No hace falta más, con una captura, con una secuencia, hay más que suficiente. La imagen de Roger Stone fumando un puro con un grosor y de unas dimensiones considerables, con el gesto y la actitud de sentirse superior a cualquier otra persona sobre la faz de la tierra, define a un personaje, que ya de primeras, da la impresión de ser un miserable. De hecho, le preguntan a qué edad se fumó su primer puro y él responde: “A los siete años”. Sin duda, Donald Trump necesita a gente así a su lado. En 2021, cuando el asalto al Capitolio. Y ahora, a las puertas de unas nuevas elecciones en las que Trump lo tiene todo de cara para ser elegido: intento de asesinato y resurgir de víctima empoderada con ese "fight" y las dudas en el bando demócrata tras la renuncia de un Joe Biden que andaba perdido y sin rumbo. Por tanto, cuando el danés Christoffer Guldbransen viaja a Estados Unidos para captar qué sucede, què se palpa, qué aire se respira en el país previo a las elecciones, huele que hay algo que está podrido, hedor que tiene nombre y apellidos: Roger Stone, el hombre que persigue a Bill Clinton e imprime camisetas con la leyenda “Clinton violador”. Desde ese instante, el director articula los argumentos e idea un guion con muchos frentes y un objetivo: desenmascarar el peligro. El resultado es el documental Tempestad en Washington, estrenado en la reciente última edición del Atlántida Film Festival y actualmente disponible en Filmin.
El director articula los argumentos e idea un guion con muchos frentes y un objetivo: desenmascarar el peligro
El crepúsculo de los dioses
Todo parte de aquel histórico 6 de enero de 2021, tras una campaña que, como era previsible por el tono populista, demagogo y manipulador utilizado por Trump, había partido al país en dos. En ese contexto, los congresistas se reúnen en el parlamento del Capitolio para aprobar el resultado de las elecciones y, en este caso, declarar a Joe Biden ganador de las elecciones presidenciales. A apenas una milla de distancia, un Donald Trump herido en su orgullo, se comunica con sus seguidores que están allí reunidos con la voluntad de expresar su desacuerdo. "El poder nos ha sido robado", es el lema que airean como bandera. Cerilla dentro de un bidón de gasolina, Trump motiva a los suyos a marchar hacia el Capitolio para protestar. Unas horas más tarde, los sucesos y la noticia que corre como la pólvora: 5 personas son asesinadas y 141, heridas. Y en todo esto, un ideólogo, la persona que pensó que atacar el Capitolio era una idea brillante. Es más, la imagen de Roger Stone, el loco que regalaba mecheros al pirómano de Donald Trump, frente al televisor alentando como un hooligan (pero con tirantes) es deleznable, una postal de esa América confusa e indescifrable, en parte por culpa de personajes de ese calado.
La imagen de Roger Stone frente al televisor alentando como un hooligan (pero con tirantes) es deleznable, una postal de esa América confusa e indescifrable, en parte por culpa de personajes de ese calado
Con estas cartas sobre la mesa, Christoffer Guldbransen trama una historia que a veces se parece a un thriller: hay ritmo, drama, trampas, enredo, sed de venganza e incluso sorna. En un momento dado, Stone dice que la gente no tiene sentido del humor. Vamos, como si esto, algo tan serio como la política y la protección al ciudadano, fuese una comedia o un programa de variedades. Y en ese juego entre director (que se convierte también en personaje) y protagonista (ataques sobre el origen del director, un infarto por estrés de por medio, el FBI y Rusia, un juicio…) está la salsa del documental. Quizá, en algún momento, pueda parecer forzado y llevado en exceso hasta el extremo, pero en el fondo, es lo que le da a la cinta una personalidad. Ese es el enganche principal; la radiografía de un Roger Stone tóxico, que es quien interesa tener cerca a Trump. Como se ocupan de decir sus rivales, es un mentiroso profesional. Sin embargo, el momento cumbre está en esa habitación de hotel donde Stone presencia los altercados y viendo el grado que coge aquello, decide que tiene que salir de la ciudad y, ya de paso, acusar a Trump. Como arma protectora o, simplemente, como otro episodio desmesurado de una América que no conoce el término medio. Y como conclusión, una confesión curiosa: Trump está obsesionado con la película El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder, la ve una y otra vez.