"Supongo que esa es la gracia de cuando te lee alguien que no sabe quién está al otro lado", se sincera Roc Casagran (Sabadell, 1980), recordando que el jurado del Premi Sant Jordi 2024 pensaba que, siendo la protagonista la Carla, el autor de Somiàvem una illa (Univers, 2025) era una mujer. Se trata de una novela que aborda la crisis vital de la Carla, una protagonista que tendrá que revisar sus experiencias para volver a conectar con las cosas realmente importantes. La particularidad de la trama es que se entrelaza con ocho historias de distintas islas del mundo, que aparecen como una "metáfora" de la incomunicación actual de la sociedad. "Nunca pensé que escribir desde el punto de vista de una mujer fuera algo especialmente relevante, hasta que me he dado cuenta, a posteriori, de que sí, que el jurado lo valoró muy positivamente. Y con los lectores también me estoy encontrando eso, sobre todo con muchas lectoras entusiasmadas con la capacidad de dar voz a una mujer. Pero, sinceramente, nunca le di más importancia que la simple elección de un punto de vista a la hora de explicar o narrar una historia."
Leí una declaración tuya en la que decías que escribes porque hay cosas que van mal. Esa afirmación tiene dos lecturas: escribir como evasión o escribir como acto político.
Sí, evidentemente. Es aquello clásico de que todo es política y, por tanto, cualquier decisión en nuestras vidas tiene un punto político. Y en el hecho de escribir también hay una postura política: escribo porque pienso que hay cosas que podrían ir mejor. Pero no escribo con la voluntad de hacer un acto político, sino desde una posición vital.
No escribo con la voluntad de hacer un acto político, sino desde una posición vital.
En hechos como el amor, por ejemplo.
El amor tiene un espacio muy central, pero también hay una posición. Tenía ganas de hablar de un tipo de amor. En otras novelas había hablado de otros tipos de amor, pero en este caso quería hablar de un amor más cotidiano, más del día a día, sin grandes estridencias, sino un amor dentro de una relación estable con sus dificultades y, sobre todo, a veces, con sus silencios.
Actualmente no hay nada más revolucionario (o contrarrevolucionario) que reivindicar ese amor más prototípico.
Exacto, así es, sí. Esa es una reflexión que sí hice mientras escribía, porque me encontré con la paradoja de que quizás estaba explicando algo que no encajaba exactamente con mi visión del mundo. Pero sí, incluso el amor más estable también puede tener un punto revolucionario. Vivimos en un mundo muy acelerado donde todo el mundo tiene prisa por hacerlo todo, donde nos cansamos muy rápido de todo, pero ser capaces de darnos calma a la hora de vivir las relaciones de pareja puede ser subversivo. Aun así, esa es la posición de la protagonista, que no tiene por qué ser exactamente la mía.
Y eso debe de ser uno de los aspectos más fascinantes de escribir ficción: plantear situaciones y razonamientos diametralmente opuestos a los tuyos.
A mí es de lo que más me gusta, porque, en el fondo, es una manera de vivir otras vidas. Lamentablemente, solo tenemos una vida. Pero cuando te pones a escribir y a crear historias, aunque sea tópico, tienes la posibilidad de vivir muchas otras vidas. Claro que los personajes, a veces, pueden tener cosas tuyas, eso es inevitable, pero a la vez puedes imaginar lo que quieras.
¿El tiempo que ha pasado entre la anterior novela, L’amor fora de mapa, y esta, te ha hecho cambiar de perspectiva?
Sí, inevitablemente. Nadie es igual con el paso del tiempo, y seguro que yo soy diferente por mis circunstancias personales. De la misma manera que si cojo uno de los primeros libros de poemas que publiqué con 20 años y lo leo ahora, me siento muy lejos de esa persona, a pesar de que oficialmente sea yo, con el mismo DNI. Así que sí, el paso del tiempo entre una novela y otra hace que sea una persona distinta que ve la vida desde otra perspectiva y con un cambio en la forma de ver el mundo. No creo que sea un cambio más conservador, pero quizá mi visión del amor es un poco menos romántica e idealizada.
Todos somos equilibristas y caminamos por una cuerda que queremos que sea lo suficientemente ancha para que no haya mucho riesgo de caer, pero al mismo tiempo también nos gusta ese punto de "ay, ay, ay, si me caigo"
Uno de los temas de la novela es la búsqueda del equilibrio entre la realización de los sueños y establecer una estabilidad vital, que parece complicado, entre el aburrimiento y la realización personal.
Exacto. Tengo la sensación de que todos somos equilibristas y caminamos por una cuerda que queremos que sea lo bastante ancha para no correr demasiado riesgo, pero que a la vez también nos gusta ese punto de “ay, ay, ay, si me caigo”. Esa voluntad de buscar el estar bien en el mundo, que diría que es compartida por todos, también es la de la protagonista. Y eso puede significar, en ciertos momentos, asumir riesgos, como irse a recorrer mundo sin saber dónde dormirás al día siguiente.
Antes has hablado de leer tus poemas de cuando tenías 20 años. ¿Te relees mucho?
Me releo cuando me toca ir a presentar libros antiguos, o hablar de ellos, o hacer algún recital. Pero lo hago relativamente poco, porque me da un poco de pudor, de vergüenza… Encontrarme conmigo mismo me cuesta. Es como verme en una entrevista o leer cosas que he publicado: me da un poco de vergüenza. Pero a veces, por exigencias del guión, toca releer alguna cosita.
Además, tiendes a rechazar el foco mediático.
No es un tema que me apasione especialmente, la notoriedad pública. Entiendo que forma parte del juego. Yo sí que tengo ganas de encontrar lectores, y eso no lo escondo. Me hace mucha ilusión encontrar lectores, especialmente gente que no conozco de nada. Y para conseguirlo, a veces hay que estar en los focos. Pero si no fuera por eso, me gustaría tener un perfil aún más bajo del que ya tengo habitualmente.
Escribo porque me sale de dentro, no porque forme parte de un plan
Hace un par de meses entrevistamos a Manuel Baixauli y nos decía que él no tiene la sensación de estar escribiendo novelas, sino que cada novela es como un capítulo de la gran novela que acabará siendo su obra completa. No sé si tú también lo ves así, aunque juegas con distintos géneros y formatos…
Escribo con la voluntad de hacer lo que me apetece en cada momento. Tengo la sensación de que escribo con mucha libertad. Esa libertad de escoger qué escribo y qué no, sin la voluntad de construir una obra global cerrada. Escribo porque me sale de dentro, no porque forme parte de un plan.
Eso debe de ser magnífico: tener un trabajo, en tu caso el de docente, con el que te sientes realizado y al mismo tiempo tener ese espacio individual de libertad total que es la escritura…
Me lo tomo como una suerte. Me gusta la gente que piensa: “Yo quiero tener un trabajo que me haga feliz”. Y si, además, me da para comer, maravilloso. Afortunadamente, tengo un trabajo que me gusta mucho. Eso no quiere decir que no tenga ganas de escribir y de hacerlo tan profesionalmente como pueda. Pero sí me da una tranquilidad saber que no tengo que pagar las facturas con lo que escribo y, por lo tanto, tengo la suerte de poder escribir bastante lo que me da la gana. De hecho, hace nueve años que no publicaba una novela, y durante este tiempo he publicado algún libro de cuentos y un par de libros de poesía, pero porque me apetecía. Ahora, en este caso, escribí una novela soñando con la posibilidad de publicarla. Y ese era mi objetivo. Es una suerte, porque me permite ser muy libre.
Tengo la suerte de poder escribir lo que me da la gana
¿Cómo te ha influido en la escritura (o en esta novela en concreto) estar en contacto permanente con gente joven?
Creo que todo acaba influyéndote. Pero de la gente joven me gusta mucho esa explosividad, esa falta de matices: todo es blanco o negro, todo es muy intenso. El amor, el desamor… No quiere decir que quiera llevar eso directamente a la novela, pero me gusta tenerlo cerca. Eso tan propio de la adolescencia me llena de vida.
¿Te leen?
Algunos sí. No lo voy pregonando, pero me gusta pasarles mis libros. En el caso del Premi Sant Jordi fue inevitable. Cuando llegué al instituto al día siguiente, mis compañeros no sabían nada. Fue muy bonito ver cómo se alegraban, tanto los compañeros como los alumnos. Recibí muestras de afecto muy sentidas. Y eso es bonito. No hay nada más bonito que sentirse querido. Y este premio me ha hecho sentir muy querido.
No hay nada más bonito que sentirse querido, y el Premi Sant Jordi 2024 me ha hecho sentir muy querido
Escribir y ser docente tienen en común ese punto de inducir a pensar.
Sí, conseguir que la gente desarrolle esa capacidad de ser crítica. Yo procuro consolarme pensando que voy dejando cebos en clase y que, de vez en cuando, algún alumno los atrapa.
Hay una frase de Carla, la protagonista de la novela, que dice: “El mundo ya es lo bastante terrible como para que, encima, los escritores aspiren a torturar con sus textos.” Pero luego tú metes luz y esperanza…
Sí. A mí como lector me interesa que, aunque en la novela pasen cosas duras, haya una mirada tierna y esperanzadora. Una lectora me dijo que había llorado mucho porque se muere la madre, pero que lo había hecho de una manera bonita. Y creo que eso es lo que intento: hacer digeribles las cosas duras, mirarlas con ternura. Si no tuviera esperanza, seguramente no escribiría. Ni viviría.
Si no tuviera esperanza, seguramente no escribiría. Ni viviría
La comunicación, el hablar, es otro de los temas relevantes de la novela. Soñamos con ser islas, pero finalmente queremos ser archipiélagos y comunicarnos con los demás.
La comunicación es clave. Aunque sepamos hablar, a menudo nos condenamos al silencio o a las palabras blindadas, como cuando decimos “ir tirando”. Nos cuesta abrirnos, incluso con quien amamos. La novela quiere reivindicar la comunicación. Algunos personajes lo hacen hablando, otros escribiendo. Pero creo que todos necesitan comunicarse.
¿Dices mucho “te quiero” o eres de los que se lo guarda?
Con mis hijos, sí. Con algunos amigos también. Con mis padres, me cuesta más. Hay pocas personas a las que quiera tanto como a mis padres, pero lo he dicho muy pocas veces. Y eso es triste. Tendríamos que decirlo más. Pero es mutuo: sabemos que nos queremos.
Te gustan mucho las islas. Eres un... friqui del tema.
¡Sí! No sé de dónde me viene, pero me he aficionado mucho. A partir de las islas puedes tirar de muchos hilos: geografía, historia, leyendas… Y luego está el concepto de isla, que nos atrae a muchos. Esa idea de un trozo de tierra rodeado de agua. En la novela, he descubierto que no estoy solo. Muchos lectores me hablan de islas que han visitado, y eso me hace sentir menos solo.
¿Quizás lo asociamos al paraíso?
Totalmente. Aunque hay islas donde la vida es durísima, el imaginario colectivo nos lleva a verlas como lugares idílicos. Seguramente eso fue lo que me llevó a investigarlas y a hacerlas aparecer en la novela.
Quería que quien leyera la novela de aquí a unos años pudiera entender nuestro contexto. Por eso aparecen la pandemia, el cambio climático, el 1-O
Quería que quien leyera la novela dentro de 10 o 15 años pudiera entender nuestro contexto. Por eso aparecen la pandemia, el cambio climático, el 1-O...
Sí, me apetecía mucho retratar el mundo en el que vivimos. Y quise situarla en el presente. De hecho, transcurre en el año 2025, un poco futurista cuando la escribí. Pero quería que quien leyera la novela de aquí a unos años pudiera entender nuestro contexto. Por eso aparecen la pandemia, el cambio climático, el 1-O…
¿En el caso concreto del 1 de octubre, ha sido terapéutico para ti?
No, porque lo trato muy de pasada. No he profundizado. Quizás más adelante escribamos sobre cómo vivimos aquellos meses, pero ahora todavía no estoy preparado. Todavía lo estamos digiriendo como país.
¿Te sentiste tentado de escribir sobre ello?
No mucho. Después del 1 de octubre recibí propuestas para hacer novelas sobre el procés, pero las rechacé. Me parecía que mi sitio era la calle. Quizás algún día hablaré, pero no ahora. No creo que tuviera nada nuevo que aportar.
Tiene un punto perverso este capitalismo editorial, que busca a un escritor como tú, con un posicionamiento político que nunca ha escondido, para intentar capitalizar culturalmente el procés…
Sí, el mundo editorial tampoco se escapa. A pesar de su apariencia romántica, también son empresas. Si viviera solo de escribir, quizás habría tenido que aceptar propuestas así. Pero como tengo otro trabajo, me puedo permitir el lujo de decir que no y ser fiel a lo que realmente me apetece escribir.