Se suele decir que a los jugadores de fútbol no se les puede oír cuando hablan, especialmente del trabajo que realizan en el campo, porque suelen ser obvios o ininteligibles. Algo similar suele ocurrir con los músicos, que pueden ser grandes, admirados, pero poco elocuentes porque la música es el lenguaje misterioso con el que se expresan y no un simple idioma como el resto de mortales. Excepción hecha de algunos destacados personajes de la historia de nuestra cultura como Ígor Stravinski que escribió aquella pequeña obra maestra, Poética musical, modelo de profundidad y brillo expositivo.

Nuestra herencia en cultura musical es una escuela de esfuerzo, de oficio, de certeza, más allá de las convulsiones del tiempo y de las modas

El compositor Joan Magrané Figuera ha ido por ese mismo camino virtuoso de la necesidad de explicarse. Se ha propuesto decir el qué y el porqué de seis compositores catalanes que considera indispensables. Elabora los caminos de acceso hacia los territorios propios de Enric Morera, Joaquín Serra, Manuel Blancafort, Juli Garreta, Eduard Toldrà y Frederic Mompou. Con dos adendas de categoría. Las dedicadas a Robert Gerhard y a Joan Guinjoan. Con una rica panorámica de la música clásica contemporánea de nuestros días. Y el resultado, que podría ser de aquella manera, resulta que no, que es magnífico, porque nuestra herencia en cultura musical es una escuela de esfuerzo, de oficio, de certeza, más allá de las convulsiones del tiempo y de las modas. En palabras de Joan Miró que cita Magrané “los pies deben plantarse firmemente sobre tierra, si se quiere ser capaz de dar un salto hacia arriba”. Pero más allá de todo esto está el criterio, la capacidad humana, sensorial e intelectual de un creador como Magrané que sabe leer la música y hacerla comprensible. Cabe decir también que los seis primeros textos fueron elaborados y publicados para el suplemento cultural La Llança de ElNacional.cat en 2017. Laus Deo.

Tras la inhibición casi completa de Quaderns Crema con su glorioso pasado héte aquí que la editorial Comanegra reedita en un solo volumen L’atzar i les ombres, la famosa trilogía de novelas de Julià de Jòdar, reescritas para esta ocasión. Nos debemos felicitar por ello. Pero es curioso que a la hora de la verdad las supuestas buenas obras de la literatura catalana reciente tengan tan poco predicamento fuera de cuatro tópicos periodísticos ingratos. Que el público las conozca, si es que las conoce, de forma tan secreta como insoluble. Se califica a L’atzar i les ombres de novela magna, de superlativa, de novela de novelas, como si Julià de Jòdar hubiera inventado la trompeta o el mocho de fregar. Y a la hora de la verdad se le edita de cualquier manera, con una cubierta que es una regresión respecto a la primera edición. Y con un papel baratito que se parece más al de prensa que al que suele utilizarse para editar a los grandes clásicos. Que la literatura catalana no tiene prácticamente lectores me lo decía Jaume Vallcorba cada vez que hacía números.

Una colección de personajes memorable, muy retratados y convincentes. Más sociológica que literaria, más policial que filosófica es esta obra

Con todo, aquí tenemos, reescrita y ventilada, la novela larga de Jòdar. Interesante, viva, eficaz, oportuna, amena. Con una colección de personajes memorable, muy retratados y convincentes. Más sociológica que literaria, más policial que filosófica es esta obra. A los que nacimos, vivimos y convivimos en el extrarradio de Barcelona, las buenas, buenísimas intenciones del autor, el despliegue escenográfico del suburbio, la vindicación de la política vecinal y del antifranquismo nos puede parecer música celestial. No creo en ninguna amnesia colectiva ni en ninguna vegetación silenciosa en los numerosos barrios que después votaron decorativamente comunista y socialista durante las primeras elecciones, denominadas democráticas. Al contrario, hubo una connivencia tácita, consciente, un elocuente silencio con el franquismo, que duró más de cuarenta años por el profundo conservadurismo de las clases populares y desfavorecidas. Un conformismo ilimitado que el régimen del 18 de julio nutrió con la bonanza económica.

Premiada y reconocida, esta novela de Sebastià Alzamora (Llucmajor, 1972) vindica, como en el conjunto de las obras anteriores, la truculencia, el tremendismo de raíz castellana, el quevedismo, el desbordamiento de los instintos biológicos más primarios, no sujetos a ningún comportamiento ni precepto moral. La peripecia del salteador. Sólo con algunos títulos podemos hacernos una idea. De L’extinció, del Crim de sang, pasamos a la defensa implícita del bucanero Joan March que luce mejor contrapuesto con Joan Mascaró, sabio orientalista e interlocutor de los Beatles, en la novela Reis del món. Ahora vuelve a las convicciones primarias, a retratar entornos grotescos, desangelados, primarios y sin esperanza. La relación jerárquica entre una perra y su amo, entre una hembra y un macho, se convierten en algún momento ideales y eso, precisamente eso, es reportado curiosamente con complacencia. La aparición repentina de la muerte, el protagonismo indeseado del crimen y de la crueldad sin límites dibujan una narración truncada que se agota en sí misma.