“Ser una motomami es una energía, es una forma de sentirse y de estar en el mundo: yo puedo ser una motomami, tú puedes ser una motomami”, dijo hace unos días Rosalía en una entrevista para El País Semanal antes de lanzar Motomami (Sony). Ya se intuía el carácter empoderado y de metamorfosis en los tuits virales en los que ha ido enumerando las diferentes connotaciones que tiene este concepto o en el primer single publicado, Saoko: la oruga ha roto la crisálida y se ha transformado en mariposa para dejar atrás aquel mal querer que la catapultó a la fama mundial en 2018, cuando se inspiró en un escrito medieval del siglo XIV para hablar de machismo, amor tóxico y el sometimiento psicológico y emocional de una mujer que es apresada por los celos de su marido, un relato secuencial que va desde el enamoramiento inicial hasta aquel último Capítulo 11: Poder con el que imponía, con la voz rasgada de poderío, que a "ningún hombre consiento que dicte mi sentencia".
Hoy ha salido Motomami pero no es ni Los ángeles (Universal Music) ni El mal querer (Sony): es otra cosa igual de titánica en su conjunto. Este tercer álbum, que Rosalía ha presentado esta madrugada en un concierto único a través de Tik Tok, no es un alegato al flamenco ni una continuación experimental al uso para seguir ahondando en el mismo vanguardismo conceptual que mezcló sonidos de motores con sonoridades del trap, el flamenco, el R&B o el pop. Rosalía es ahora una motomami que recoge las cenizas de ese mal querer y renace de ellas decidida a coger las riendas de sus decisiones y contradicciones, tan endiosada como condenada por una popularidad que la sitúa en medio del juicio global. De ello habla sin pelos en la lengua en La fama, bachata que comparte con The Weekend, pero es que lo efímero del éxito es el gran tema angular de todo el proyecto, presente también en la caribeña Delirios de grandeza o Sakura (No pa' siempre puedes ser una estrella y brillar / voy a reírme cuando tenga 80 y mire pa' atrás) porque Rosalía es prudente ante sus amenazas y lo reivindica. Hay más: la catalana no solo quiere demostrar que puede idear nuevas sonoridades y salir inmensamente airosa, que eso está claro; lo que busca es descriminalizar los virajes de estilo y que la mezcla de culturas musicales jamás sea excluyente.
No todo el mundo apoya ni entiende ese giro hacia melodías más transgresoras y jergas musicalizadas. Las primeras piedras contra Motomami ya llegaron a mediados de enero cuando avanzó 15 segundos de Hentai en un vídeo de Tik Tok. “Te quiero ride como a mi bike. Hazme un tape, modo Spike. Yo la batí hasta que se montó. Lo segundo es chingarte, lo primero es Dios”; las redes se llenaron de memes contra el uso de palabras en inglés y conceptos que no se entendían. “Las personas q os está molestando la letra de Hentai estáis bien??”, tuiteó entonces la cantante con la ironía de quien sabe que no faltarán los clasistas que la tachen – otra vez – de haberse pasado al lado oscuro de la música. “Soy igual de cantaora con un chándal de Versace que vestidita de bailaora”, canta ahora en Bulerías, la canción más flamenca de las dieciséis que acabar de sacar.
Se le ha reprochado mucho a Rosalía que, teniendo esa virguería de instrumento en la garganta, se haya decantado por hacer algo tan vulgar y comercial; ella ni se achanta ni se retrae
Ya hace tiempo que la de Sant Esteve Sesrovires se ha acercado a la industria mainstream y a los ritmos latinos. Desde que sacó Con Altura con J Balvin – con más de 615 millones de escuchas en Spotify - o Yo x ti, tú x mí con Ozuna, se le ha reprochado mucho a Rosalía que, teniendo esa virguería de instrumento en la garganta, se haya decantado por hacer algo tan vulgar y comercial. Pero ella no se achanta ni se retrae. No se arrepiente de interpretar canciones de reguetón como las que bailaba de pequeña en la feria, del mismo modo que habla de Camarón de la Isla, La niña de los Peines, Lola Flores, Chavela Vargas, Kendrick Lamar o James Blake como de sus referentes en esa eterna y soporífera lucha entre la alta y la baja cultura que ella mezcla en su trayectoria musical y artística con la espontaneidad que te dan la calle y el trabajo duro.
Un reproche contra los humos subidos
Rosalía jamás ha renunciado a las uñas largas poligoneras que tanto explotó en el imaginario de El mal querer ni al vocabulario de barrio, pero también sabe que los mejores diseñadores quieren que lleve sus vestidos en las pasarelas y que eso la hace una privilegiada alejada de las clases populares. Por eso Rosalía ha convertido su nuevo álbum en un alegato contra los humos subidos y el egocentrismo que puede provocar subir como la espuma cuando no se está preparada, algo que ha vivido en sus pieles con una intensidad desmesurada. Hace solo 4 años, antes de sacar Malamente y cuando solo tenía 25 años, rozaba los 100.000 seguidores en Instagram: hoy tiene más de 19 millones y se codea con el clan Kardashian, ha sido portada de la revista Vogue y la semana pasada salió en el Saturday Night Live de Jimmy Fallon.
Experimenta así en Motomami con su nueva vida de lujos y coches caros, esa que nada tiene que ver a cuando estudiaba en el Taller de Músics de Barcelona o la Escola Superior de Música de Catalunya (ESMUC) y el reconocimiento de la industria solo era un sueño lejano. Investiga su propio encumbramiento con atrevimiento para hacer tanta autocrítica hacia ella misma como una crítica global a esa inmediatez de las redes sociales – del mundo en general – que tan pronto te suben como que te vuelven a bajar, pero que ella sabe utilizar muy bien. Lo hace con melodías más frescas que beben del dembow, el R&B, la balada, el jazz o la electrónica, sonidos ya recurrentes en sus temas que definen su escuela particular.
Rosalía abraza los códigos juveniles y la diversidad del lenguaje sin complejos ni manías, sin prejuicios, ni discriminaciones, ni ninguna voluntad de reapropiarse culturalmente de nada ni de nadie: solo busca la convivencia
Rosalía abraza los códigos juveniles y la diversidad del lenguaje sin complejos ni manías, sin prejuicios, ni discriminaciones, ni ninguna voluntad de reapropiarse culturalmente de nada ni de nadie: solo busca la convivencia. Defiende la pluralidad cultural y el mestizaje en su propuesta como una extensión de ella misma, influenciada culturalmente por haber vivido en Los Ángeles y rodearse de amigos de cualquier parte del mundo, pero sin olvidar a su familia ni sus raíces. En G3N15, quizás la mejor canción del disco, le pide perdón a su sobrino Genís por estar lejos, en L.A., “un sitio que no te llevaría, aquí nadie está en paz entre estrellas y jeringuillas”, y la nana acaba con un audio de su abuela hablando en catalán que incita a un mar de lágrimas: “Et portes un camí que és una mica complicat. Quan me'l miro penso ‘Que complicat és el món en que s'ha ficat la Rosalía’. Però bueno, si ets feliç, jo també soc feliç”.
Motomami es también una representación de la dualidad: moto en japonés significa “fuerte” y mami hace referencia a “la fragilidad”, como ha contado ella misma. Rosalía sabe que el equilibrio de cualquier artista – de cualquier persona – reside en saberse manejar entre esa constante dicotomía que va de la gloria pública al miedo individual, ambos sentimientos indisociables que la cantante conduce con deslumbrante sobriedad. La cantante es un genio del storytelling y de la creación de imaginarios, y juega descaradamente con el mensaje a partir de la estética y la superficialidad, conocedora de las mil interpretaciones de su expresión artística. Pero tontea con ese riesgo y con las incoherencias y su propuesta trasciende: esa es su grandeza.
La cantante es un genio del storytelling y de la creación de imaginarios, y juega descaradamente con el mensaje a partir de la estética y la superficialidad
Motomami es la evolución de la propia vida de la Rosalía, lo que la define en esta etapa y lo que la legitima como una artista 360º en todas las canciones de la set list. Candy suena a reguetón clásico mezclado con R&B, Chicken Teriyaki es perfecta para Tik Tok – su baile pegadizo ya se está replicando como la pólvora - y Combi Versace, a duo con Tokischa, pide a gritos llenar la pista; en Abcdefg, Rosalía presenta un interludio hablado, en la homónima Motomami mezcla sonidos raveros y electrónicos, en Diablo – colaboración con James Blake – la base de reguetón se entremezcla con una lírica que se transforma constantemente, unas combinaciones que potencia en CUUUUuuuuuute, con sonidos hardcore, metálicos y de motores, autotune y voces a capela que se relajan cuando empieza a sonar el piano en Como un G, una balada preciosa y muy sentía.
La polémica entre sensualidad y empoderamiento
Como cualquier artista femenina que rehúye de los roles clásicos de mujer callada y sumisa para convertirse en sujeto activo, Rosalía ha sido señalada y juzgada muchas veces por expresarse artísticamente a través de la sensualidad, desatando frecuentemente el debate sobre si la hipersexualización de las mujeres para apropiarse de su cuerpo es empoderamiento o es esclavitud neoliberal oculta bajo las leyes del sistema patriarcal. La última controversia viene por Hentai (nombre que hace referencia al anime japonés que cosifica a las mujeres), una canción lenta y explícita sobre sexualidad, masturbación y deseo sexual que ella ha querido reapropiarse y que ha levantado ampollas. Por un lado, a una parte de la sociedad conservadora que injustificadamente todavía ve con malos ojos que una mujer explote su sexualidad de forma pública. Por el otro, porque la catalana ha caído en el insulto que han utilizado antes un montón de artistas para despreciar a las mujeres: “Caro, como que tiene un diamante en la punta / siempre me pone por delante de esa' puta”. Utilizar un calificativo machista que degrada a la mujer y fomenta la competitividad radical entre ellas no tiene ningún sentido: es agresivo, violento y gratuito, además de contradictorio con toda su propuesta artística.
Pero la excelente campaña de marketing detrás de este tercer álbum ha sido más que inteligente, brillante: la cantante ha regado con gasolina las ganas de sus fans tanto como las críticas, lanzando primero aquellas canciones que se alejaban más del imaginario de El mal querer para tener al público en vilo, ahí detrás de las pantallas esperando cualquier oportunidad para saltarle a la yugular y juzgar su nuevo proyecto, en el que lleva más de 3 años trabajando. Rosalía sabía que al público le gusta el salseo y la escabechina, y la jugada le ha salido tan bien que, pese a que mucha gente sigue viendo a una cantante excelente haciendo música mala, solo unas horas después de la publicación del disco entero ya resuenan voces críticas que ensalzan las grandilocuencias del rupturismo de Motomami. Habría podido repetir la fórmula de su éxito anterior, pero ha preferido arriesgar, otra vez, y ver hacia dónde va. Ella ya lo avisó: "Una motomami destruye con gusto sus obras anteriores para dar paso a las obras siguientes".