Si el verano no es tontería, refrigerio, horarios desfasados, bailoteos en las plazas y en los recintos de concierto, el verano sólo es calor. Si el verano no es reuniones con amigos en bancos hasta que salga el camión de la basura y chiringuitos cutres, el verano sólo es calor. Si el verano no es por enésima vez "Salomé" (1998)...
Si el verano es una restricción. El verano es verano.
Si el verano es verano, ¿tiene sentido hablar de canción del verano?
Lo explicaba Héctor G. Barnés en El Confidencial: hace un año y medio que vivimos en un continuum, en una sensación de ahogo. De invierno más largo que el de Bon Iver en For Emma, Forever Ago (2007).
Tiempo en una rueda de ratón.
Porque el verano, a pesar de las clases sociales, también lo desentrañaba G. Barnés, es verano para todo el mundo. En el resorte o en la poza. En la playa o en la discomóvil. En un apartamento en Roses y en un pueblo de interior con 40ºC en la sombra. Pero el verano se ha fundido con la fiebre de la pandemia. O, como mínimo, lo que entendíamos que era verano en estas latitudes.
¿Necesitamos la horterada de la temporada?
Hay quien pensará que sin verano, con este verano, la tesis será que la canción del verano ha muerto. Y no. Han muerto –o se han congelado; recemos– los modos y las tradiciones. La reunión sin corsés. Los espacios. Pero la canción está más viva que nunca: la necesitamos.
Porque hay quien pensará que no pasa nada por perder la horterada de la temporada, trillada y previsible, matemática. El tema que no quieres ver bailar a tu cuñado.
Aquellos tres minutos que han ido oscilando del folclore más machista de la Transición ("La Ramona", 1976) al dance tronado destroza tímpanos ("Ella elle l'a", 2008). De los homenajes a los objetos cotidianos del banquete de extrarradio ("La barbacoa", 1994) al apropiacionismo ordinario ("Waka, waka," 2010) o las tonadas de cadera floja ("Papichulo", 2003).
Hay quien pensará que las colaboraciones de este tipo de canciones hacen aflorar al peor de los artistas consolidados. Negarlo sería como darle la gestión de la covid a Miguel Bosé. De necios. ¿Qué queda del J. Balvin de Vibras (2018) en el featuring con Skrillex? También habrá quien diga lo contrario: "Ritmo de la noche" (1990) ha trascendido el verano.
Nadie se equivocará.
Pero, en general, la canción del verano es un ejercicio mercadotécnico rancio como el sombrero de Coyote Dax. Un espacio sonoro con más polos que un "no rompas más" sobre una tarima de playa en Lloret. La canción del verano en versión Megamix es de terror. Merece un Crims (dirigido por Miqui Otero, autor de un thriller sobre el fenómeno). Y es efímera (Dragostea din... ¿qué?).
Pero la canción del verano, hace verano.
¿Lo hemos perdido? Muy probablemente, no. ¿Qué hemos visto con la pandemia que pasaba cuando perdíamos espacios? Que los engullían las pantallas.
Este verano, la canción del verano no sonará a un entoldado. No habrá que enamorarse con Estrella Damm y su "Mediterràniament" (muy probablemente por eso tiene tan buen sabor el hit de este año de Rigoberta Bandini). No hará falta un fiestón de pueblo para escuchar C. Tangana, Alizzz y Amaia, Ozuna, BTS, Bad Bunny i Rosalía, Nathy Peluso o Khea.
¿O no es una canción del verano la revivalera "Lost Cause" (2021), de Billie Eilish? 63 millones de reproducciones. Las reglas cambian. Este año todo pasará vía streaming.
Menos en la calle y más en Tik Tok
2021 tendrá su canción –o canciones– del verano, pero se vivirán un poco menos en la calle y más, explican en un estudio de las principales agencias publicitarias estatales, en Tik Tok.
¿Será quizás una oportunidad para que estas hablen de otras cosas? ¿Para que arriesguen en sentido musical, para que vayan hacia otros nichos de público?
Ya hace que las canciones del verano son las canciones del año, pero ¿coinciden con el verano?
Las canciones del verano serán una playlist. Que convivirá con las aplicaciones para videollamadas, con el Tinder, el Bizum... Una mierda. Porque, se vivan con más o menos ironía, las canciones del verano, hacen verano. Y con más o menos puntillo, todas ellas pueden hacer de una noche mé, un bailoteo que acabe en una sonrisa.
¿Quién no firmaría un "Yo quiero bailar" (2001), una tontería de carpa en una piscina de un camping y unas birras de lata sin límite de hora y aforo? Para que eso pase, el verano tiene que ser alguna cosa más que calor. De momento, el ruido de ventiladores de los garitos no se fundirá con "Bailando con mi gente" (Lucía Fernanda, 2021). Sólo estará en los auriculares.