Descubrir, de buena mañana, quizás cuando los días se alargan y se hacen jugosos, a Joan Salvat-Papasseit (Barcelona, 1894-1924), es una de las mejores sorpresas que se pueden vivir a cualquier edad, en cualquier momento. Salvat significa encontrarse cara a cara con la poesía del amor palpitante, del sentimiento radical, luminoso. Auténtico. Fue un escritor pobre e intenso, muerto demasiado joven, a los treinta años, hecho y derecho a partir de una cultura escasa pero recia. Fue un espíritu aventurero como el de las novelas y revolucionario como los que nacen de los libros de pensamientos bienintencionados, vehemente independentista, anarquista y cristiano sin complejos pero también sin violencias. Fue entusiasta, vitalista ardiente y fascinante, y lo fue probablemente porque nunca tuvo suficiente salud ni posibilidad de atrapar sueño alguno, como la mayoría de todos nosotros, que no hemos sabido cómo hacernos con ellos. En una carta a Josep Maria López-Picó lo explica para que se entienda: “...todo el secreto de éste mi optimismo, amigo, viene, y eso es todo, de que yo he sufrido mucho. A medida que he podido librarme de fatigas he amado la vida y las cosas del vivir como un enamorado recién salido del cascarón. Y así me tenéis hoy en un sanatorio, pero con un contento de las cosas que me rodean que no sé igualar en mi recuerdo”.
Salvat es un idealista que consigue llevar al lector más allá de la adversidad. Lo arrastra para que vuelva a creer en sus propios sentimientos personales irrenunciables. Fue un poeta dotado de una humanidad y de una gracia irrepetibles, de un encanto singular, de hombre mediterráneo abrasado por el sol de la vida, espíritu candoroso, intuitivo, fresco y directo. Completamente al margen de los juegos intelectuales del noucentisme y de las formas aristocráticas de la literatura, Salvat se asoma exaltadamente a la aventura vanguardista porque es una manera de escribir vigorosa, creativa y sincera. Desmedida y barroca también, como supo entender Bartomeu Rosselló-Pòrcel. Salvat escribe una nueva poesía de la experiencia personal. En el sanatorio de Fuenfría, en el Guadarrama, escribe en 1922 La gesta dels estels y Les conspiracions, un libro en el que proclama su catalanismo independentista, radical y antiespañolista. En 1923 publica el que está considerado su mejor libro El poema de la rosa als llavis, encendido elogio del sexo femenino, de la flor roja, de la identidad femenina a través de la vindicación del cuerpo de la mujer. Una obra también de gran tensión en la que celebra el milagro de la vida, la verdad indubitable del coito. O lo que es lo mismo: el milagro del amor. Salvat sueña y se inventa como si fuera un adolescente que ya siente la atracción por las chicas y puede con esa experiencia. Aunque, en realidad, no sea más que un pirata, un marginal sin oficio ni beneficio que recorre los mares y roba de vez en cuando a una chica. En cada página podemos encontrar su inagotable confianza en la vida, la deslumbrada experiencia de un hombre convencido del poder irresistible del amor. De la naturaleza siempre inocente y pura del sexo, entendido como un ejercicio, a la vez, de generosidad y de egoísmo, de radiante conocimiento. Y también de descaro y de subversión. El abierto elogio de la anatomía sexual, de la vulva se convierte en trastornadora. Creíble entre tanto hartazgo de rosas y de lirios decadentistas.
La poesía de Salvat-Papasseit está llena de sentimientos, de personas, de detalles, de movimientos, de melancolías, exaltaciones. De barrios humildes —el del puerto, el de la Ribera de Barcelona, con Santa María del Mar—, de recortes de la realidad inmediata: el pan, el vino, el plato de comida humeante, la chica que trajina con la leche, el tendero que tuesta el café y, como por arte de hechizo, perfuma toda la calle. Al morir de tuberculosis sus amigos encuentran bajo la almohada el manuscrito de Óssa Menor, un poemario lleno de optimismo y de alegría, emparentado con la poesía de Maragall y de Sagarra y que será publicado en 1925. Su obra, poco conocida en su época, será recuperada y popularizada a partir de los años sesenta. Hoy luce poderosa y viva, imprescindible para el catalán.