Era difícil que un Sant Jordi superara el éxito de masas de la supermanzana literaria del año pasado. Pero cuando se hizo público hace unas semanas que la fórmula no solo se repetiría en Barcelona sino que se extendería con más paradas y kilómetros, la jornada ya se preveía más como una suerte de festival moderno que de fiesta popular. Que el Sant Jordi 2023 haya caído en domingo se ha notado en el estrés y en el gentío, también en la mezcla de personalidades variopintas y en la irritabilidad de algunos perfiles poco acostumbrados al jaleo. A las 10.30 h de la mañana ya se escuchaba a algún hombre de tercera edad refunfuñando (“demasiada gente, demasiada gente”) y alguna madre se agitaba a golpe de “subnormal” por haberse chocado sin querer con un transeúnte solitario. A partir de las 10.31 h, y hasta el fin de las horas, no chocarse con los peatones ha sido misión imposible. Sobretodo en el paseo de Gràcia.

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Porque este Sant Jordi ha crecido un 17% en Barcelona, con un total de 3.294 metros cuadrados repartidos por las calles y más autores que nunca firmando en paradas y librerías. Sobre papel, el más grande de la historia en todo el país. El epicentro barcelonés se ha convertido en una macrorrave de gafas de sol y brindis de cafés con leche, una especie de resaca gigante de sábado desembocada en una barbacoa librera de domingueros y extranjeros. Ni Sónar, ni Primavera Sound: el macrofestival de los catalanes es literario y tiene nombre de santo.

Foto: Eva Parey

De tapón en tapón, y tiro porque paseo de Gràcia

Bajando por paseo de Gràcia, la calle más transitada del día sin ninguna duda, la primera acumulación de personas no se hacía esperar a primera hora de la mañana. A la altura de la Casa Batlló, centenares de móviles levantados al unísono han pretendido, y sin tregua durante 12 horas, conseguir una foto exclusiva del edificio de Gaudí sin conseguirlo. Se han visto colas largas esperando a Eva García Sáenz de Urturi o hileras eternas de adolescentes deleitosas de conocer a Alice Kellen —para que luego digan que los jóvenes no leen, ¡anda ya!—, también otras esperando a Xavier Bosch, Risto Mejide, Javier CastilloLa Sotana, Gemma Ruiz y otros de los escritores que se han colado en las listas de los más vendidos las últimas semanas. Al cambiar de foco hacia el paseo de Sant Joan, dedicado al género del cómic y la novela gráfica, el ambiente estaba estructuralmente mucho más tranquilo, con espacio para caminar sin temor de pisar talones, y teniendo en cuenta que el número de paradas y actividades era mucho menor.

Ni Sónar, ni Primavera Sound: el macrofestival de los catalanes es literario y tiene nombre de santo

¿Y cómo se ha sentido la Rambla, bastión histórico de Sant Jordi y ubicación que se ha vuelto a recuperar después de quedar al margen por la pandemia? Sorprendentemente, y pese a albergar a un montón de curiosos, ha sido uno de los lugares del centro más satisfactorios para pasar un buen rato y donde pararse a remover entre los volúmenes apilados no ha sido inviable. La aglomeración se ha controlado y no se ha llegado a un tumulto exagerado. Un poco como en aquellas épocas prepandémicas en que Sant Jordi caía en día laborable y su magia podía repartirse por horas. ¿Será este el principio del final de aquellas diadas en las que se podía andar por Barcelona sin pánico al ataque de ansiedad?

Foto: Montse Giralt

Este Sant Jordi ha sido el más grande de todos, pero seguramente también será recordado como el más agobiante para el caminante común, aunque el más fructífero para libreros y floristas, un éxito que sin duda hay que aplaudir tras unas ediciones difíciles y una época de caos para los libros. Ni siquiera el partido del Barça contra el Atlético de Madrid que se disputaba a las 16.15 h ha podido disuadir ni a la muchedumbre ni a la voluntad de invertir tiempo y dineros en este día: pocos paseantes había que se fueran de vacío. Y sí que es cierto que la conjunción entre el buen tiempo y la casualidad del día festivo han propiciado una afluencia masiva, más identificativa de la gentrificación de la ciudad moderna que del amor que sienten los catalanes por el día más bonito del año. Pero incluso así, pese a todo esto que es innegable, la ilusión le ha ganado la partida a los sofocos desaventurados y el Sant Jordi de este año ha vuelto a ser inolvidable.