Cada 23 de abril pienso que es el mejor día del mundo. Pero cuando piso el centro de Barcelona entro en conflicto con mi felicidad. Cuesta gestionar la contradicción cuando algo te gusta tanto, pero es que el Sant Jordi de Barcelona ya no es lo que era. Lejos han quedado aquellos paseos tranquilos por las Ramblas, el poder ojear las portadas de las novedades para elegir regalo, esas paradas del tejido asociativo que llenaban las primeras manzanas del paseo de Gràcia y donde se podían comprar libros de segunda mano. Me da pena ratificar que Sant Jordi está muriendo de éxito rápidamente y que la sobremasificación, lejos de saber gestionarse, está siendo un reclamo que está asesinando nuestra tradición más querida. Pero es así.
🔴 Firmas de libros por Sant Jordi 2025: horarios y dónde firman los autores en Barcelona
Me dicen que a las 10 de la mañana ya hay congestión en la capital catalana. A las 11 h, cuando llego, tardo 20 minutos en rodear una manzana. Tenía que ser el Sant Jordi más grande y espacioso después de dos años abarrotados a más no poder, y la fórmula en la zona profesionalizada y gestionada por la Cambra del Llibre vuelve a desilusionar a los transeúntes. Se han oído frases de “¡se me chafa la flor!” o “¡no te agobies!” durante toda una mañana en la que, de forma incomprensible, todas las franjas de edad han sido impermeables a los horarios de un miércoles laboral. ¿Sabéis cuando antes había horas más calmadas? Pues ya no pasa, y hay un potenciador: ¿por qué el día de Sant Jordi se escucha más inglés que catalán?
Claramente, la zona no ayuda. Instalar la supermanzana literaria en la calle más vendida al turismo —y al turismo de lujo— tiene efectos colaterales que perjudican a los mismos de siempre. Lo vimos con el ya ratificado copago y el sesgo en la repartición de puestos, y se magnifica con la decisión de seguir apostando por el tradicional centro neurálgico de Sant Jordi, aunque mire más al turista que al local. En un momento de gentrificación bestial, recolocar las fiestas también es de patriotas si es en pro de las vecinas. Si había más amplitud entre puestos, no se notaba. Porque parafraseando parcialmente al Sindicat de Llogateres: crear más oferta de espacio no garantiza que baje la gente. Y así, con la excusa de internacionalizar nuestra fiesta y de que el mundo nos mire, el Sant Jordi popular se muere: Sant Jordi, como Barcelona, regalada a los que pueden pagar el alquiler.

Sigo caminando, esquivando a la gente. Delante de la Casa Batlló, ya tradicional fuente de postureo, un peatón exclama un irónico “el mejor día del año, sí”. A unos pocos metros, llegando a rambla de Catalunya, un guía turístico lidera a un grupo de turistas al son de “it’s a catalan tradition”. Es como un parque temático que todos vemos, pero que no queremos reconocer para no hackearnos la identidad. Y así vamos tirando, año tras año, viviendo de la nostalgia de lo que un día fue, pero ya no es. Porque al Sant Jordi se le quiere. Y se le echa de menos.
¿Por qué el día de Sant Jordi se escucha más inglés que catalán?
El día está gobernado por un sol precioso. Hace calor, en algunos picos de la mañana, más de lo normal, y los brazos van llenos de libros y rosas y más libros y más rosas. La gente sonríe y las parejas se besan. Los autores firman sus ejemplares y el libro catalán, seguro, volverá a demostrar que nuestra literatura es fuerte y robusta. Irene Pujadas, Elisenda Solsona, Sergi Pàmies, Ferran Garcia, Clara Queraltó y muchos otros tantos nombres que nos representan en puño y letra. También otros venidos de fuera que se enamoran de esto que solo pasa en nuestras calles y que dejan huella en nuestra vida. A lo lejos un par de chicas le piden una foto a Alana S. Portero y pienso que por escritoras como ella los libros tienen todo el sentido.
Ha pasado otro 23 de abril y la diada quedará como un éxito absoluto. Las cifras puede que hablen de récords de ventas y de asistencia, habrá miles de post en Instagram, libros nuevos en las estanterías y rosas decorando comedores ajenos, pero a costa de qué. ¿Decimos que es el mejor día del año por costumbre o por convicción? ¿Hasta cuándo? La alegría es una pandemia que se contagia; la masificación, si no se combate, también. Y suerte que nos encanta este día porque, si no, lo odiaríamos.
