"Es, con diferencia, la mejor película que he hecho nunca. Quizás no la más divertida, que sería Sillas de montar calientes, o quizás Los productores. Pero en su conjunto (El jovencito Frankenstein) es la mejor de mis películas". Mel Brooks (Nueva York, 1926) es una leyenda viva y lo tiene muy claro. Hace unos meses recibió un Oscar honorífico que reconocía siete décadas de carrera, y una influencia más que evidente en el mundo de la comedia: la televisiva, la teatral y la cinematográfica.
Pero no solo: como productor, arriesgó con proyectos que tenían muy poco que ver con las risotadas, colaborando con David Lynch a El hombre elefante (1980) o con Anthony Hopkins y Anne Bancroft, esposa y el gran amor de Brooks, en La carta final (1987). Ganador, y no hay muchos, de los cuatro grandes premios del mundo del espectáculo norteamericano (Tony, Emmy, Grammy y Oscar), el cineasta es un referente cómico de primera división. A los títulos ya citados hay que añadir otros éxitos como La loca historia de las galaxias, que se reía de la saga Star Wars, o aquella La loca historia del mundo que hace solo un año amplió en una continuación en formato serie para Disney Plus.
Hace unos meses recibió un Oscar honorífico que reconocía siete décadas de carrera, y una influencia más que evidente en el mundo de la comedia: la televisiva, la teatral y la cinematográfica
Con 98 años a los hombros y todo hecho en el mundo del espectáculo, Brooks publicaba sus memorias, ¡Todo sobre mí! (editado por Libros del Kultrum), y en las entrevistas promocionales hablaba de lo que, quizás, es el secreto de su longevidad: "La comedia es muy poderosa. Puedes superar cualquier cosa si conservas el sentido del humor, tu capacidad de reír. Risa es esquivar la muerte", afirmaba convencido.
Unos centímetros a la derecha o a la izquierda
Explica la leyenda, de hecho lo hace él mismo en su autobiografía, que El jovencito Frankenstein nació en la mente de Gene Wilder, quien se pasaba las pausas del rodaje de Sillas de montar calientes escribiendo en una pequeña libreta. "Tengo una idea sobre el nieto del barón Frankenstein. Es un científico estirado que no se cree toda la tontería de resucitar a los muertos, y que incluso se ha cambiado el apellido porque no quiere tener nada que ver con sus antepasados. Pero en realidad está tan loco como cualquiera de los Frankenstein. Lo lleva en el corazón, en la sangre, en la médula de sus huesos, solo que él todavía no lo sabe".
Una idea genial que Brooks y Wilder sofisticaron al decidir rodar una comedia como si de una película de terror de la Universal se tratara. "No me preocupo nunca por hacer reír, la cuestión es partir de la verdad, y después moverme unos centímetros a la derecha o a la izquierda, y entonces aparece la comedia. Cuando hicimos Sillas de montar calientes, cogí todos los clichés de los westerns y solo se trataba de moverlos ligeramente". La fórmula de mantener las líneas maestras de la historia original escrita por Mary Shelley y mil veces llevada al cine, y de utilizar las mismas herramientas o dispositivos visuales del género que se quiere parodiar, era clave para conseguir los efectos que Brooks pretendía. Para empezar, tuvieron que batallar para convencer a los productores de rodar una película en blanco y negro cuando ya prácticamente nadie lo hacía. Esta fue la razón que provocó la salida de Columbia del proyecto, que cayó en manos de la Fox.
La fórmula de mantener las líneas maestras de la historia original escrita por Mary Shelley y mil veces llevada al cine, y de utilizar las mismas herramientas o dispositivos visuales del género que se quiere parodiar, era clave para conseguir los efectos que Brooks pretendía
La idea era que todo, desde los decorados hasta la fotografía, recordara a los grandes clásicos del terror de los años 30 y 40, fundamentalmente a dos obras maestras firmadas por James Whale: Frankenstein y La novia de Frankenstein. De hecho, la máquina que el mad doctor Fronkonstin utiliza para revivir al monstruo era exactamente la misma, guardada en un garaje, que Whale había utilizado en la película original. Buscando que la comicidad brotara del guion, Brooks insistió a todo el reparto en que sus interpretaciones tenían que ser naturalistas, nada exageradas: "Estamos haciendo comedia pasada de vueltas, pero vosotros no lo sabéis. Todo tiene que ser muy real. Cuando es gracioso, vuestro personaje no sabe que lo es. Pero los espectadores sí que lo sabrán. Así que no os hagáis los graciosetes", los ordenó. Había que ser serio en medio de situaciones completamente ridículas.
Buscando que la comicidad brotara del guion, Brooks insistió a todo el reparto en que sus interpretaciones tenían que ser naturalistas, nada exageradas
Así pues, El jovencito Frankenstein está concebida, fotografiada, rodada, no tanto como parodia, o no solo. Más bien, formalmente se planteó como si fuera una secuela más del Frankenstein original, otra cosa es que el guion se ría del muerto y de quien lo vela: ¿el doctor Frankenstein se hace llamar Fronkonstin, su sirviente tiene una joroba que cambia de lado ("¿joroba? ¿qué joroba"?), el monstruo es aterrador, pero acaba bailando el Puttin' on the Ritz como si fuera Clark Gable (una escena, por cierto, que Brooks no quería rodar y que, después de la insistencia de Gene Wilder, se acabaría convirtiendo en uno de sus momentos favoritos del filme), el asistente del doctor y su prometida aglutinan los dobles sentidos de los chistes sexuales (posiblemente los que han envejecido peor), el sheriff que persigue a la criatura tiene un brazo de madera, un parche en el ojo y un monóculo que siempre va a parar al lado equivocado, y el ama de llaves del castillo de los Frankenstein, inspirada en la Mrs. Danvers de la Rebeca de Hitchcock, daba más miedo que cualquier monstruo imaginado (cada vez que alguien pronuncia su nombre, Frau Blücher, los caballos relinchan). Pero todos los actores los interpretan como si la cosa fuera seria.
Un legado inmenso
Con el mismo Gene Wilder como cabeza de cartel, el reparto es fabuloso: Marty Feldman sacaba partido de su singular físico, de su estrabismo y de su dolencia, una oftalmopatía de Graves que provocaba una inflamación ocular y la sensación de ojos saliendo de sus órbitas (al respecto Brooks siempre hacía la misma broma: "Cuando quería esconderme de Marty, enganchaba la punta de mi nariz a la suya, y así no podía verme"), construyendo un sensacional Igor ("se pronuncia Ai-gooor"). Peter Boyle transmitía miedo pero también ternura en la piel del monstruo. Teri Garr mezclaba ingenuidad y erotismo, y Madeline Kahn enloquecía cuando (con el mismo pelo emblanquecidos de Elsa Lanchester a La novia de Frankenstein) se encamaba con el monstruo. Kenneth Mars dominaba el humor físico con cada una de las veces que levanta el brazo de madera. Y la grandísima Cloris Leachman, actriz de larguísimo recorrido y ganadora del Oscar por su conmovedor personaje a La última proyección, se convertía en una robaescenas de primera categoría cómica, tocando el violín o insistiendo en ofrecer bebidas calientes al doctor.
Hackman, que ya era toda una estrella en aquel momento y lo había roto con títulos como French Connection o La aventura de Poseidón, se apuntó a la fiesta y provoca algunas de las risotadas más ruidosas de la trama
Todavía más del reparto: El joven Frankenstein tiene uno de los mejores cameos de la historia del cine. Cuando el perseguido monstruo encuentra una cabaña donde refugiarse, acaba invitado a una sopa caliente por el ermitaño ciego que vive allí. Detrás de sus barbas largas se escondía un Gene Hackman que acostumbraba a jugar a golf con Gene Wilder y que le pidió un papel en la película que preparaban, ávido de hacer comedia. Hackman, que ya era toda una estrella en aquel momento y lo había roto con títulos como French Connection o La aventura de Poseidón, se apuntó a la fiesta y provoca algunas de las risotadas más ruidosas de la trama.
Llena de gags brillantísimos y réplicas inolvidables, El jovencito Frankenstein se convirtió en un extraordinario éxito de público: costó menos de tres millones de dólares y recaudó casi 90. Además, lo American Film Institute la incluyó en su listado de mejores comedias de la historia del cine, en decimotercera posición. Y, tal como había hecho con Los productores, Mel Brooks la acabaría adaptando como musical para Broadway. El alcance de El jovencito Frankenstein, pero también de Sillas de montar calientes, inauguró un género, el de las parodias o spoof movies, que años después regalaría clásicos del humor como Aterriza como puedas, Top Secret o Scary Movie.
El American Film Institute la incluyó en su listado de mejores comedias de la historia del cine
El legado de Mel Brooks es inmenso, y hay que celebrarlo mientras el maestro todavía está vivo. Ahora, estos días, brindamos por el 50 aniversario de una película extraordinaria, redonda, que podría exclamar, como hace su protagonista en uno de sus momentos álgidos: "It's Alive!". Porque El jovencito Frankenstein está viva, muy viva, y sigue provocando llantos de risa. ¡Gracias por tanto, Mel!