Por lo poco que le conozco, Albert Velasco, no sólo sabe desenvolverse en el despeñadero del comercio de las obras de arte como un sherpa experimentado en el que se puede confiar. También sabe escribir con gracia y sentido sobre lo que le apasiona y le llena la vida. Sabe escribir. Y le entendemos muy pronto que el comercio con los objetos medievales es hoy vivísimo y tan respetable como la compra-venta de naranjas. Con la vistosa diferencia, sin embargo, que la palabrería y la impostura hacen girar demasiado la cabeza de los cazadores de la belleza de otros tiempos, de los restos del pasado, de los buscadores de la creatividad humana a través del coleccionismo. He aquí un libro excelente, la crónica apasionada de un experto que, para empezar, también fue testigo, como conservador del Museu de Lleida, el día que la Guardia Civil se incautó de las obras procedentes del real monasterio de Sijena por la fuerza de las armas. El 11 de septiembre de 2017. Albert Velasco es un experto en falsificaciones de arte medieval, un restituidor de nuestro patrimonio, que no se encoge de hombros, contrario a las imposiciones y a la arbitrariedad, a la impostura de los totalitarios, de los intolerantes.

He aquí un libro excelente, la crónica apasionada de un experto que, para empezar, también fue testigo, como conservador del Museu de Lleida, el día que la Guardia Civil se incautó de las obras procedentes del real monasterio de Sijena por la fuerza de las armas

Aunque la cubierta del libro parece más bien la de una novela juvenil, aquí encontrarán ustedes más acción y aventura, más soltura, más itinerarios detectivescos de los que podríamos imaginar. Porque Catalunya no sólo fue uno de los grandes centros productores de arte medieval y ahora es la sede de algunos buenos museos. También es un país que se ha vendido a sí mismo por cuatro cuartos, estúpidamente porque no sabía -o todavía hoy no sabe- dar valor al patrimonio que tiene. Y es que mientras la mayor parte de las antigüedades británicas y francesas están en sus respectivos países, una parte del mejor arte catalán de la Edad Media, está fuera, como por ejemplo, el claustro de Sant Miquel de Cuixà o los sepulcros de los condes de Urgell, sitos en Estados Unidos.

Velasco no ha escrito ni un libro de quejas ni tampoco melancólico, porque estamos ante una obra entusiasta y radiante como una custodia procesional

Pero Velasco no ha escrito ni un libro de quejas ni tampoco melancólico, porque estamos ante una obra entusiasta y radiante como una custodia procesional. El gran atractivo de la obra son los hallazgos y no la nostalgia de las pérdidas que les gusta tanto a algunos espíritus de nuestro país. Como cuando el autor identifica que lo que tiene en sus manos no es una simple arqueta. Sino la arqueta de Bellpuig de les Avellanes que había conservado la reliquia de la Santa Sandalia de la Virgen, una de las reliquias más formidables de las que había presumido la catedral de Lleida. O la botellita persa que localiza en el santuario Santa Maria de Cap d’Aran. Ameno y sabio, éste es un libro necesario.

Manuel Forcano ha sido reconocido como poeta en el mismo bancal de cultivo que la de los productos agropecuarios firmados por un Miquel Martí i Pol, Joan Margarit, Àlex Susanna o Jordi Llavina. Unos más populares que otros, por supuesto, pero todos son los autores que suelen leer los lectores que no leen mucho, lectores que están más pendientes de identificar en la página el fardo de sentimentalismo que atesoran (como una herida palpitante) que no de leer desde la conciencia crítica y participativa, colaborativa, como la parte contratante de la segunda parte. 

Después de casi toda una vida publicando poemas, Forcano, sin estirar más el brazo que la manga, recoge lo esencial de su obra

Hay quien escucha música y se deja llevar por el camino rodado de los sentimientos y hay quien todavía quiere escoger y elige la música que baila y elige a los autores de sus himnos más íntimos. Después de casi toda una vida publicando poemas, Forcano, poeta gay y bienintencionado catalán, sin estirar más el brazo que la manga, recoge lo esencial de su obra y la divide en tres secciones: Ciudades o vindicación del exotismo y de la geografía descubierta como incitación a la escritura, Cuerpos o vindicación de la concupiscencia y del turismo erótico como servidumbre identitaria y El peso de los días o vindicación de la propia biografía satisfecha y autóloga, del paso del tiempo como afirmación de una identidad expuesta y aplaudida por sus incondicionales lectores.

Ada Castells es autora de varias novelas en las que se vindica como escritora costumbrista e ingenua, indiferente al pudor que suscitan estos dos adjetivos en buena parte de los lectores en lengua catalana. Solastàlgia es una novela que comparte la complicación del título con el filme homónimo de Marina Hufnagel, al igual que la fascinación por la biografía de Caspar David Friedrich fue el origen de aquella novela Tota la vida (premio Santo Joan Unnim 2012). 

Solastàlgia es una novela que comparte la complicación del título con el filme homónimo de Marina Hufnagel, al igual que la fascinación por la biografía de Caspar David Friedrich fue el origen de aquella novela Tota la vida

Aquí, las trompetas del Apocalipsis resuenan una vez más. Una familia huye de Barcelona por culpa del cambio climático y se refugia en el Ampurdán, probablemente porque no hay muchos más lugares a dónde huir, al menos desde la perspectiva de unos personajes muy de aquí y ahora. Como la mayoría de las novelas de autora catalana, de sexo femenino quiero decir, el ahogo, la herida, el desencanto, el dolor depresivo, son los motores de la acción, el origen, el qué y el porqué de todo, el viaje de la narración y el final previsible. Sólo para adictos a los estereotipos y convenciones feministas y urbanas.