Nunca antes del 5 de septiembre de 1972 se había retransmitido un ataque terrorista en directo por televisión. El ataque de un grupo de guerrilleros palestinos en la villa olímpica mientras se celebraban los Juegos de Munich, con el secuestro y asesinato de once miembros de la delegación deportiva israelí, se convertiría en un punto de inflexión no sólo por un conflicto eterno que, mientras se escriben o se leen estas líneas, vive un sangriento capítulo genocida en Gaza. También marcó un antes y un después en un periodismo que, entonces, no podía ni imaginar la degradación a la que podría llegar el oficio.

Poner el foco en asuntos como el valor de la verdad, el alcance que puede tener una imagen violenta, o la confirmación de una noticia antes de hacerla pública, es parte importantísima de la potencia de una película como Septiembre 5

El poder del periodismo bien ejercido

Es probable que, en la inesperada cobertura periodística de aquellos hechos trágicos, nacieran algunas de las grandes cuestiones éticas y morales que los medios de comunicación han tenido que plantearse en los últimos 50 años. Dudas que hoy, salvo excepciones contadas, son casi una excentricidad. Poner el foco en asuntos como el valor de la verdad, el alcance que puede tener una imagen violenta, o la confirmación de una noticia antes de hacerla pública, es parte importantísima de la potencia de una película como Septiembre 5.

Septiembre 5, el valor de la verdad

Si la historia del atentado ya se había mostrado en films como 21 horas en Munich (1976), en los documentales Un dia de septiembre (1999) y Septiembre negro (2006), o en la extraordinaria Munich (2005) de Steven Spielberg, es singular la mirada que nos plantea el cineasta Tim Fehlbaum sobre estos hechos históricos en el film que nos ocupa. Porque aquí todo se ve desde los monitores del centro de control de realización de la cadena ABC Sports, encargada de transmitir los Juegos Olímpicos en todo el mundo.

La película forma parte de la familia de un cine que no se resiste a poner en valor el poder y la fascinación del periodismo bien ejercido

La película forma parte de la familia de un cine que no se resiste a poner en valor el poder y la fascinación del periodismo bien ejercido. Con la sombra siempre presente de la referencial Todos los hombres del presidente (1976), pero también de magníficos títulos como Spotlight (2015) o Los archivos del Pentágono (2017, de nuevo nuestro señor Spielberg), Septiembre 5 reivindica la mirada de una prensa que nunca pierde de vista el código deontológico y que se plantea las consecuencias de sus actos. La dimensión desconocida por los reporteros y técnicos televisivos que, sin imaginarlo, se encontraron con la noticia de sus vidas provoca momentos de caos en una toma de decisiones sin precedentes: ¿qué pasa si emitimos en directo el asesinato de alguno de los atletas y sus familiares lo ven por la tele? Nos dice una fuente que los rehenes han sido liberados, ¿damos la noticia para ser los primeros o esperamos la (hasta entonces obligada) triple confirmación?

Septiembre 5, el poder y la fascinación del periodismo bien ejercido

La dirección firme de Tim Fehlbaum y una claustrofóbica puesta en escena que le acerca al documental; el férreo guión de Moritz Binder, Alex David y el propio Fehlbaum, y, sobre todo, el enérgico montaje de Hansjörg Weißbrich, apuestan por convertir en material de thriller todas estas cuestiones éticas, tan relevantes en nuestra época de fake news y medios vendidos al poder. Porque, más allá de las reflexiones y del juego de espejos pasado-presente que pone sobre la mesa, Septiembre 5 es un trepidante film de suspense que convierte cada resolución del equipo de periodistas en material de thriller frenético.

Septiembre 5 es un trepidante film de suspense que convierte cada resolución del equipo de periodistas en material de thriller frenético

Prácticamente sin salir del centro de control de ABC Sports, con una trama que se desarrolla entre pasillos y despachos, y más allá del impacto de los hechos históricos, todo ello se apoya en diálogos agudos y en un puñado de excelentes intérpretes que trasladan al público las dudas existenciales y la adrenalina de sus personajes. John Magaro, Peter Saarsgard, Ben Chaplin y la alemana Leonie Benesch (la protagonista de Sala de profesores) realizan un trabajo magnífico. También el periodista Jim McKay, que dio la cara en aquella cobertura informativa y que aquí se convierte en un personaje clave sin necesidad de contratar a un actor que lo interprete, únicamente utilizando de forma sensacional las imágenes de archivo que se conservan de la época.

En el caso de la actriz, Benesch representa a aquella generación que rezaba por desprenderse de un pasado doloroso, traumático: Alemania sigue avergonzada y quiere hacerse perdonar y presentarse al mundo como una sociedad que ha rechazado su herencia nazi, no tan lejana en aquel tiempo. Y este es un elemento clave para entender la cuestionable gestión de los hechos de las autoridades germanas, que trataban de aparentar un control de la situación que nunca tuvieron, y la relativa facilidad que los atacantes encontraron para tirar adelante sus sanguinarios planes.

La cobertura periodística de los Juegos Olímpicos de Munich, los de las siete medallas de oro del nadador Mark Spitz y los primeros en adoptar una mascota, han pasado a la historia por los atentados pero también, como recuerda Septiembre 5, por el volantazo que el periodismo hizo sin ser consciente de ello. Un antes y un después que hoy se ha podrido sin capacidad de volver a la casilla de salida.