Roger de Gràcia lo tiene todo para hacer feliz a la gente: un físico simpático, una media sonrisa burlona de Don Juan pícaro y un apellido literalmente alegre que ya en sus inicios debió darle pistas indirectas sobre su futuro como cara mediática. Pensar en Roger de Gràcia es sinónimo de buenrollismo y encanto, cae bien sin conocerlo, las abuelas lo adoran (y las madres también) y tiene pinta ser de los que se tiran la vida en la espalda y se preocupan después. Pero el destino es caprichoso e incluso los dones heroicos más impetuosos del destino suelen estar manchados por alguna profecía que, aunque no invalida la esencia, lo pone todo un poco más difícil.

Todos los hombres tienen un talón de Aquiles y el de Roger de Gràcia se llama fobia social crónica. En pocas palabras, es el temor a relacionarse por la angustia de ser juzgado y no encajar. En pocas palabras, significa que Roger de Gràcia lo ha pasado bastante mal, aunque nunca lo había explicado antes. Ahora publica su experiencia en Digue'm boig (Columna), un relato íntimo y autoparódico en el que habla de su salud mental con una naturalidad abrumadora para contribuir a romper el molde, enterrar el estigma y naturalizar su condición.

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Foto: Montse g

Una pregunta muy fácil y muy difícil al mismo tiempo: ¿cómo estás?
Tiene una respuesta tan compleja esto... Pero en general estoy muy bien ahora. Estoy mucho mejor que en la época que explico en el libro. Estoy mucho más sereno y mucho más tranquilo, sobre todo porque sé cosas. Y cuando sabes cosas, descubres el punto de partida para trabajar lo que descubres que te pasa. Es maravilloso y es un viaje que ya hace tiempo que practico. Tengo muchas bajadas y subidas, muchas debilidades, muchos vicios y muchas inercias, pero estoy mejor.

Eres una cara conocida de la tele, has hecho entretenimiento, pero ahora acabas de reconocer públicamente que tienes un trastorno mental. Choca.
Sí, yo sé que es chocante porque parece contradictorio que me dedique a la comunicación, a veces al entretenimiento o al humor y, por otra parte, pueda ser alguien que tenga una cierta problemática de sentirse triste, aislado, repudiado o desconectado. Quizás me dedico a la comunicación precisamente para poder compensar estas sensaciones de no encajar que he tenido toda la vida. La comunicación para mí también ha sido una manera de decir: "ey, estoy con vosotros", y de decirme a mí mismo que podía ser parte del mundo, porque básicamente lo que me pasaba es que me sentía fuera de él. El humor y el entretenimiento me servía para conectarme, para sentirme un poco más escuchado y para controlar un poco más el relato, porque estar en un escenario te permite ordenar tus pensamientos sin tanta influencia del pensamiento de los otros, que es lo que me mareaba. Que haya gente que está un poco zumbada, como decía mi abuelo, y que se dedica a la comunicación, hay mucha, yo creo. En el entretenimiento y el humor en general todos están bastante grillados.

Me es más fácil relacionarme desde un escenario y con un gran auditorio que en una cena con cuatro personas

Tú tienes fobia social crónica. ¿Qué es?
La fobia social crónica es una incapacidad de relacionarse con los otros en sociedad, pero a partir de grupos pequeños. Es más, me es más fácil relacionarme desde un escenario y con un gran auditorio que en una cena con cuatro personas.

Estarías más cómodo si en vez de estar aquí los dos solos, estuvieras haciendo un monólogo delante de 5.000 personas.
Sí. Por eso me ha sido más fácil trabajar en la tele, en la radio o ponerme a presentar unos premios con el Palau de la Música lleno, porque se desdibuja la mirada de los otros. Esta mirada que estamos teniendo tú y yo me ha costado mucho porque me he sentido mucho juzgado. Para mí, el filtro que hay entre tu mirada y la mía es muy severo y muy exagerado, y siempre tenía esta sensación de que el otro me estaba juzgando de manera muy severa.


¿En qué te ha limitado tu condición?
Sobre todo a la hora de tener una vida social fluida y tranquila. Y es importante, porque una de las necesidades básicas de los seres humanos es encajar y formar parte de la comunidad. Y este encaje yo no lo tenía, o me costaba mucho, y eso me provocó muchas angustias. A nivel personal me ha costado más tener grupos o disfrutarlos. En los trabajos he tenido la sensación de picar mucha piedra para seguir trabajando, y hacer que estas dificultades no me impidieran trabajar una parte de mí que también existe. Yo tenía una parte extrovertida y una parte sociable y divertida que ha salido después con los medios, pero he tenido que estar frenando la otra para que esta pudiera salir. Supongo que si no hubiera tenido esta condición también habría podido ser el Roger de Gràcia que se ha visto en los medios en la vida real. Pero no podía.

Ya hace tiempo que se ha empezado a hablar de la salud mental. ¿Por qué explicar tu caso ahora?
Supongo que veía que el mundo, nuestro mundo, estaba cada vez más receptivo a hablar de estas cosas y quería poner mi granito de arena explicando mi caso. Quizás hace siete u ocho años hubiera tenido que dar un paso mayor porque todavía no veía la ola, y a la que he visto que empezaba a salir gente a explicar sus historias he pensado que igual esto también puede servir para hacer un efecto dominó, que otra gente se sienta más tranquila, salga y lo explique, y que cualquier enfermedad, trastorno o condición a nivel de cabeza se convierta en una cosa tan normal como tener diabetes o tener callos. Eso es a lo que aspiro, es lo que me gustaría y es lo que yo no he vivido. Lo peor de cualquier enfermedad es el silencio y el estigma.

Supongo que si no hubiera tenido esta condición también habría podido ser el Roger de Gràcia que se ha visto en los medios en la vida real; pero no podía

¿Cómo lo has vivido?
El estigma se vive casi sin darte cuenta. Te acostumbras y lo haces automáticamente. Esta es la parte mala del asunto: vives, ves que no se puede hablar de una cosa, lo asumes, crees que no tienes esta cosa y que no la tendrías que tener, y te la callas. Sigues viviendo, te frustras y es un bucle, hasta que ya ni te das cuenta de ello. Pero se va cargando hasta que al final golpea y tienes una crisis fuerte, que es lo que me pasó a mí. Y dices: no puedo más, tenemos que cambiar la manera de hacer. En mi época entonces lo hablabas con la gente de confianza; en este caso fueron mis padres, y mi madre en concreto, que había sido enfermera toda la vida, conocía al jefe de psiquiatría del Hospital del Mar y me derivó hacia allí. A partir de aquí abrimos una pequeña rendija de luz.

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Foto: Montse Giralt

¿Antes de aquel momento no se lo habías explicado nunca a nadie?
Yo había intentado entenderme con mucha gente y decirle: hostia, es que veo las cosas así, me frustro mucho, me afectan mucho las cosas, me cuesta mucho estar con gente. A veces encontrabas a alguien que te decía: te entiendo. La mayoría te decían: sí, sí, vale, ¿hacemos una cerveza? La gente, en general, si no lo vive prefiere no hablarlo. Y con quien yo tenía que hablar era con un experto, pero estaba "prohibido": estaba mal visto ir a un psicólogo o a un psiquiatra, porque si ibas es que estabas loco. No encontré un diálogo hasta que no fui a terapia ni tuve un diagnóstico.

Digue'm boig. ¿Tenemos que normalizar la palabra loco?
No, yo creo que no. El título del libro es un juego, también porque hay un momento del libro que yo hablo con el psiquiatra que me diagnostica y le digo: hostia, dime que estoy loco. Porque realmente me hace ilusión que alguien me diga que no estoy bien y que tengo algo. Creo que la palabra 'loco' se tiene que relegar directamente a pasarlo bien y a estados de euforia. Y en temas de salud mental, los que saben que nos digan qué palabras tenemos que utilizar. Yo tampoco lo sé. No sé si hablar de esto mío como trastorno, como enfermedad o como condición. No tengo ni idea.

Lo peor de cualquier enfermedad es el silencio

¿Lo sabía mucha gente antes del libro?
Estas cosas las vas explicando a círculos reducidos, parejas, padres o la familia más pequeña, y después vas abriendo el círculo. Pero la mayoría de veces no lo explicas porque piensas que te puede ir a la contra. Con los años, y con la sensación de que se habla con más naturalidad de salud mental, te animas más a decir que lo pasabas mal, que tuviste un diagnóstico o que ahora tomas estas pastillas. Me he ido acostumbrando a explicarlo más y la gente cada vez se ha acostumbrado a escucharlo más. Cualquier tema es tabú hasta que deja de serlo.

¿La gente te mira diferente ahora que lo has explicado?
No tengo ni idea. Da un poco de vértigo también publicar este libro porque no sabes cómo puede cambiar la mirada de los otros hacia ti. Lo que estoy notando es que todo el mundo me está diciendo que se siente identificado con muchas de las cosas que se explican. Y tengo la sensación que el estigma, que yo pensaba que tendría todavía mucha fuerza y mucha presencia, ha bajado mucho.


¿Has recurrido a la sanidad pública para tratarte?
Aquí tenemos un problema con la salud mental y la sanidad pública. Yo he podido hacer lo que he podido hacer, primero, por los contactos de mi madre, así de claro te lo digo; y después porque he tenido que ir pagándolo yo. Pero no tendría que ser así. El tema de la salud mental tendría que estar mucho más cubierto por la seguridad social, y más ahora, después de una pandemia y en el mundo en el que vivimos: con aquellos inputs, y los impulsos, y esta necesidad brutal de la autoimagen y de colocarte en su sitio cada vez es mayor y más rápida, y la gente mentalmente no lo puede gestionar. Índice de suicidios, índice de angustias. Los gobiernos tienen que hacer un pensamiento muy serio de poner la mirada en la sanidad pública y poner la salud mental allí, porque si no tendremos un problema. Ahora solo nos podemos tratar los que tenemos el dinero para poder tratarnos. ¿Qué pasa con la gente que no tiene los recursos?

Ahora solo nos podemos tratar los que tenemos el dinero para poder tratarnos

La ratio de psicólogos en Catalunya es de 12 profesionales por cada 100.000 habitantes. La media europea tampoco es que esté mucho mejor porque es de 18. Haciendo los cálculos, en Barcelona habría unos 1000 psicólogos públicos para más de 3 millones de habitantes.
Terrible, terrible.

Es una problemática con un sesgo muy clasista.
Del todo. Y se tiene que trabajar. Un amigo mío tenía consulta con la psicóloga de la sanidad pública y no sé si tenía media hora y cada 15 o 20 días, y su caso era bastante grave. Eso lo tendrían que trabajar, porque además ahora no solo se está abriendo el tema de la salud mental, sino que al mismo tiempo se está agudizando. Supongo que al abrirse y hablarlo hace que más gente levante la mano y se quiera tratar.

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Foto: Montse Giralt

Y también lo que pasa es que como hay pocos psicólogos se recurre mucho a la sobremedicalización de la población; ahora vas a la sanidad pública a decir que estás deprimido y, sin hacerte ningún tipo de diagnóstico, te enchufan un diazepam. ¿Tú has confiado siempre en la medicación?
A mí me empezaron a medicar hace muchos años y empezamos a trabajarlo en paralelo con hacer terapia. Tuve muy claro que solo la medicación no era suficiente, se tenía que hacer trabajo. En paralelo íbamos observando si funcionaba o no. Yo creo que se tiene que privar encima de eso para que no haya una medicalización rápida ni excesiva. Hemos intentado sacarla también para ver si funcionaba. En algunos casos tuve que cambiar un poco las dosis, pero desde entonces la he tomado siempre, porque con el tiempo he visto que sin esto yo no puedo funcionar. Me costó entenderlo porque te da la sensación, y también hay un cierto estigma con eso, que si te medicas no eres tú. Tienes la sensación que te estás poniendo una máscara. Yo no he tenido dudas porque los profesionales con quienes he estado me han parecido rigurosos y que no pretendían simplemente sacárseme de encima. Tienes que poder encontrar y tener la suerte de encontrar a los profesionales adecuados.

Se tiene que vigilar mucho, y más cuando estás flojo, con los mensajes que te dicen que todo depende de tu voluntad

¿Hemos romantitzado el estar mal?
Eso pasa con todo. En general las cosas hacen una subida muy rápida y después se ponen en su sitio, siempre que todos los protagonistas de una historia y todos los actores trabajen desde un lugar riguroso y serio. Si empieza a haber empresas que lo único que quieren hacer es pasta, gobiernos que lo único que quieren hacer es aparentar o personas que lo único que quieren hacer es parecer una cosa de lo que no son, tendremos un problema. Con la salud mental y con lo que sea. Yo creo que el tema es lo bastante serio como para que todos los actores quieran hacerlo más o menos bien. Y creo que vamos por el buen camino.

¿Pero no te ha afectado esta banalización en algún momento? Los típicos mensajes de las tazas de Mr. Wonderful: tú puedes con todo.
Se tiene que vigilar mucho, y más cuando estás flojo, con los mensajes que te dicen que todo depende de tu voluntad. Porque es lo que yo viví desde el silencio: pensaba que yo solo con mi voluntad podría salir de esta condición. Cuando has vivido eso todo este tipo de mensajes los pones muy en cuarentena porque son muy peligrosos. Es peligroso medicarse porque sí, pero es mucho más peligroso no medicarse y creer que, si le pones voluntad, cualquier cosa te ayudará, porque te puedes hacer daño a ti y a mucha gente. Los que pretenden ayudar a los otros haciendo de salvadores, alejaos de la gente, porque hacéis más daño que bien.


¿Cómo has gestionado la rabia interna con la familia?
A mí me daba rabia tener rabia. Y me daba el doble de rabia. De repente intentaba estar bien, no salía adelante, y el primer culpable era yo pero después pensaba que los otros no me estaban ayudando. Y como los más próximos son los que tienes en casa —tu madre, tu hermano, tu padre— cargas contra ellos. Ataques de rabia he tenido muchos, pero creo que son comprensibles cuando no sabes lo que tienes y no sabes como solucionarlo. Mi madre sufrió mucho mis rabias, mis silencios y mis frustraciones. En el fondo el libro también es una carta a ella para decirle que me sabe mal, pero que hice lo que pude.

¿Os habéis podido reconciliar con todo eso?
Siempre es difícil hablar de estas cosas con una generación anterior, ellos casi no pudieron hablar de sentimientos con sus padres. Con mi madre hemos podido hablar relativamente. Cuando llegué a la crisis ella me ayudó y a partir de entonces hace aquello de: "niño cómo estás, como va con el psiquiatra, como va con el psicólogo, ¿mejoras?". Sin muchos detalles. Ahora está leyendo el libro y muchos días me escribe diciéndome que hay cosas que no sabía o se pregunta si mi padre y ella lo hicieron mal. No es cuestión de hacerlo mal, es que no sabíamos como gestionarlo y no hay culpables. Siempre ha habido amor, afectos y la máxima voluntad de hacerlo el máximo de bien. Pero es y ha sido difícil.

Ha sido mejor la segunda parte de mi vida que la primera, y por eso yo ahora estoy contento

Y supongo que también es difícil gestionar la culpa.
Totalmente. Yo he tenido mucho sentimiento de culpa y la sensación de no hacer lo suficiente para estar bien, porque el mensaje que te llegaba de fuera siempre era "tú puedes,  just do it, levántate, hazlo". Lo intentaba pero no acababa de salir adelante. Te desaparece la sensación de culpa cuando sabes lo que tienes y es liberador. La terapia y el diagnóstico son un punto de partida, nunca son el final.

¿Tienes tips para mantenerte estable?
Aparte de no olvidarme nunca de la medicación, para mí hacer ejercicio ha sido un descubrimiento espectacular y mejorar hábitos en general: alimentación, la relación con los otros e intentar abandonar muchas inercias a base de mucho trabajo. Porque tú tienes una vida que te has construido con unos patrones: patrones de rabia, patrones de engaño y también de autosatisfacciones puntuales para compensar el dolor, cosas que acaban dando por el saco a otra gente. Hace muchos años que estoy intentado revertirlo. Hacerlo mejor.

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Foto: Montse Giralt

Dices que la música también te ha ayudado.
La música ha sido un refugio espectacular porque es muy emocional y me llevaba a este tipo de conexión que a veces no encontraba con la gente. Ha habido lugares que he tenido que encontrar para tener un diálogo que no encontraba con la gente y la música es uno de ellos. También leer o la comunicación, todos han sido refugios importantes para tener una sensación de feedback que no encontraba.

¿Con qué música conectas?
Para mí hay dos grupos que son importantes en mi vida. Siempre he conectado mucho con Antònia Fuente, a nivel catalán, por las letras y por el mundo que crean; me sentía muy identificado con esta cosa entre triste y alegre que tienen. Y mi grupo de referencia siempre ha sido Pixies: pre-nirvana, alternativo, también por este punto entre torturados y alegres. Siempre los escuchaba mucho. He llorado mucho escuchando música y teniendo como una especie de revelaciones estúpidas (risas).

Haces bastante autoparodia. Dicen que se hace humor de las cosas que ya no tememos. ¿Tú has perdido el miedo?
Siempre tienes un punto de precaución, pero sí, puedo mirar todo esto con una distancia. Supongo que ahora también podía hacer este libro porque tengo esta seguridad, y me ha servido para ordenarme. He sufrido mucho también, hubo un momento que le dije a la editora, Glòria Gasch, que no podía hacerlo; no podía estar todo el día enfrentándome con ello porque me hacía daño. Esta condición me ha ayudado a aprender y ahora también le veo cosas buenas: la resiliencia, el trabajo, la generosidad, la búsqueda... Para mí ha sido mejor la segunda parte de mi vida que la primera, por eso yo ahora estoy contento. Ahora no tengo miedo, tengo ganas.