Aunque ya hace casi un año de su publicación, Ràbia (Proa), la novela más autobiográfica de Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972), sigue su recorrido exitoso. Es una de las tres finalistas al Premi Òmnium a la mejor novela del 2022 y suma lectores seducidos por la voz cruda y desencantada de su narrador. Basada en unos hechos reales: el envenenamiento del perro de Alzamora a manos de alguien que nunca supo quién era ni por qué lo hizo, Ràbia explora el significado de la violencia aparentemente arbitraria y su presencia, escondida o no tanto, en nuestro mundo. Es la crónica de la vida de un escritor que ha perdido la fe en su talento y que vive a la deriva, pero también un retrato prácticamente involuntario de una ciudad isleña y mediterránea, invadida y afeada por el turismo europeo. Hablamos con el escritor de los estragos de Magaluf i S'Arenal, de Un día de furia y del talento balear por la delincuencia.

La novela retrata una rabia que no solo tiene que ver con un personaje en concreto, sino que parece latente en la sociedad. ¿La percibes en nuestro mundo?
La rabia sirve para definir un estado de ánimo que está bastante extendido dentro de nuestra sociedad. Es sinónimo de crispación, de malestar, de agresividad o de falta de respeto de los unos hacia los otros. Y es muy visible en nuestro día a día. Muchas veces se manifiesta a través de violencias de baja intensidad, desde insultar a alguien en la cola del supermercado, a cosas que suben la gradación, como agredir un animal. Me interesaba hablar de eso y me iba bien el hecho de que la novela girara en torno a una perra, porque en principio la rabia se supone que es una enfermedad de los perros. Aquí la paradoja es que el animal no tiene ningún tipo de problema y la rabia es la que se manifiesta a su alrededor por parte de las personas.

La rabia sirve para definir un estado de ánimo que está bastante extendido dentro de nuestra sociedad. Es sinónimo de crispación, de malestar, de agresividad o de falta de respeto de los unos hacia los otros

No es una ira que estalle, un cólera hacia afuera, la que impregna el libro.
No, el narrador se enfada, pero hacia dentro y no explota. No es Un día de furia, que es una película que me encanta. En la película un individuo responde a la agresividad de su entorno con un estallido de ira que es prácticamente odisíaco y autodestructivo. En la novela, hay alguien que responde a esta agresividad con perplejidad, intentando entender qué pasa a su alrededor. Y es alguien a quien le hacen una cosa aparentemente pequeña, pero que para él es decisiva: le quitan su punto de referencia.

¿Hablas de su perra?
Sí. Es una persona que hace una vida muy retirada, muy tranquila. Y su rutina gira toda en torno al animal: un paseo por la mañana y uno por la noche. Eso es lo que da sentido y orden a su vida. Y cuando se lo roban, queda a la deriva. A partir de aquí resta, un poco, a merced de otras personas a su alrededor que —a mí me gusta destacarlo— son amables con él. La solidaridad y la empatía, el impulso que tenemos los humanos de ayudar a alguien cuando lo vemos sufrir, a pesar de la agresividad del entorno, persiste.

La solidaridad y la empatía, el impulso que tenemos los humanos de ayudar a alguien cuando lo vemos sufrir, a pesar de la agresividad del entorno, persiste

¿La perplejidad del protagonista tiene que ver con el hecho de que la violencia que le toca de cerca es aparentemente arbitraria?
Es completamente gratuita y no tiene ningún sentido. Y creo que esta es una tipología de violencia que es muy habitual. El caso de Caminada es en realidad rasgo casi literal de la vida real. Es la historia de un periodista de  Barcelona, que se llamaba David Caminada, a quien yo conocía. Me golpeó, porque fue una muerte horrible y absurda en manos de alguien a quien se le fue la castaña y fue por las calles de Barcelona con un cuchillo apuñaalando a quien se encontraba. A él lo acertó en el corazón. Con el perro es lo mismo: me pasó que tenía un perro y alguien lo envenenó y murió. Nunca supe quién había estado ni por qué. Esta idea de la violencia gratuita y absurda es muy inquietante. Pero no son hechos que se tengan que ver aislados, sino que forman parte de un contexto.

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Sebastià Alzamora es uno de los tres finalistas al Premi Òmnium a la mejor novela del 2022 con Ràbia / Foto: Pere Francesch ACN

¿Cuál es este contexto?
Lo intento sugerir y esbozar en la novela. Hay lo que yo creo que son síntomas de un modelo de sociedad que es caduco y que se agota. Y dentro de este agotamiento, la gente reacciona de maneras exasperadas: desde la desesperación para conseguir más dinero, más fácil y más deprisa que nunca, en lo que pueden ser los auges de la extrema derecha. Una extrema derecha que muchas veces aparece en el libro en su versión más banal y más esperpéntica, desde turistas alemanes desfilando borrachos haciendo el saludo romano, hasta grafitis estúpidos en un polvorín de la guerra civil. Son elementos inconexos, pero que en lugares como las poblaciones turísticas se acumulan y se superponen de manera caótica. Y eso me iba muy bien para mostrar el tipo de mundo en el cual quería hacer referencia.

Hablas de Bellavista, la población ficticia donde pasa la novela. ¿La has construido a través de una vivencia personal de algunas áreas de Mallorca?
Bellavista está hecho a partir de referentes reales y cualquiera que conozca Mallorca reconocerá fácilmente, sobre todo, Se Arenal y también de Magaluf. Siempre pasa lo mismo con este tipo de lugares: "¡Oh que feo que es!", la gente se exclama. Y de acuerdo, lo son, pero ¿quién los ha hecho así? No lo son por una fatalidad, sino que han sido hechos conscientemente durante las últimas décadas. No puse el nombre porque no quería que se entendiera que la idea era hacer un retrato de estos lugares, sino coger eso que decimos zonas turísticas maduras que hay por todo el Mediterráneo. Yo digo la periferia de Europa. Si tú has organizado tu casa para dedicarte a eso, ganarás dinero, pero te tienes que atender a una serie de consecuencias: sociedades muy desiguales, mucha gente que abandona los estudios de forma prematura, etc.

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Ràbia es la novela más autobiográfica de Sebastià Alzamora / Foto: Pere Francesch / ACN

¿La pandemia ha acentuado la rabia?
La pandemia lo ha agravado todo, también esta percepción de mundo caduco, de cosa que se acaba, pero que no se sabe cómo ni hacia dónde. Es aquello de Gramsci que lo que es viejo no acaba de morir y lo que es nuevo no acaba de nacer. La pandemia ha aumentado esta sensación y es curioso porque la respuesta mayoritaria es un tipo de carpe diem exasperado, de "disfrutemos mientras podamos porque no sabemos cuándo nos caerá otra pandemia u otra guerra".

¿Tiene una parte positiva la rabia? ¿Autoafirmante, quizás?
Existe la rabia que podemos entender como sinónimo de impotencia, que es lo que le pasaría al narrador, una cosa injusta que se queda aquí. Pero no creo que tenga una parte positiva, o yo no le sé ver. Sí que hay un punto de autoafirmación, pero que siempre es a costa del otro, a costa de pasarle por encima o hacerle alguna cosa o intimidarlo: "apártate o te haré alguna cosa".

Cuanto más tiempo pasa y más escribo, más dudo de si realmente algo de lo que hago vale la pena

El narrador de la novela es un escritor que ha perdido la fe en su talento. ¿Hay un componente autobiográfico en él?
La duda sobre las propias capacidades yo la comparto. Cuanto más tiempo pasa y más escribo, más dudo de si realmente algo de lo que hago vale la pena. A la vez también te diría que no sé hacer otra cosa. Y además me gusta. Mentiría si digo que sufro. Escribir es un esfuerzo grande, pero a mí me alegra y me satisface. Y esta duda puede ser paralizante, pero también puede ser un estímulo. El personaje de la novela, en cambio, llega a la conclusión de que no vale la pena y que lo que él pueda aportar es irrelevante. El personaje no soy yo, pero es una versión posible de mí, era una cosa que podía haber pasado. De los que he creado, debe ser con el que tengo menos distancia.

Este año, entre los tres finalistas del Premi Òmnium, hay dos escritores mallorquines, Sebastià Portell y tú. ¿Podemos hablar de una efervescencia de la literatura hecha en las Baleares?
Sí, pero me atrevería a decir, sin querer hacer chovinismo, que es una efervescencia constante. En las Baleares y, cuantitativamente sobre todo en Mallorca, siempre ha habido una gran cantidad de escritores muy interesantes, desde el Renacimiento hasta aquí. Y prácticamente siempre han sido escritores en catalán, en algunos momentos históricos contra todo pronóstico. En el caso de la generación de los 70, con escritoras como Maria Antònia Oliver o Antònia Vicens, no tuvieron enseñanza en catalán y, aun así, son escritoras excelentes. Hay muchas cosas de las Baleares que los que estamos allí siempre denunciamos y nos quejamos, pero yo para hacer la broma a veces digo que es una tierra de artistas y delincuentes. Es de lo que damos más. Hay mucho talento creativo. Y mucho talento por la delincuencia.

En las Baleares y, cuantitativamente sobre todo en Mallorca, siempre ha habido una gran cantidad de escritores muy interesantes

¿Qué relación tienes, con los animales?
En Mallorca tenemos una palabra que es "animaler" y yo soy. Me encuentro muy cómodo con los animales. Siempre digo que son una experiencia de alteridad radical. Estás conviviendo con un ser de otra especie: alguien que está compartiendo la misma realidad que tú, pero que la percibe y la vive de una manera radicalmente diferente de la tuya. Solo eso yo ya lo encuentro interesantísimo. Yo creo que el error es quererles humanizar y meterlos en nuestros parámetros.