Palma, 15 de enero de 1729. Juan de Acuña y Bejarano, comandante borbónico de Mallorca, ordenaba la ejecución de Mateu Reus, conocido como Rotget, el último gran bandolero mallorquín. La ejecución de Rotget, en Palma, a la plaza de Santa Caterina, sobre un cadalso, presentada como un espectáculo público y escenificada como un triunfo del régimen borbónico, marcó el inicio del fin de un fenómeno que había azotado la isla durante más de dos siglos. Rotget era el último de una larga lista de grandes capitanes bandoleros mallorquines que se remontaba a la Revolución de las Germanías (1521-1523). La derrota de las clases populares y la represión desatada por las clases aristocráticas había impulsado la aparición de un nuevo fenómeno que no tenía ninguna relación con los luchas señoriales anteriores. El bandolerismo mallorquín sería, esencialmente, antiseñorial.
La Revolución de las Germanías mallorquinas (1521-1523) era la expresión de una ambición de cambio por parte de las clases populares y de las clases mercantiles que recorría toda Europa: destruir el régimen feudal en todas sus vertientes —la política, la económica, la social y la cultural— y mandar la aristocracia a la papelera de la historia. Las Germanías mallorquinas estaban estrechamente relacionadas, ideológica y cronológicamente, con otros fenómenos parecidos —los Remensas catalanes, las Germanías valencianas, los Irmandinhos gallegos, los Rustauds alsacianos y bávaros, y las Jaqueries occitanas, posteriores— y, como sus hermanas gemelas continentales, estaba destinada a marcar un antes y un después. Con independencia de su resultado.
La derrota de las clases populares y las mercantiles, que tantas esperanzas habían depositado en esa revolución, no haría más que abrir un nuevo escenario, pero con los mismos actores. La durísima represión señorial trazaría un nuevo dibujo y el esquema clásico de conflicto que se había visto durante el periodo revolucionario dejaría paso a una guerra soterrada. Las tradicionales luchas de la centuria anterior, que no eran más que un enfrentamiento entre las diversas familias oligárquicas de la isla por el control del poder político mallorquín y que contaban con la necesaria participación de elementos de las clases populares que engrosaban esos ejércitos particulares, terminaron plenamente transformadas en el fenómeno del bandolerismo: la lucha de los derrotados, desclasados y perseguidos contra los vencedores, reforzados y opresores. Las clases populares contra las clases señoriales.
La nómina de grandes capitanes bandoleros de la centuria de 1500 lo encabeza Onofre Jaume, un pequeño propietario rural de Coanegra que tuvo una curiosa relación con el bandolerismo. Hijo de una familia del partido hermanado, entró en el mundo del bandolerismo, como tantos otros, después de un enfrentamiento con los oficiales reales en 1533, una década después del final del conflicto —un dato que revela la intensidad y la duración de aquella represión—. Durante tres décadas fue el bandolero más célebre de Mallorca, hasta que en 1566, oficialmente, se pasó al otro bando. La documentación de la época revela que el virrey hispánico Juan de Urriés le ofreció una amnistía a cambio de abandonar la actividad bandolera. "Se lo faculta para perseguir, prender y entregar a la regia corte todos y cualesquiera inculpados y proscritos de cualquier crimen y delito", leemos.
Es precisamente en esta etapa que se le conoce la relación con los otros capitanes bandoleros destacados: Antoni Castelló, de Santa Margalida; Jaume Ferragut, de Sant Joan; Jeroni Ferrà, de Valldemossa; Jaume Piraus, de Bunyola; Jaume Terrassa, de Algaida; Macià Oliver, de Santa Maria, y Guillem Morey, de Felanitx. Una relación que presenta muchas dudas, y que tanto podría ser la de un espía bandolero infiltrado en los cenáculos del poder como la de un implacable cazador de bandoleros. Por una parte, fue denunciado por contemporizar con los bandoleros: el alcalde de Muro lo acusó de complicidad con los perseguidos de aquella villa. Y por otra, su partida de hombres fue uno de los objetivos del bandolerismo: Antoni Amengual, de Binissalem, mató a Miquel Sampol, el lugarteniente de Jaume, y poco después fue asesinado por orden del virrey Urriés.
A principios de la centuria de 1600, el paisaje social de Mallorca no había variado en relación con el siglo anterior. Las fuentes documentales describen una sociedad violenta y violentada, plenamente instalada en una espiral de crímenes y de venganzas. Fue también en esta etapa a caballo de los dos siglos (el XVI y el XVII) cuando rebrotaron con fuerza las luchas aristocráticss, tanto por la disputa de los cargos políticos importantes en la isla, como por la carrera desbocada para ganar méritos ante la administración hispánica. Méritos que, en su imaginario, tenían que llevarlos hasta la corte de los reyes Felipe II y Felipe III. Son los años de las luchas entre los partidos Canamunt y Canavall, que llenaron de sangre las calles de Palma. Y son los años, también, en que las facciones aristocráticas en conflicto se disputaban la contratación de los grupos bandoleros consolidados.
Este curioso y sorprendente rizo fue la tónica del bandolerismo mallorquín de 1600. Un fenómeno que progresivamente se aproximaría al esquema general del bandolerismo de los países del Mediterráneo. También en Catalunya los virreyes hispánicos habían intentado e intentarían desactivar el bandolerismo reclutando a los grandes jefes de cuadrilla. El caso más destacado se dio en 1612, cuando el virrey Manrique pactó con Pere Roca d'Oristà, Perot Rocaguinarda, el gran capitán del bandolerismo señorial, la amnistía a cambio de servir en los Tercios de Castilla. Y también en Catalunya, hasta la Revolución de los Segadores (1640), los grandes grupos bandoleros catalanes fueron generalmente contratados para dirimir conflictos domésticos o rivalidades políticas. En Sicilia, Calabria, Nápoles, Cerdeña, Provenza y el País Valencià pasaba tres cuartos de lo mismo.
Durante este siglo, el que precede al de Rotget, el grupo de Selva, mandado por Mateu Ferragut, conocido como es capellà Boda y generalmente al servicio de la poderosa familia Santacília; el grupo de Llorenç Coll, conocido como Barona y que antes había participado muy activamente en los movimientos antiseñoriales de Santa Margalida, y el grupo de Bartomeu Gomila, más conocido como Moiana y sin una adscripción clara más allá del beneficio propio, sembraron la isla de cadáveres. Uno de los casos más destacados fue el asesinato de Jaume Joan de Berga, oidor de la Real Audiencia, que murió en manos de Antoni Gibert, conocido como Treufoc, lugarteniente de Ferragut y amigo y compañero de prisión del hijo primogénito de Onofre Jaume: la prueba más contundente de las sorprendentes conexiones entre los grupos bandoleros rivales.
Rotget, el último gran bandolero mallorquín, fue un producto de la suma de las raíces, de la tradición y de la cultura de aquel fenómeno. Y del tiempo que le tocó vivir. La Guerra de Sucesión hispánica (1705-1715) tuvo un componente revolucionario muy destacado en Mallorca y en el País Valencià, que causó no pocos quebraderos de cabeza en la cancillería de Carlos de Habsburgo: en el País Valencià, los maulets liderados por Joan Baptista Basset, y en Mallorca, los grupos bandoleros tradicionales que recuperaban su espíritu inicial y su historia. Mateu Reus, Rotget, fue uno de los líderes destacados de aquel bandolerismo nuevo, y a la vez viejo, de raíz popular y reivindicativa, esencialmente antiseñorial. Cuando los borbónicos, después de años de persecución, consiguieron capturar a Rotget, lo presentaron como un gran triunfo.
Los recursos que emplearon en aquella empresa destinada a la captura de un solo hombre —doscientos dragones a caballo, cien granaderos, cuatrocientos soldados, una leva forzosa de dos mil civiles y el encarcelamiento y tortura de más cuatrocientas personas— ponen de relieve que la ejecución de Rotget era también la liquidación de la última resistencia armada antiborbónica en Mallorca.