nubes, Plant encadenó una serie de álbumes fantásticos, sobre todo Carry Fire en 2017. Un álbum de mirada penetrante, salvaje en concepción y, cómo no, repleto de detalles. Teniendo ya este disco en la olla, el año anterior actúo en el Cruilla Festival. Una edición con conciertos tremebundos, la lección magistral de Alabama Shakes, las lágrimas de emoción a media tarde con Damien Rice o la última marcianada de Cat Power. Y a pesar de ese cartel, había un nombre que lucía por encima de los demás: Robert Plant & Sensational Space Shifters. Hubo quien, craso error, se acercó al recinto del Fórum pensando que iba a ver a Led Zeppelin. Plant desestimó esa idea hace lustros, incluso rechaza tocar con un formato de rock tradicional. Él lleva a sus espaldas una orquesta singular que dirige con la flexibilidad de quien se sabe un Dios, una figura mesiánica. Su sola presencia es magnética, justificando cualquier esfuerzo. Como colofón te regala Whole Lotta Love y Rock n´Roll. A pocos pasos de ahí, el 12 de septiembre, Plant vendrá con otro objetivo, nos va a presentar a Saving Grace y a Suzi Cain. Lo que seguro no hará es cantar Stairway To Heaven. El resto queda abierto a conjeturas y al misterio que le caracteriza.