Las funestas consecuencias de encadenar un pitillo tras otro como un taxista chino son bien conocidas gracias a los espeluznantes mensajes e imágenes de los paquetes de tabaco. Fumar puede matar. Y la fama también, aunque no suela venir acompañada de notas de advertencia. Eve Babitz (Los Ángeles, California, 1943-2021) no era una gran celebridad, pero tuvo ocasión de arrimar lo suficiente su nariz de fumadora al éxito como para determinar que este apesta a “tela quemada y gardenias rancias”. Lo dejó escrito en su segundo libro, Días lentos, malas compañías: El mundo, la carne y L.A., una temprana muestra de autoficción publicada originalmente en 1977 que la editorial Colectivo Bruxista acaba de rescatar, traducir y envolver para regalo a las actuales generaciones hispanolectoras.

Dos décadas después de redactar su nota olfativa de la fama, esta se volvería trágicamente premonitoria. En 1997, ya asentada en el universo literario norteamericano más allá de su rol de it girl californiana, Babitz sufrió en sus carnes los dañinos efectos del tabaquismo de una forma nunca vista en las fotos y avisos de las cajetillas: tras encenderse un cigarrillo mientras conducía, se le cayó la cerilla sobre su falda de flores, prendiéndola hasta derretir las medias de nylon que llevaba debajo. “Tela quemada y gardenias rancias”, ¿recuerdan?…  El lamentable accidente causó a la célebre escritora quemaduras de tercer grado potencialmente mortales en la mitad de su cuerpo. Logró recuperarse, pero, tras salir del hospital, la cronista que mejor había retratado la bulliciosa vida social de Los Ángeles dejó de acudir a las fiestas y actos sociales que, junto a una larga nómina de romances, habían servido de abono a su literatura, volviéndose arisca y negándose a conceder entrevistas. Eso sí, la indómita Eve Babitz siguió fumando impenitentemente, claro, y consiguió disfrutar de la vida muchos años más (murió a los 78 a causa de una enfermedad hereditaria), los suficientes como para llegar a leer en Vogue, revista para la que había trabajado, un extenso y merecido reportaje dedicado a su obra, figura y legado que trajo consigo el “revival Babitz” gracias al cual la generación zoomer se pirra hoy por esta gran escritora, diseñadora de portadas de discos, fotógrafa y musa de la contracultura de los 60 y 70, expresando su amor por ella con el gesto del corazón coreano en TikTok o Instagram. ¿Y a quién no se le cae la baba con la Babitz?

Eve Babitz, una it girl de los 60 y 70.

It girls del Eixample

El pasado jueves tuvo lugar la presentación de Días lentos, malas compañías en la librería +Bernat, un refugio para la mejor literatura independiente (y la hostelería vocacional y bien entendida, pues su bar, regentado por el también escritor Carles Armengol, contrasta con lo prohibitivo y/o enervantemente cursi de la oferta de otras librerías-cafeterías barcelonesas) situado en las partes nobles de la ciudad. Si uno esperaba encontrarse allí haciendo cola a chicas de atuendo boho-chic a lo Kate Hudson en Casi famosos, o a encarnaciones actuales del estereotipo de la L.A. Woman al estilo de Lana del Rey, nada más lejos. Estas llegarán algo más tarde, pero, a media hora del acto, las únicas it girls que guardan silla son dos octogenarias de esta parte del Eixample que probablemente hicieron gala de su “eso” especial en el Bocaccio en los tiempos en que Babitz hizo lo propio en el hotel Chateau Marmont. Y allí me encuentro con Ane Guerra, periodista, guionista, novelista, podcastera, it girl y autora de la traducción del libro. Esta tarde, junto a Alejandro Alvarfer (aka “Jandro Bruxista”), el temerario editor, hablarán sobre Babitz y su obra a quien quiera acercarse a escucharlos.

“Fue un personaje medianamente conocido en los Estados Unidos; en el resto del planeta fue una total desconocida”, me cuenta Ane. “Pertenecía a algo que podríamos llamar ‘aristocracia americana’: su familia era como esos aristócratas ingleses algo excéntricos que tienen una langosta de mascota, ese tipo de peña, ¿sabes? Su padre era un músico clásico judío que tocaba haciendo bandas sonoras para la 20th Century Fox. Su madre era escultora, descendiente de franceses cajunes de Nueva Orleans. También era ahijada de Ígor Stravinski, y su familia alternaba con gente como Picasso, Chaplin o Greta Garbo… Fue lo que ahora llamaríamos una niña bien posicionada, una socialité, pero no necesariamente una niña pija: su familia no tenía mucha pasta, era más una cuestión de educación y actitud. Y desde pequeña quiso escribir y dedicarse al arte, de manera que fue retratando su vida dentro de esa escena de Los Ángeles, y de California en general, con pequeñas incursiones a Nueva York y San Francisco, pero siempre regresando a su ciudad, porque el resto del mundo le parecía hostil. Y allí siguió escribiendo, malviviendo en algunas épocas (en los años 80 sufrió muchas adicciones y tuvo que pedir ayuda). Tras el accidente su fama decayó hasta que rescataron su perfil para Vogue, y es allí cuando reflotó su figura”.

Se hizo popular por posar como su madre la trajo al mundo jugando al ajedrez con un trajeado Marcel Duchamp, o como la joven cuyos cabellos arden (otra funesta premonición) en la portada de L.A. Woman, la canción que le dedicó Jim Morrison

Babitz debutó en 1974 con El otro Hollywood, libro de memorias que Random House tradujo en 2018, a rebufo del citado ‘revival’ de su carrera. Quien quiera conocer algunos detalles de su agitada juventud encontrará allí a la chica que se hizo popular por posar como su madre la trajo al mundo jugando al ajedrez con un trajeado Marcel Duchamp, o como la joven cuyos cabellos arden (otra funesta premonición) en la portada de L.A. Woman, la canción que le dedicó Jim Morrison. O la muchacha que presentó a Frank Zappa y Salvador Dalí. O la protegida de Joan Didion y John Gregory Dunne o la novia del artista pop Ed Ruscha y los actores Harrison Ford y Steve Martin. O la diseñadora de portadas de los Byrds y Buffalo Springfield e integrante de la troupe de Andy Warhol. Y todo eso antes de convertirse en escritora, ojo.

Portada del libro de Babitz, traducido por primera vez al castellano. Foto: Colectivo Bruxista.

Tequila, Qualuude y L.A.

“La verdad, creo que en Random House se equivocaron bastante en la forma de comunicar ese libro, porque se centraron en el aspecto más superficial de ella”, tercia ahora Jandro Bruxista. Y tras el beef editorial se levanta a pedir otra cerveza y sigue Ane: “Yo creo que supo utilizar y sacarle partido a aquello por lo que era más conocida en aquella época: su físico y sus excesos. Era muy lista y lo usó a su favor. Es el mundo quien no le ha hecho justicia… Fue una persona con muchas capas, y en este libro se nota un montón: comienzas a leer a Eve Babitz de una manera y acabas leyéndola de otra, como si la hubieran pasado por una batidora, y sales de ahí que no sabes qué ha pasado. Y piensas: esto no es lo que yo me esperaba, una novelita sobre el underground de L.A. Pues no. Es muchísimo más profundo, se te agarra a las tripas. Históricamente, si una escritora habla de forma directa de su vida y sus experiencias es como si tuviera menos valor literario, cuando todo el mundo habla de las cosas que ha vivido aunque sea de forma indirecta. Ella no hizo una crítica feroz como, por ejemplo, Joan Didion en la misma época, sino que retrató su entorno con sarcasmo y humor. Y el humor es algo que nos ha sido negado a las mujeres para ser tomadas en serio”.

Babitz habla de la amistad femenina como una forma de evitar caer en la adicción a la heroína, ¡imagínate el poder que le da!

La presentación va a empezar ya (a las dos señoras del Eixample se les han sumado decenas de it girls e it boys de toda clase, edad y condición), este artículo se acerca a su fin y todavía no les he explicado de qué trata Días lentos, malas compañías y por qué considero que deben ustedes comprarlo. Tal vez lo estoy postergando porque, aunque he venido con los deberes hechos, sigo sin tenerlo claro. Diría que habla de la vida más que de la muerte, y de lo humano más que de lo divino. O de cuando todo ello converge. Y encima con un estilo narrativo juguetón que enmascara el texto como un libro de amor (pide perdón por ello desde el principio) en el cual va dejando pistas ocultas a un supuesto amor imposible y poco aficionado a la lectura, aunque al voltear la última página uno se queda con la seguridad de que el único verdadero amor iletrado, fugaz e inasible que tuvo esta mujer fue la ciudad de Los Ángeles. En una reseña, la novelista Deborah Shapiro calificó la voz de Babitz de “segura de sí misma pero simpática, descarada y voluptuosa, pero con la dosis justa de ironía”, y añadió: “Leer a West (y a Fante y a Chandler y a Cain y similares) me hizo querer ir a Los Ángeles. Babitz me hace sentir como si estuviera allí”. Tiene razón. Y a pesar de su inigualable capacidad para sumergir a los lectores en la California de los años 60 y 70, sus libros pasaron casi desapercibidos tras su publicación. No ha sido hasta los últimos años, como ya hemos dicho y repetido, que su obra ha sido redescubierta por las comunidades literarias nativas de Internet.

 “Creo que Babitz tiene muchísimo que ver con la escritura de hoy en día”, resuelve Ane Guerra mientras nos encaminamos hacia el espacio donde el selecto público aguarda la presentación. “Sin pretenderlo, ha sido la precursora de muchas mujeres que viven los personajes femeninos y la feminidad de forma extensísima y amplia. Ninguno de sus personajes es un cliché, trata a todo el mundo con ternura. Sus personajes femeninos son caleidoscópicos, tienen muchísimas aristas: nadie se comporta como te imaginas que va a comportarse. Eso la hace precursora de toda una generación actual de mujeres que escriben y construyen sus personajes desde su propia visión y su propia experiencia. También creo que Eve Babitz empezó a relatar una sociedad que hoy estamos viviendo a la octava potencia: la superficialidad, lo efímero, el individualismo, el hedonismo cada vez más cínico… Supo ver más allá de ese gran estudio cinematográfico hollywoodiano en el que se han convertido todas las ciudades. Era una tía muy guay, joder. Y además hacía una cosa muy chula —y muy rara de leer, porque hay muy pocos referentes— que es hablar de la amistad entre mujeres. Adoraba a sus amigas. De hecho, habla de la amistad femenina como una forma de evitar caer en la adicción a la heroína, ¡imagínate el poder que le da! Ese es uno de los grandes motivos por los que la gente de hoy puede apreciar a Babitz. Podemos reivindicarla desde el pasárselo bien: ella se lo pasaba bien y no lo escondía. No juzgaba a nadie, y menos a sí misma. Leyéndola te das cuenta de cuánto aprecia cada cosa que esté haciendo, como una especie de mindfulness de las cosas: si está bebiendo está bebiendo, si está mirando un árbol está mirando un árbol, y puede quedarse maravillada durante horas… Esa conexión tan bestia con su entorno quizá sea otro motivo que la conecta con las generaciones de hoy, porque es algo que echamos en falta”.
 

Babitz en los 90.