Dice la Academia del Cine Catalán que el flamante Premio Gaudí d'Honor - Miquel Porter 2024 se justifica porque la galardonada fue "una directora pionera cuándo no había directoras, abriendo el camino de las cineastas que en las décadas posteriores nos han maravillado con sus historias y han posicionado el cine catalán dentro y fuera de nuestras fronteras. Pero también por su activismo cinematográfico incansable, reivindicando el legado de destacados cineastas que el paso del tiempo ha ido borrando, acompañando a jóvenes promesas, organizando entregas de premios o defendiendo con insistencia la profesión y la presencia de las mujeres en el cine desde diferentes altavoces institucionales". Aunque ella, Rosa Vergés (Barcelona, 1955) advierte de entrada que no se encuentra muy reflejada en eso de abrir camino: "Pionera era Alice Guy, la primera mujer que hizo una ficción en el mundo," dice, poniendo sobre la mesa una figura que, si no se ha olvidado, es gracias a otras mujeres como Vergés, que se han preocupado al no permitir que nos olvidemos de las que han marcado el paso.

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En Entrevistas de ultratumba (Libros del Kultrum), el libro de charlas invocadas, deliciosos falsos encuentros entre autores vivos y celebridades muertas, había escritores como Ian Rankin, Joyce Carol Oates, Carme Riera o Diego A. Manrique que mantenían conversaciones imaginadas con Arthur Conan Doyle, Robert Frost, George Sand o John Lennon. Claro está, Rosa "hablaba" con Alice Guy. Pero no nos despistemos y volvamos a los Gaudí, a nuestra protagonista como referente de una nueva generación de mujeres cineastas ("antes no teníamos, y ellas, con tantas cosas que decir, tienen unos espejos que ayudan a atreverse a hacer más cosas"), y a su discutida condición de pionera. "Ya me lo habían preguntado alguna vez, pero es que yo no veo a nadie que vaya por el mundo diciendo 'soy Rosa, soy pionera'. Y a veces pasan cosas curiosas: cuando la Filmoteca digitalizó Boom Boom, me di cuenta de que casi todas las jefas de equipos de la película eran mujeres, y yo no era consciente. Pasó de una manera totalmente improvisada y, porque eran personas de confianza. Yo recuerdo tener una conversación con la productora Rosa Romero y con la protagonista, Víktor Laszlo: decíamos que, como no habíamos hecho nada antes, tampoco habíamos hecho nada mal hecho. Nos estábamos estrenando, y no solo nosotras tres, y teníamos que sacar el trabajo adelante con empuje y mucha curiosidad. No creo que fuéramos muy conscientes de si estábamos abriendo camino o no. El tiempo es quien pone las cosas en su sitio", apunta.

Latidos de éxito

Nos citamos con Rosa Vergés en la cafetería de una conocida librería del centro de Barcelona, y nos la encontramos con Jordi Beltran, institución en la radio de nuestro país y coguionista, precisamente, de aquella Boom Boom (1990) que se convirtió en todo un éxito de público en una coyuntura más bien hostil hacia el cine catalán y en catalán. Nos explican que preparan un proyecto que no tiene nada que ver con levantar una nueva película, y, ya a solas, seguimos hablando con la cineasta del impacto de aquella sofisticada comedia romántica de raíces clásicas, y de equívocos bien cinéfilos, y que vista hoy mantiene una insólita modernidad, con un empoderado personaje femenino poco habitual en el cine de hace 30 años. Vergés ganó un Goya y viajó con el filme hacia el Festival de Venecia. "Tuve una gran suerte, porque a mí siempre me habían dicho que hacer una película era como parir. y yo estrené Boom Boom y, un mes más tarde, tuve una criatura. Entonces quizás mi experiencia más sorprendente en aquel momento, porque no era un mundo que me pertenecía, fue pisar la alfombra roja en Venecia llevando un cochecito con un bebé y pensando en cómo se decía pañal en italiano...".

No creo que [las mujeres] fuéramos muy conscientes de si estábamos abriendo camino o no

Un ejercicio de relativizar las cosas siempre es positivo: "Pienso que a mí me ayudó mucho. De hecho es una cosa que, de alguna manera, también le ha pasado a Carla Simón", dice, recordando que estaba embarazada durante el proceso de posproducción y promoción de Alcarràs, y que, después del Oso de Oro, su bebé la acompañaba a todas partes. "La escucho hablar y me siento reconocida en esta proximidad de la vida. Porque el cine está muy lleno de vida, y la vida se cruza todo el rato". Y continúa: "Después de Boom Boom vino Souvenir, que fue mal recibida, así que enseguida entendí que el oficio iba de eso, de pasar del éxito al fracaso, de comprender que un director vale lo que vale su última película".

Profesora Vergés

Sorprende que la carrera detrás de la cámara de Rosa Vergés se limite a cuatro largometrajes de ficción, los ya mencionados, Tic tac (1997) y, finalmente, Iris (2004), pero la realidad apunta que unos cuantos proyectos cayeron por el camino: "Siempre digo que yo empecé dirigiendo mi segunda película, porque la primera no la hice nunca, entre otras cosas por la muerte de Pepón Coromina, que tenía que ser el productor: había dedicado mucho tiempo a preparar Blanca, la historia de amor entre entre un árabe y una cristiana en el siglo XI, y no descarto rodarla algún día". También tiene que ver que en determinados momentos, la cineasta recibió ofertas que no la atrapaban lo suficiente: "Me ha costado mucho hacer cosas por encargo, asumir proyectos que no me creo, porque cada vez que lo he hecho, lo he sufrido más que lo he disfrutado".

En todo caso, la cineasta ha rodado también un puñado de documentales (El Pavelló de la República; Barcelona, Negatif et Positif; Alberti, un poeta en la calle; García Lorca: De Granada a la Luna, o L’Eixample Cerdà, illes en xarxa), ha dirigido teatro, y, fundamentalmente, ha dedicado aquello que alguien bautizó como "los mejores años de las nuestros vidas" a la docencia, como profesora en la Ramon Llull, en la Pompeu Fabra, en la Menéndez Pelayo o en la ESCAC, en los inicios de una escuela que ahora es referencia por todas partes, y de la cual Vergés fue madrina de la primera promoción, con alumnos tan destacados como Juan Antonio Bayona: "Me gusta mucho que alguien que ahora puede ganar el Oscar haya surgido de una escuela de cine de aquí, y me hace mucha gracia haberlo tenido de alumno en clase, por cierto, sentado en la última fila", recuerda con socarronería.

Me gusta mucho que alguien que ahora puede ganar el Oscar [J.A. Bayona] haya surgido de una escuela de cine de aquí, y me hace mucha gracia haberlo tenido de alumno en clase

La enseñanza le ha dado múltiples satisfacciones: "Yo no tuve la oportunidad de estudiar cine, aprendí trabajando, haciendo todos los papeles de los aleluyas en un rodaje, de meritoria de dirección a auxiliar, de script a ayudante, picando mucha piedra". Y recuerda el aprendizaje trabajando con cineastas como Vicente Aranda, José Luis Borau, Paco Betriu, Francesc Bellmunt, Bigas Luna o Agustí Villaronga. O con Jordi Cadena en el primer rodaje que pisó, el de La oscura historia de la prima a Montse (1977): "No te daban demasiadas posibilidades de hacer cosas, más allá de llevarle cafés a Ovidi Montllor. Cafés o carajillos", explica con gracia. "Pero también es verdad que enseguida ya se me sentía parte del oficio, parte de un colectivo".

Muchos años más tarde, haría de vicepresidenta de la Academia de Cine Español que presidía Borau: "José Luis era una fuerza imparable, humanamente e intelectual. En aquel momento la Academia era una oficina, una cosa pequeña, y él la dimensionó, especialmente para que entrara gente joven, posicionando más y mejor. Conseguimos abrir una sede en Barcelona, que se asociara gente de Catalunya, que se hicieran actividades aquí, publicó el libro sobre Pepón Coromina, llevamos los Goya a Barcelona, una gala que dirigí yo...", rememora, reivindicando otra de las vertientes que justifican el Gaudí d'Honor, el del activismo.

La singularidad dentro de un todo

Ha costado mucho que los Goya reconocieran películas rodadas en catalán, en euskera o en gallego, le decimos: "Eso no pasa solo aquí. Ve a hablar con los franceses de París de qué es el cine que se hace en Lyon o a Marsella. De hecho, cuando las películas españolas van a festivales, la gente de fuera ve las películas rodadas en Catalunya, Galicia o Madrid como si fueran de países diferentes. Yo pienso que aquí, a nivel cultural, hemos tenido un problema, la democracia no supo montárselo bien: no se supo transmitir que lo que las diferentes comunidades teníamos en común no es tan interesante como lo que teníamos de diferente. Tú ahora ves una serie o una película en gallego y te parece que sea de Noruega, y es precioso escucharlas en gallego, hay unos actores maravillosos, y unos paisajes, descubres todo un mundo. Lo mismo que ha pasado con el cine catalán. Este centralismo ha hecho que durante muchos años, por ejemplo, los actores andaluces, gallegos, valencianos, mallorquines, catalanes tuvieran que esconder sus acentos para ser más neutros. Esta neutralidad no había hecho ningún bien, ni al cine a la hora de hacerlo, ni al espectador a la hora de verlo. Porque el cine es también un embajador de identidades, y nos hemos perdido muchas cosas. Ahora empezamos a ver con normalidad un cine vasco, un cine gallego y un cine catalán, que no solo son reconocidos en su propia comunidad. Los países nórdicos han promocionado sus obras facilitando la traducción y los subtítulos. Y con todo eso hemos perdido mucho tiempo, el cine catalán ha perdido mucho tiempo en este sentido. Ha tenido una falta de autoestima... Yo sé lo que he tenido que luchar por enseñar las películas fuera", afirma.

No se supo transmitir que lo que las diferentes comunidades teníamos en común no es tan interesante como lo que teníamos de diferente

Y, ya puestos memoria, le preguntamos por aquella juventud cuando, como hija de un editor de prestigio (Josep Vergés, cofundador de Destino), veía pasar por casa a intelectuales como Miguel Delibes, Carmen Laforet o Carmen Martín Gaite. Y claro está, un Josep Pla que, explica la leyenda, le pidió a su padre la mano de Rosa: "Mi padre y Pla nacieron en la misma calle, en Palafrugell, en la calle de la Tarongeta, eran vecinos. Se llevaban unos cuantos años, pero tenían una relación muy próxima, y Pla venía muchísimo a comer. En casa éramos ocho hermanos, seis chicas y dos chicos. Y entonces, claro, yo cuando tenía 17 o 18 años, y empecé a estudiar Historia del Arte, a mí me encantaba hablar con él, que ya era muy mayor. Y yo le hablaba de que veía los capiteles de las iglesias románicas como si fueran storyboards. Hablábamos mucho. Y un día oigo que Pla le dice a mi padre: 'Vergés, con esta hija tuya sí que me casaría'. Y yo...: 'Hombre, no. No le regales a esta hija tuya. Porque le das todo lo que quiere a Plan, pero eso no...', pensaba petrificada", recuerda entre risotadas.

Acabamos nuestro encuentro con la flamante Premio Gaudí d'Honor preguntándole por su timidez y por qué dirá cuándo recoja el galardón: "La gente que está a mi alrededor no se cree que me den vergüenza según qué cosas, pero se me da muy bien disimular, que es a lo que te obliga la timidez. A veces disimulas tanto que nadie cree que seas tímida. Y te confieso que el momento de dar las gracias en público me costará... Pero recibirlo será muy emocionante", remata.