Hubo un tiempo en el que el cine emergente iba detrás de la literatura y ahora quizá sea al revés. Los cineastas de éxito tienen dos cosas que echamos de menos en toda nuestra literatura. Saben captar el interés del respetable y no son pesados porque nacieron como parias, reclamando, suplicando, que les dejaran sobrevivir. A mí me gusta muchísimo François Truffaut, por supuesto, pero estoy seguro de que nuestros nietos, los adolescentes que, de vez en cuando, comparten un rato de tele frente al sofá, antes dejan el móvil con un trozo de una película de Hitchcock que por una noche americana. El cine francés envejece más rápido que el americano y cuando hablas de Renoir parece tan remoto como Altamira. Truffaut hizo santamente cuando entrevistó al obeso director.
Tarantino escandalizó a las abuelas con sus pelis y ha urgado donde más nos molestaba, a todos una vez u otra nos ha molestado de verdad. Señal de que iba por buen camino
Tarantino escandalizó a las abuelas con sus pelis y ha urgado donde más nos molestaba, a todos una vez u otra nos ha molestado de verdad. Señal de que iba por buen camino. Tarantino es inteligente y ha venido a este mundo a divertirse y sigue haciéndolo. A venido a molestar. Un buen creador siempre debe molestar. En este libro el cineasta bribón explica, con su manera intempestiva de explicarse, el cine que le gusta y por qué le gusta. Sabe lo que es el cine y nadie podrá decir que hace lo que hace porque sí. Siempre es sabio y juguetón, seductor, como hacen esos hombres feos que se han tenido que buscarse la vida, que han querido comer caliente. Porque no nos engañemos, toda historia siempre es contemporánea y toda obra de arte es autobiográfica, aunque no lo parezca de entrada. Profundidad y amenidad. El libro es muy entretenido, ágil, y me lo he pasado en grande. Es de las veces que habría pagado por hacer la reseña.
Dicen los expertos en vender libros que ahora la moda es la truculencia. El drama, el que sea, hace abrir las carteras. Tanto da un perro envenenado como una chica sin piernas, la cuestión es que haya jugo de tragedia o vómito de la Masía de Can Barça. Y eso que tenemos a muchos humoristas profesionales en Catalunya, algunos buenos, incluso a algunos partidarios del humor negro. Es quizá lo más difícil de hacer. Y lastimosamente poco provecho nos hacen como sociedad tecnificada y altamente leída. Porque el humor, el sentido del ridículo, del control, impide también que le perdamos el respeto a la literatura. Si es que se trata de literatura, porque si se trata sólo de vender, lo cierto es que cada vez se vende menos en catalán y no será porque el público no tenga una paciencia infinita y una fidelidad admirable.
He aquí una narración sobre el robo de niños durante el franquismo y un cuidado mapa de la degradación moral de una de tantas familias catalanas como la nuestra
“La meva companya, la meva parella, la mare dels meus fills, és, sens dubte, la millor nora que els meus pares haurien pogut tenir. Ella treballa en l’àmbit social, i n’és una professional excel·lent, molt ben valorada pels companys, i està acostumada a provar d’orientar els usuaris que atén en tota mena de situacions”. La cita es de la página 160 y la pongo ahora para que nos demos cuenta de la manera insistente, esclarecedora, que puede convertirse en insufrible, cuando Josep Girós decide narrar. Quizás alguna persona distraída agradecerá que la reiteración y la redundancia sean aquí reinas empoderadas, pero el hecho es que destruye cualquier posibilidad de ambigüedad, de juego con el lenguaje, de polisemia literaria, de calidad de página. Sí, exactamente como cuando alguien oye un discurso de la vicepresidente Yolanda Díaz. Alguien diría que quiere sugerir un ambiente claustrofóbico y frío, un examen moral inclemente, pero en realidad estamos lejos de Kafka. Se rehuye al lector al igual que el impermeable o macintosh escupe el agua. Quizás hay que recordar que los lectores catalanes no son disciplinados ni tirando a tristes como los japoneses, como los franceses que van vestidos de negro. He aquí una narración sobre el robo de niños durante el franquismo y un cuidado mapa de la degradación moral de una de tantas familias catalanas como la nuestra. Una novela que incluye su propio comentario.
Jordi Ballart es historiador. Cuando la Fundación Ferrer i Guardia puso en sus manos la documentación del juicio contra los acusados de haber intentado matar a Alfonso XIII, entonces, decidió que aquello era tan interesante que no haría un libro de historia sino una novela. Aquí la tienen, nueva de estampa. Hoy que la denominada no ficción parece que todo se lo come, hay quien ve la literatura como un territorio más proclive para narrar determinados hechos desde una determinada perspectiva magisterial. Lo digo por lo de la historia como maestra de la vida. Hasta tal punto Ballart estaba convencido que inscribió su nombre en los talleres de escritura Escriptòrium, de Sabadell, para aprender a presentar mejor la novela que llevaba dentro. No para aprender a aprender sino para terminar y dar forma al proyecto que ha durado bastantes años. Ballart se interesa, especialmente, por la figura de Mateu Morral, consciente del misterio que le rodea, poco documentado, intrigado por los aspectos humanos que le llevaron por el camino del magnicidio. Al fin y al cabo tanto Alfonso XIII como Morral son dos inadaptados y disidentes de las familias en las que han nacido.
Cuanto más histórica sea una novela histórica no será más novela. Desgraciadamente
Encontramos todo tipo de lugares comunes de nuestra época en la parte imaginada por el autor, una buena colección sobre las formas de hacer y pensar de los catalanes de estos años veinte. Una radiografía que nos explica perfectamente lo que, en realidad, le interesa a Ballart, más allá de los hechos históricos. El movimiento siempre delata y los escritores dicen más por lo que dejan inadvertidamente en la página que por lo que ponen con convicción. La novela no está demasiado bien. Quizás habrá que recordar que para que una novela histórica funcione no hay que engañarse de forma innecesaria. Cuanto más histórica sea una novela histórica no será más novela. Desgraciadamente.