¿En la antigua Grecia lo que vemos es el pasado remoto o el futuro más inmediato? ¿La herencia griega es una herencia envenenada o un acicate? ¿Puede el agon, que es como se llama en griego la lucha, el juego, el ámbito que fue específico y exclusivamente masculino, puede ser en el mundo contemporáneo también un territorio de la mujer? ¿La guerra es el territorio masculino y el amor es el femenino? ¿Son intercambiables, es decir, son en realidad un único ámbito como proclamaba Ovidio? El siglo XX ha sido el de las mujeres y el XXI lo será aún más, una nueva etapa en la que las reflexiones sobre la identidad y la sexualidad se interrelacionan en múltiples combinaciones hasta acaparar un interés mayúsculo por parte de todo el mundo. Y entonces, ¿cómo podemos aceptar que, mientras en el mundo antiguo judío, la presencia femenina (la madre) sea siempre positiva, y para los griegos (que, según el tópico, son la base imprescindible de nuestra civilización) fuera vista mucho más que mala, incluso nefasta? ¿Que lo femenino no sólo es negativo sino terrorífico, con la temible diosa Hera, sedienta de poder, con la resentida Deméter, con Clitemnestra, la asesina? Despiertan horror pero también fascinación. Nicole Loraux lo estudió en Las experiencias de Tiresias y descubría un mundo binario, confrontado entre hombres y mujeres, “bastante retorcido”, en el que la imaginación de los hombres griegos tiende incluso a desvincular a las mujeres de lo femenino y usurparlo. Es cuando nace el travestí.
Safo habla de un amor que se tortura en la separación, es intenso y bello, suave, encantador en las palabras, en las imágenes, en la mentalidad sugestiva y poderosa
Que Zeus fuera capaz de alumbrar nada menos que a la diosa Atenea resulta así muy significativo, y quizá esperanzador, si pensamos en la paternidad del futuro. La afectividad desbordada, incontrolada de las mujeres: éste es el problema según algunos hombres. Las pulsiones femeninas son vistas como el gran enemigo del logos griego, ya sea el amor o la cólera. La guerra por amor (por una pulsión) es el primer verso de la Ilíada y el corazón que hace palpitar todo el poema de poemas en el que Grecia se reconoce. No es extraño pues que Safo de Lesbos, mujer, escritora, se dirija a Afrodita y le pida que la libre de despertares rigurosos y que se cumpla todo lo que anhela el corazón. Siendo ella misma que sea su aliada en la lucha. Lucha, guerra, como tradujo en su versión castellana Joan Ferraté: el deseo de conquista, de amar a una chica, de encontrar un dominio, un ámbito, un lugar fuera del espacio doméstico, lo que Virginia Woolf llamaba “una habitación propia”, un lugar mental donde establecer un diálogo, incluso un vínculo entre mujeres a través de las afrodisias, los placeres, del sexo, ¿y por qué no? Safo habla de un amor que se tortura en la separación, es intenso y bello, suave, encantador en las palabras, en las imágenes, en la mentalidad sugestiva y poderosa. ¿Pero es un amor que hoy denominaríamos homosexual? Las escritoras, siguiendo la estela de Safo, parecen preocupadas por multitud de intereses y van desde lo religioso a lo epigramático y vivencial. Es una revelación descubrir a las seguidoras, Coriana de Tánaga, Erina de Telos, Clitágora, Carixena, Cleobulina, Megalóstrata, sus elegantes poesías, cultas, fruto de una esmerada educación como quería Safo, de la paideia, requisito indispensable para obtener la ciudadanía y que Platón reservó sólo para los hombres. Platón fue un grandísimo reaccionario. Quizá sería útil leer a Safo y a sus herederas literarias más allá del XIX, sin el parásito inevitable de Renée Vivien y de su militantismo lésbico. No es verdad que Safo tenga una manera turbadora de entender el amor. Ni que hoy nos encontremos mejor capacitados para aceptar y disfrutar de la poesía de Safo gracias a las reivindicaciones LGTBI. ¿Somos mejores que Focius, patriarca de la iglesia ortodoxa de Constantinopla, quien afirmaba hacia el año 800 que Safo es su escritor favorito, mezclando a ambos géneros?