No sé vosotros, pero yo es pensar en Robin Williams y se me viene una risilla tonta a los morros, de esa que podría asemejarse a la que te sale por un primer amor del que no sabes mucho pero de quien esperas cosas increíbles. Lo que pasa es que a Robin no hay que esperarlo porque nunca se ha marchado. Desde que decidió irse del mundo hace 7 años (y 6 días), sobrevuela las calles de Londres en mallas estrechas y verdosas de la mano de Wendy, cocina delicioso con una barriguita postiza de inglesa adorable y recita poemas ante un club de alumnos subidos a unos pupitres color ocre. Y nos concede deseos vestido de genio azul. Está en el imaginario colectivo. Es como uno más de la pandilla, el colega dicharachero, el amigo íntegro que te hace reflexionar sobre lo importante de la vida. Menos mal que Robin Williams se convirtió en actor para poder tenerle siempre encerrado libremente en una pequeña pantalla, reposado en la carátula de los VHS de los años 90 que guardamos en cajas de cartón bajo tres dedos de polvo, lugar donde residen los recuerdos mientras nos negamos a expatriarlos al fondo del contenedor.
Seguimos sin querer crecer, aunque ya hayan pasado años. Y seguimos negándonos a que ese niño madure: porque el lugar de Robin, de nuestro amigo, del científico chiflado, del doctor de la nariz roja, del aventurero adicto a juegos de mesa o del entrañable profesor con barba de náufrago no es entre espinas de pescado y pieles de plátano. Seguramente él quiso ser recordado así de auténtico antes que la enfermedad de que padecía (DCL, demencia con cuerpos de Lewy) le hiciera no recordar quien era. Probablemente, era insoportable el dolor del olvido. Aunque siempre sonriera. Aunque todos y todas le recordemos haciéndonos mear de la risa. No quiso pasar por eso ni ser visto con lástima, así que un 11 de agosto de 2014 decidió coger su polvo de hada e irse al País de Nunca Jamás.
Sin duda es difícil escoger entre muchos momentos cinematográficos que representan una infancia. Muchas horas invertidas en el sofá, muchas quejas repetitivas a los padres para que te dejaran poner la dichosa película otra vez después de 5 veces (en un mismo fin de semana). Cada persona tendrá sus recuerdos, pero probablemente en las escogidas esté gran parte de la niñez de todos y todas —sobre todo si, como yo, estás en la treintena y naciste a principios de los 90—. Ese cine sí que valía la pena. Y tras esta coletilla que me ha recordado a mi madre, ahora sí. Aquí van 7 películas para no olvidar a Robin Williams, un actor que se fue demasiado pronto y que, sin ningun tipo de duda, nos dio la mano cuando nos crecían los pelillos y los pechos.
Oh capitán, mi capitán. Juro que se me acaban de poner los pelos de punta solo por recordar a un jovencísimo Ethan Hawke subido al pupitre mientras su profesor, su querido profesor John Keating, abandona el aula. Todos siguen al pupilo para dar una de las lecciones más inspiradoras que nos ha dado el cine. Podríamos hacer una lista solo con las frases inolvidables que nos dejó El club de los poetas muertos, un film que ocurre en un estricto colegio privado de Nueva Inglaterra donde un grupo de alumnos descubre la poesía gracias a su recién llegado profesor de literatura, un hombre repleto de valores y que les enseña a luchar por sus principios. "No olviden que, a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo".
Robin Williams es Alan Parris, un chico que queda atrapado durante 25 años en un juego de mesa mágico. Se llama Jumanji y, cuando es liberado por dos hermanos tras tirar estos el dado en el tablero, con él quedan en libertad un montón de criaturas fantásticas y exóticas que deberán volver al juego antes de que sea demasiado tarde. Porque la partida debe continuar. Es un film ideal para ver en familia. Tanto es así que en 2017 y 2019 se hicieron un par de remakes de Jumanji, esta vez interpretadas por Dwayne Johnson, aunque recibieron peores críticas que la original.
Las múltiples caras de Robin representadas en una misma película. Sra. Doubtfire (también) es un clásico del cine infantil y juvenil de principios de los 90 y muestra la enorme capacidad del actor por convertir en comedia cualquier drama, incluso aquella pena que uno debe sentir cuando le alejan de sus hijos. Pero Daniel Hillard aprovecha su don como actor de doblaje, se atreve a hacerse pasar por una anciana inglesa súper cuqui como nueva ama de llaves de su exmujer y, así, poder acercarse a sus pequeños. Prótesis corporal y facial incluidas. Una recomendación: verla en versión original para flipar con las enormes cualidades artísticas de un Robin Williams que podía hacer lo que quisiera con la voz. Le acompañan en el reparto Sally Field y un mediocre Pierce Brosnan.
Si nos robó el corazón como el profesor John Keating en El club de los poetas muertos ocho años antes, el papel que hizo en esta película de 1997 te hará querer abrazarlo todavía más (si es que se puede). Cuenta la historia de Will Hunting (Matt Damon), un joven algo rebelde y perdido en la vida que resulta ser un prodigio con las matemáticas. Este talento lo descubren sus profesores, pero solo uno tendrá la capacidad, la sabiduría y la paciencia suficientes para enseñarle a Will el incipiente camino de la vida. ¿Adivináis quien es el entrañable y solitario profesor, verdad?
Ni de lejos es su mejor película. De hecho, hay que reconocer que esta apuesta de Disney es bastante mala. Pero solo por lo absurdo de algunas escenas vale la pena que esté en la lista, o por los momentos de risa fácil que tuvimos algunos cuando no llegábamos ni a la década. Flubber y el profesor chiflado habla de un despistado científico que descubre una sustancia verde, voladora y con vida propia que produce energía y se mueve a velocidades supersónicas: Flubber. La relación entre ambos personajes no tiene ningún sentido y ahí reside la gracia. Hay malos, amores y situaciones surreales. Si buscas una película de tarde de domingo para no pensar (y echar la siesta), esta es.
Una historia basada en una historia real. El actor se puso en los zapatos de Patch Adams, el médico que revolucionó a toda la comunidad médica tras aplicar singulares terapias a sus pacientes enfermos de cáncer. ¿En qué consistían? En nada más y nada menos que hacerles reír y proporcionarles el afecto necesario. Así de simple y así de revolucionario. La película es una biografía y Robin Williams lo borda, quizás porque, a su manera y desde su propio oficio, gran parte del objetivo de su vida profesional ha sido hacer reír a los demás. Reflexiva, bellísima e imperdible.
La película favorita de la infancia de la que escribe. Me fascina, me encanta, jamás me aburre, me la sé entera. La he visto en todos los idiomas. Como no querer a Rufio, como no amar un poquito a un Capitán Garfio encarnado por un Dustin Hoffman de diez, como no aplaudir fuertemente para que la Campanilla de Julia Roberts no se muera si alguien deja de creer en las hadas. Steven Spielberg dirigió esta increíble recreación de la historia de Peter Pan, un cuento que te tiene que gustar porque habla del niño que siempre, todos y todas, llevaremos dentro. En ella, nominada a 5 premios Oscar, Robin Williams interpreta a un Peter Banning que se ha hecho mayor y que se ha olvidado de quien es. Imprescindible verla (si aún no lo has hecho) para aprender a volar, luchar y cacarear.