Roser Capdevila, la dibujante de Las tres mellizas (uno de los mayores éxitos de la industria audiovisual catalana), ha publicado sus memorias de niñez. Lo ha hecho, obviamente, en forma ilustrada. De aquí surge el libro La nena que volia dibuixar. Els meus petits records de postguerra, publicado por Angle Editorial y Brot 72. En esta obra Capdevila no renuncia a sus típicas caricaturas frescas, pero el contenido en este caso es mucho más duro. Si bien la obra está impregnada de nostalgia por la infancia perdida, también está repleto de indignación por la represión que sufrieron los miembros de su generación cuando eran niños. Capdevila nació tres días antes de que las tropas franquistas ocuparan Barcelona. Vivió, pues, toda la represión de posguerra, la educación nacional-católica más dura, el adoctrinamiento sistemático...
La Horta de posguerra
La pequeña Roser que retrata este libro es una niña traviesa, juguetona y con poca vocación para los estudios que será sometida a una fuerte presión por parte de la escuela, la parroquia, las convenciones sociales... La Roser adulta recuerda ahora aquellos tiempos vividos en Horta, sin ahorrar críticas a una escuela que fomentaba la mediocridad, a una iglesia represora, a una sociedad hipócrita... En realidad, y quizás no por casualidad, la maestra de su escuela tiene un sospechoso parecido con la bruja aburrida. Una represión, dura para todos en la época, lo fue mucho más para Roser Capdevila, como niña que era, sometida a la represión del machismo ambiental. No es extraño que la protagonista de la obra sea una chica que sueña con huir, a Estados Unidos o a Suiza. Lo más peculiar es que la autora lo conseguirá muy pronto, y con 18 años volverá a su país bien cambiada. Liberada.
La vida cotidiana de los niños
Pero además del aspecto de denuncia, el libro de Roser Capdevila tiene un gran valor como retrato de la vida cotidiana de una época. La infancia de la dibujante es, también, en cierta medida, un itinerario de toda una generación. Y Capdevila tiene instinto para buscar los episodios más jugosos que retratan una época. Recuerda, por ejemplo, que alguna gente que usaba papel de diario en la comuna recortaba previamente las esquelas para no cometer sacrilegio ensuciando sus cruces con excrementos. O que los remedios principales para curar las enfermedades eran la laxante agua de carabaña, la alcohólica agua del Carme y la multifuncional agua de Lourdes. O que el eterno problema de las chicas, cuando crecían, eran los puntos de las medias, que se recosían en las mercerías... Pero Capdevila también recuerda los puntos felices de los niños de aquel tiempo: las escapadas por una Barcelona que todavía tenía espacios libres donde podían campar a sus anchas los niños, los helados del bar Quimet de la Plaça Eivissa, los escándalos en la iglesia los jueves santos, cuando los niños se dedicaban a "matar judíos" con mucho ruído...
La infancia de una dibujante madura
La nena que volia dibuixar es, ante todo, una obra bonita, que entra por los ojos desde el primer momento; una obra atractiva e inteligente. No se la querrán perder a los coetáneos de la dibujante, y tampoco los vecinos de Horta, que descubrirán un barrio (casi un pueblo) que ya no existe. Con esta obra nos sumergiremos, de forma ligera pero divertida, en el pasado de toda una generación de mujeres de nuestro país. El libro acaba con una breve y contundente declaración de Capdevila, que es toda una dedicatoria a sus coetáneos: "A la generación de los años 40. Fuimos educados para obedecer, pero no nos enseñaron a pensar". No hay ninguna duda de que Roser Capdevila ha aprendido a pensar, con el tiempo. Y que ayuda a pensar con sus imágenes.