La Humana se encuentra a la Perra entre los delirios de una rave y se la lleva a su casa. No sabe muy bien por qué pero hay algo en ella que la empuja a no permitir que otro ser sea abandonado a su mala suerte, como si el destino del animal y el suyo fueran indisociables. Al nada se da cuenta de que la perra está en celo. Con esta escena tan mundana empieza El celo (Alfaguara), el nuevo libro que Sabina Urraca le ha regalado al mundo y que va mucho más allá de ser un caramelo literario de una excelencia subrayable. Es una autopsia a las entrañas de los malos tratos y una radiografía costumbrista sobre las leyes macabras que pesan sobre las mujeres que lo sufren, apartadas de la manada como apestadas inútiles, almas malditas de un fenómeno abusivo casi paranormal. Habla también de la búsqueda del placer cuando se ha hecho añicos o de la contradicción de volver hacia el fuego sabiendo que quema, aunque el resto del aquelarre se empeñe en enseñarte las llamas. Todo se mezcla en El celo: lo primitivo de la animalidad humana, el abuso como un fantasma omnipresente, el terror que se cuela en las articulaciones e impide abrocharse los zapatos, una luz verde pequeñita al final del túnel. Y en medio de todo, la salvación meneando la cola. 

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Foto: Pau Venteo

¿Reconocerse como animales nos debilita?
Claro, porque es reconocer que somos seres irracionales que actuamos por instintos hormonales y por propulsiones instintivas. Es casi como reconocer que somos unas bestias que no sabemos lo que estamos haciendo. Supongo que es reconocer que no somos seres morales con principios. Pero yo siento que ser consciente de eso también es un poder. Detenerte y pensar por qué has hecho algo y reconocer los instintos, en lugar de taparlos y negarlos, y fingir que el mundo es cuqui y maravilloso. Creo que sería mejor darnos cuenta de quienes somos, tanto a nivel moral como para la convivencia social.

¿Ese vínculo con la perra parte de la poca confianza en el ser humano?
Esto es algo que está a la orden del día. En las grandes ciudades, cada vez hay más gente desengañada o dolorida con el mundo, lo cual es normal, porque el mundo es despiadado. Vivimos en un sistema bastante complicado y de pronto hay mucha soledad en nuestra sociedad. Vamos a toda velocidad. Hay una cultura bastante subterránea de pisarse unos a otros, de querer sobresalir, una cultura del éxito, y esto puede ser agotador. Y vuelves a tu casa y te refugias en un animal que ni te habla, que solo te mira, está calentito, te mira con adoración porque te quiere muchísimo. En la novela se dice: "un lobo fue a comer unos huesos a la entrada de la cueva, dentro le olía bueno, y entró y ya se quedó". Yo entiendo que cada vez se dé más, y me incluyo dentro de este fenómeno, que encontremos paz en la relación con un ser que no es humano, y cuyo modo de comunicación no pasa por lo verbal. Encuentras un refugio tan curioso en un ser que vive así. Yo empatizo totalmente con esto, aunque también veo su parte perversa. De hecho, es verdad que en El celo me costó mucho la parte en la que la Humana rechaza a la Perra. Era doloroso escribir eso, pero entendía que era una situación que se podía dar. Yo con mi perra he vivido una historia de amor fulgurante, pero hay gente que adopta un perro y de repente le destroza la casa. 

¿Te han preguntado muchas veces si el libro es tu vida?
He visto la intención de preguntármelo, pero de momento han tenido el detalle de no hacerlo directamente [risas]. Van saliendo cosas. Obviamente yo siempre digo que sería idiota si en mi escritura no usase determinadas cosas que la vida me pone por delante. Cuando la gente me pregunta si es autobiográfico me hace gracia, porque ¿con autobiográfico te refieres a si es mi vida, o a si son cosas que me han contado o que yo he visto en el otro? Porque eso también es autobiografía: lo que observo, lo que me cuenta la gente que conozco, las conversaciones que escucho por la calle. Sería idiota si no lo hubiese usado y también si no llevase algunas de estas cosas a la fantasía. Ninguno de los personajes del libro existe, pero eso no significa que no haya tomado cosas de aquí y de allá de historias que me han contado y las haya mezclado con fantasía absoluta. Ese es el trabajo de un escritor.

Es terriblemente doloroso comprobar cómo al ser humano le cuesta tanto empatizar con algo con lo que no se siente identificado

Inconscientemente, al inicio me imaginé a la Humana como una persona analfabeta, pobre y sin recursos. Sigue habiendo una asociación estigmatizada entre maltrato y clase baja?
Cualquier persona, por muy fuerte y potente que sea, puede ser desactivada si le pulsan las teclas correctas. No todo el mundo puede desactivar a todo el mundo, pero hay personas concretas que pueden desactivar a otra persona, amparadas por un sistema. Por alguna razón, a la gente le cuesta mucho empatizar con traumas que no ha vivido. Puede ser violencia de género, puede ser cualquier otra. Incluso en el abuso sexual, por ejemplo, siempre se acude al por qué no lo contó. El primer libro de Belén López Peiró, a quien admiro muchísimo, se llama Por qué volvías cada verano, y habla del abuso sexual intrafamiliar. Y en un momento la mujer de su abusador le dice a la protagonista: "si te pasaba esto, ¿por qué volvías cada verano?" Esta es una pregunta que te sigues encontrando, incluso de la gente que te tendría que ayudar y en la que confiabas. Es terriblemente doloroso comprobar cómo al ser humano le cuesta tanto empatizar con algo con lo que no se siente identificado. ¿Nunca te han engañado? ¿Nunca has tenido un amigo de niño que te manipulaba? ¿Nunca has tenido un jefe que conseguía que hicieras lo que quería y tú eras incapaz de plantarle cara? ¿No has vivido bajo un yugo? Creo que de eso no nos libramos nadie, así que no entiendo porque a alguien le costaría tanto comprenderlo.

Y es vergonzoso decirlo, pero hay cierta condescendencia social al llegar a pensar que las personas maltratadas son seres inferiores.
Absolutamente. Y eso hace que si tú vives un tipo de experiencia de violencia te cueste identificarla y darte cuenta de que a ti te está pasando. Al principio tú piensas que no te puede pasar. Y es por eso por lo que en El celo tuve mucho cuidado de crear un personaje que en su pasado fue una persona muy potente. De hecho, la Humana parecía estar libre de estos traumas contemporáneos. Es una mujer en la sociedad actual, por supuesto que ha sufrido violencias médicas, discriminaciones laborales, su abuela ejerce sobre ella un nivel bajo pero constante de represión sexual, su madre juzga el cuerpo de su hija. Pero, aun así, la Humana es una tipa muy potente con un control sobre su sexualidad brutal, lo cual no significa que en un momento dado no pueda llegar alguien, pulsar los botones correctos y robarle precisamente ese poder que tiene.

el celo sabina urraca

Ella se ampara en el silencio y en un estado de semi negación, aunque ahora la estrategia de la buena víctima es que lo cuente. ¿Pero el silencio también puede ser sanador?
Hay mucha gente que dice aquello de que "tu silencio no te salvará". Bueno, discrepo. Entiendo que es una consigna política, y obviamente lo ideal es que todo el mundo cuente sus historias. Pero por ejemplo, ahora hay toda esta oleada de señalamiento a directores de cine y teatro muchos años después, y la gente preguntando que por qué no hablaron antes, o por qué no denunciaron. Primero, no es fácil darte cuenta. En cualquier tipo de abuso que sufras, tú no te das cuenta porque está sucediendo en tu zona de confort: es tu familia, es tu novio, es tu amor, es tu familia. "Es que no estás dejando a tu maltratador". Cuando dejas a tu maltratador también estás dejando a tu amor, también estás dejando a tu familia, y eso todo el mundo sabe que no es fácil. Te dicen que hay que abrir los ojos y hablar inmediatamente, y hablar es muy peligroso y tienes que estar muy fuerte. Yo creo que el silencio puede ayudar a algunas personas durante un tiempo a transitar las cosas. Puede ser tremendamente doloroso que tú acudas a la persona que más te importa en el mundo porque sientes que te va a apoyar, y esta persona te diga que ni lo entiende ni te entiende. Y eso es muy habitual.

Hay un momento en el libro que se cita el lema Yo no te creo. Por feministas que seamos, ¿nos cuesta señalar al acosador cuando pertenece a nuestro círculo?
Claro, porque un agresor no es solo un agresor. No es una bestia parda, no es el Joker, no es Gargamel. De hecho, en todas estas precuelas —Joker, Maléfica— se humaniza al malo. Es que el malo también tiene un pasado, y también tiene unas razones para comportarse como se comporta. Puede ser una persona magnífica con alguna gente. Claro que es mucho más fácil a nivel político y social generar unos compartimentos estancos. "Esto es lo malo". "Contra esto hay que ir". "Tienes que hablar y denunciar a este". Así, así y así. Las personas somos complejísimas y todo es mucho más difícil. Y una víctima no es solo una víctima. Pensé que se podría explicar en una novela creando unos personajes determinados que muestren contradicciones muy fuertes y situaciones de las que la gente no habla, como el hecho que muchas veces la víctima es adicta a lo que ha vivido y su zona de confort es precisamente esa zona de sufrimiento, y vuelve a ella.

Muchas veces la víctima es adicta a lo que ha vivido y su zona de confort es precisamente esa zona de sufrimiento

Vas más allá del moratón y hablas mucho de la somatización de la violencia psicológica a través del cuerpo. ¿El patriarcado ha encontrado un nuevo modus operandi perfecto para sobrevivir?
Fíjate que yo no siento que muchos hagan esto de forma consciente. Los agresores no se consideran agresores. No se dan cuenta de que lo son y de que están ejerciendo maltratos psicológicos, y este es el peligro. Obviamente viven en una sociedad que ampara muchos de sus comportamientos y que incluso muchas veces los ha empujado a ser violentos, a temer o ridiculizar la sexualidad de las mujeres. No es que ellos se metan en su guarida a frotarse las manos y a decirse que van a ser malos con las mujeres. No creo que haya esta estrategia ni que se inmiscuyan por los recovecos que deja la violencia física y vayan a la psicológica: es que sucede casi sin que se den cuenta.

¿Tu cuerpo somatizó la historia de algún modo concreto?
En momentos sí, sobre todo cuando sentía que era incapaz de escribirlo. Yo tomé notas y fui escribiendo cosas que me venían a la cabeza durante siete u ocho años. Hubo un momento que me puse a ordenarlo todo, estuve dos meses ordenando más de 500 páginas de Word solo con notas y escenas sueltas. Fue un proceso complicado y muchas veces me he visto tumbada por el desaliento absoluto, me despertaba y pensaba que no podía. Nunca más voy a hacer esto de tomar notas sin fin [risas]. Hay que meterse cuanto antes, porque de alguna forma tomar notas durante ocho años fue procrastinar la verdadera escritura del libro. He vivido algunos momentos con ansiedad de baja intensidad pero que estaba siempre por ahí. Alguna vez he llorado por no poder. Y los últimos tres meses de escritura estuve encerrada totalmente en casa, con mi marido dándome todo, cuidándome muchísimo, y mi perra todo el rato a mi lado. Sentía que me había secuestrado en mi propia casa, solo iba a clase de yoga y salía a sacar a mi perra. Había momentos en los que me daban migrañas muy fuertes, y quizás yo no sentía que estuviese estresada, pero el cuerpo me daba señales.

Sabina Urraca   Pau Venteo (1)
Foto: Pau Venteo

La Humana llega al punto de no poder abrocharse los botones. 
Para mí es muy importante esta somatización que tiene la Humana, y también Wendy, porque he observado mucho el tema de las enfermedades autoinmunes —cuando el cuerpo se ataca a sí mismo de alguna forma— que prevalecen en mujeres por una cuestión fisiológica, porque tenemos un sistema inmune más fuerte. Escribiendo el libro me daba cuenta, con toda la inspiración de determinados entornos, que de las mujeres que habían sufrido relaciones de maltrato o un nivel de violencia sostenido a lo largo de la vida, muchas tenían enfermedades autoinmunes, o enfermedades como la endometriosis, con un tejido endometrial creciendo sin control por dentro del cuerpo. Y en ese momento fue cuando me di cuenta de cuánto se parecía la vivencia del maltrato o del abuso, del trauma, a una maldición de cuento. Algunas de estas mujeres, aunque su maltratador esté lejos o no exista ya porque ha muerto, lo sienten. En un momento en el bar, tienen esta conversación: "¿Tú lo preferirías muerto o vivo?, ¿cómo lo temes más?" Y la Humana dice que lo temería más muerto, porque lo que teme es esta maldición, esta magia. De forma pragmática lo podríamos traducir en cómo el trauma cala en tu mente y en tu organismo, hasta el punto de que, aunque ese maltrato ya no exista, tú lo sigues llevando contigo y tu cuerpo sigue reaccionando como un animal atemorizado. 

También hablas mucho de la sobremedicación, la Humana o la Mecha son adictas a los ansiolíticos. ¿Se ha extendido la emisión de recetas desde la institución pública para no atajar el maltrato?
Obviamente los ansiolíticos son un parche, pero incluso la terapia algunas veces lo es. El problema se sitúa mucho antes, en el modo de vida que llevamos, en cómo estamos acostumbrados a existir en estas sociedades en las que vivimos. Es un problema tan de base, y arreglar la base es tan imposible, que tenemos que acudir a esa especie de parches. Y los ansiolíticos son un parche rápido que te proporciona un rato de paz momentánea. En el caso de estas mujeres, tuve claro desde el principio que uno de los motores principales del personaje para hacer determinadas cosas iba a ser esa adicción a los ansiolíticos. Ella no va a terapia porque ella crea que ha sido maltratada. De hecho, al principio le dice al médico que se ha equivocado porque siente que lo que ha vivido es otra cosa diferente. Ella ubica el maltrato como algo que le sucede a otra gente, nunca a ella, y de primeras va allí solo para que le den las pastillas. Hay un momento en el que todas permanecen unidas porque la Vieja tiene estas pastillas y provee a las demás, se las da como si hicieran la primera comunión. Ellas se reúnen un poco en torno a esta paz momentánea

A parte de escritora, eres editora: ¿cuesta la dualidad?
Me gusta mucho, pero es verdad que hubo un momento en el que estaba editando para la colección de Caballo de Troya, y al mismo tiempo terminando este libro, y no fue fácil. Parece que está mal decirlo, pero yo siento que estoy segura en el terreno de la edición, dudo poco y controlo bastante las propuestas que hago. Pero con la escritura no; con la escritura siempre me voy a sentir insegura, siempre dudo mucho. Y me parece que seguiré dudando toda la vida y me parece bueno. Imagínate editar a otra persona con toda la seguridad por la mañana, y por la tarde ponerte a escribir un libro y de repente echarte a llorar y decir: "pero si yo no sé escribir". Con este libro ha sido la primera vez que me daba cuenta que era capaz de editarme a mí misma, que podía alejarme un poquito del texto. 

Algunas veces hablo con amigas mías que tienen trabajos verdaderamente útiles, y me da como envidia, veo que están haciendo algo que sirve para algo. Y lo que yo hago, ¿sirve para algo?

¿Cuándo sabes que tienes delante una buena historia?
Tengo que sentir que esa persona me está contando algo que me interesa, me gusta cuando estoy leyendo y de pronto me olvido del mundo y de mí misma, y solo estoy leyendo y me quedo hipnotizada. Muchas veces me pasa simplemente hablando con una persona cuando le veo algo especial y me digo que tiene una visión curiosa del mundo. 

¿Puede pasar que leas un buen manuscrito pero tengas que descartarlo porque, comercialmente, no tiene salida?
Yo he sacado libros que no funcionan comercialmente, pero no me importa si ha llegado a diez personas a las que esa historia sí les ha parecido buena. Obviamente soy consciente de que en el mercado editorial hay unas leyes marketinianas muy salvajes, y que a la gente le cuesta mucho leer. Sacar un tocho es complicado. También he sacado algunos libros que son muy raros y en los que hay gente que no entra en absoluto, y lo entiendo. Pero me parece importante no hacer concesiones al mercado y no ceder. Y me han llegado libros que comercialmente habrían ido bien, y he rechazado otros que luego lo han petado. Pero no me he arrepentido. 

¿Se publica demasiado?
Se publica muchísimo. De hecho, uno de mis pesos siempre es que cuando estoy escribiendo un libro, pienso: ¿pero este libro lo necesita alguien? Siento que ningún libro es necesario, me entra una sensación nihilista de pensar por qué estábamos escribiendo si hay una sobreproducción extrema. El mundo es un poco loco y sin sentido. Pienso que me lo paso bien escribiendo y editando, y algunas de las experiencias más felices de mi vida han sido escribiendo y editando libros de otros que luego han llegado a las vidas de la gente. Y pienso: bueno, si es lo que me gusta, ¿qué voy a hacer? La vida no es eterna, voy a hacer lo que me gusta. Eso no significa que lo que yo hago haga falta. Algunas veces hablo con amigas mías que tienen trabajos verdaderamente útiles, y me da como envidia, veo que están haciendo algo que sirve para algo. Y lo que yo hago, ¿sirve para algo? No lo sé [risas].

Yo creo que sí que lo sabes.
Los libros y las historias son mi religión. Si yo tuviera una religión, que no tengo ninguna, sería esa: las historias que me cuenta la gente, lo que yo le cuento a la gente. Las cosas que he leído en mi vida desde pequeña es lo que más me importa. Si un par de personas siente esta misma emoción que yo estoy sintiendo, y les ayuda a vivir de la forma en que a mí me ayuda, con esto ya vale la pena. 
 

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Foto: Pau Venteo