De todos nuestros mejores escritores secretos —de los desconocidos para el gran público— nadie más extraordinario ni exuberante que Francesc Fontanella (1622-1678), el más vivo competidor catalán en el gran siglo de aquella temeraria literatura, exaltada y excesiva, que acostumbramos a llamar barroca. Niño prodigio, hijo menor de Joan Pere Fontanella, fue un majestuoso y brillante poeta en catalán, cuando todo el mundo, señores y servidores, compartían el idioma en una Catalunya que se asomaba a la independencia. En la convulsa Barcelona de entonces fue un salteador de tapias de los conventos femeninos, un joven pendenciero y vivo como el relámpago, similar a los seductores peleosos que Shakespeare dibuja. Pero fue también uno de los juguetones poetas de la buena sociedad que convierte la insolencia juvenil en vitalidad. Para el divertimento doméstico de las damas sabias, Fontanella escribió la Tragicomèdia pastoral d’amor, firmesa i porfia, destinada a las representaciones privadas de las grandes casas aristócratas de una orgullosa ciudad ahogada por la demografía. Dos pastores, uno del Besòs y otro del Llobregat, se enfrentan por el amor de la dama Elisa. Curiosamente, el sirviente de Apolo, no resulta ganador.

Lo desengany es la pieza más importante escrita por Fontanella, la mejor terminada. La más atrevida e innovadora ya que

“No és tragèdia, ball, comèdia,
egloga, entremès ni loa,
però de tot lo dramàtic,
​és una harmonia nova.” 

Son nuevamente dos pastores roídos por los amores contrariados. Proyectados en la compleja red de relaciones humanas que ofrece la mitología clásica. Se trata de una severa advertencia, a veces seria y otras bienhumorada, sobre el valor de las palabras dichas en referencia al amor. Una lección de vida para los enamorados que se contentan con el engaño cuando es el desengaño el que les permitirá mantener los pies en el suelo y recuperar la propia dignidad pisoteada.

Hay buenos escritores que no se recuperan del éxito. Es lo que le ha pasado a Carme Riera (Palma de Mallorca, 1948), que fue tan celebrada por su libro de cuentos Te deix, amor, la mar com a penyora (1975), cuando el lesbianismo parecía rareza, pero más aún la exaltación de un poderoso lirismo que la celebraba como una gran autora. Riera ha sido, en este sentido, seguidora de la mejor literatura española de hace cincuenta años, de Borges y Cortázar, pero también del Gimferrer de Arde el mar. Ahora, con esta fábula ilustrada, se precipita en halagar sin pudor al público femenino y feminista que, seguramente, querrá leer una historia de supermujeres, de unas sirenas primigenias que no gastan la cola de pescado y que pueden volar como corresponde a su empoderamiento político. Como en un exclusivo bar de señoras, el reino que dibuja Riera es una tierra “poblada en exclusiva por sirenas y donde no era admitido ningún sireno”. Son unas sirenas muy curiosas porque a pesar de ser, de forma natural, muy sabias y poderosas, las únicas capaces de descifrar las voces del mar, desde los rumores calmosos a los clamores tormentosos, después de tanta aeronáutica y tanta confitería verbal, la lectora —o el lector— se queda igual que antes de empezar.

Da la impresión de que lo que nos explica Andreu Carranza en este libro ya lo habíamos leído en algún otro lado y, además, con más arte, con más raza, con el esfuerzo de una mayor osadía y originalidad. Cabe decir que Carranza es un escritor cotizado por el éxito, galardonado con los premios Pla y Sant Joan, con lectores de más de treinta idiomas, incluso en la China Popular, pero al final debes decirle que no. Que no consigue interesarme y, menos aún, arrastrarme, en esta nueva —pero previsible—, historia sobre la guerra civil en el Ebro, donde tantas familias catalanas tenemos recuerdos de la memorable batalla. Recuerdos que contrastan y tropiezan con la convencional novela de aventuras que se nos presenta aquí. La guerra civil no es ya precisamente un territorio virginal. Después la quimérica noticia de un tesoro del Papa Luna aparece en escena para hacer el caldo gordo, junto a la no menos quimérica libertad sexual de unas mujeres milicianas, partidarias sobre el papel, del amor libre. Todo muy revolucionario, muy sanguinolento, pero, al fin y al cabo, tan pequeñoburgués como un triángulo amoroso de los de toda la vida, desde la novela de Tristán a las de cualquier serial venezolano.