Sergi Pàmies se parece a mi tío. O mi tío se parece a Sergi Pàmies. El tío Joan es un hombre normal, de los que visten camisas una talla mayor y pantalones de pinzas de color gris o verde oliva. De los que llevan bigote desde antes de que fuera tendencia entre el público del Primavera Sound. De los que cada mañana van a comprar la prensa deportiva y por la noche solo miran TV3. Un hombre extraordinariamente ordinario (en el sentido de la normalidad, no de la vulgaridad) con el trabajo más aburrido del mundo: comercial de platos, tenedores, cuchillos y cucharas. Nada especial, nada que destacar. Hasta que nos reunimos en la mesa en las comidas familiares y, entre plato y plato, evidentemente, manjares servidos en alguna de las vajillas que representa, explica el origen de la porcelana o el acero de los productos que vende, narra la centenaria historia de las fábricas para las cuales trabajaba o nos detalla las intimidades de los singulares propietarios de las tiendas con que trata. Locales destartalados perdidos en las calles de Tàrrega, Ulldecona o Piera. Entonces su normalidad se eleva a realismo mágico y lo intranscendente pasa a ser fascinante. Así es también la literatura de Sergi Pàmies, y quizás él mismo: un tipo normal que escribe libros geniales. Un escritor con vocación de oficinista que hace de las situaciones más banales relatos con que la experiencia lectora bordea el orgasmo intelectual. Como los diez cuentos que esconde su nuevo libro, A les dues seran les tres, sublime ejercicio de autoficción con el paso del tiempo y sus derivadas como hilo conductor. "El libro trata de dos cosas básicas: el paso del tiempo en todas sus modalidades y el oficio de escribir", me descubre sentado en la cafetería del Hotel Alma, donde estos días ha establecido su campamento base para atender a la prensa. "El placer de la narrativa por la narrativa, sin ningún tipo de justificación. Solo por el hecho de escribir y de leer, ya nos lo tenemos que pasar bien. Ya no tiene que haber una razón superior o moral o política o ideológica o incluso emocional. No hay una carga emocional, como en otros libros. Este es más de celebración".
¿Disfrutas escribiendo?
Hombre, y tanto, sí, sí. Si no disfrutara escribiendo, tendría que hacer otra cosa.
Hay un momento en el libro en el que explicas que has pasado por un período de sequía creativa, pero como en tus cuentos nunca sabes qué es ficción y qué realidad...
Yo disfruto siempre escribiendo, pero eso no quiere decir que no sea difícil. A veces se confunde el sufrimiento con la dificultad. No sé por qué, estamos acostumbrados a que las cosas no tienen dificultad, es un error. Pero la dificultad es un placer, muchas veces. El esfuerzo que tienes que hacer para conseguir algo es superior. Y también se nota en el resultado. Los periodos malos, negativos o conflictivos que he pasado como escritor, han tenido que ver más con dificultades que con sufrimientos. En estos momentos me bloqueo, pero no sufro, porque no tengo material sobre el cual sufrir. Por suerte, eso ha sido muy fugaz, pero disfruto siempre. Es más, desconfío cuando no hay dificultad. Si una cosa sale a chorro, de manera muy fácil, me entran ganas de darla por cerrada, no me fío.
Nada puede ser tan fácil.
Es como una especie de control de calidad sospechoso. Incluso, a veces, eso lo ves con otras personas. Por ejemplo, cuando tienes hijos y acaban los deberes enseguida. Te preguntas: ¿"Seguro?". había un anuncio, hace unos años, del RAC que lo hacía Carlos Sáinz, que tenía fama de ser un tio muy perfeccionista. En este anuncio, Sáinz decía algo como "se puede mejorar". Y este es un sistema infalible: has escrito un párrafo, una página, tres páginas. Has tenido un día estupendo. Estás supersatisfecho, sin embargo... ¿se puede mejorar? Disfruta del momento, pero deja que descanse lo que has escrito y después revisalo. Mejorar lo que has hecho o intervenir para mejorarlo, es fantástico. Para mí, esta parte de revisión, es una de las fases más estimulantes del proceso de escritura.
¿Es por este perfeccionismo, por no estar nunca del todo satisfecho, que escribes cuentos? Revisarlo todo constantemente escribiendo una novela debe ser agotador.
Antes de publicar mi anterior libro, L'art de portar gavardina, escribí una novela. Pero no me gustó. Chuté a puerta, pero no entró. Pero el hecho de haber intentado escribir aquella novela me dio mucha energía y muchos elementos para hacer un libro de cuentos.
¿Qué pasó con la novela?
Sigo pensando en ella de vez en cuando, pero quizás la busqué demasiado. Está muerta. Está destruida.
¿La enviaste a la papelera de reciclaje?
Eso mismo, no existe. Pero es lo que también hago con todos los cuentos que escribo que no me gustan. Es mi sistema de trabajo. A veces sí que hay alguna idea, algún cuento, porque con novelas no me ha pasado nunca, que dejo descansar porque creo que el tiempo lo ayudará. Pero eso pasa muy excepcionalmente. Hay cuentos como los vinos o los whiskeys: necesitan más años para tener el buqué que tiene que tener.
Escribiste una novela, pero ya no existe. ¿Si este libro no se hubiera publicado, existiría?
Gracias a la novela mala nació el libro anterior de cuentos, que me satisfizo mucho y además fue muy bien. Y sin el libro de cuentos anterior, no se habría publicado este nuevo. Los libros existen en la medida en que dejan de ser íntimos. Yo los escribo en la intimidad. Pero acabo el libro y tengo que salir del huevo. Entonces entro en una segunda fase que es fascinante, que es cuando no eres tú solo. Hay un editor, un distribuidor, hay unos libreros, unos lectores, un tratamiento gráfico... Ya no estás solo, hay más gente. Es como una fiesta, como una cena en casa en la que invitas a más gente. Todas las fases son fascinantes, pero a mí la que más me gusta es la primera, porque es la más íntima y puedes controlarlo todo. Pero hay un momento en que si quieres que el libro exista, tienes que pasar a la siguiente fase.
Los libros existen en la medida en que dejan de ser íntimos
¿Quién es la primera persona a quien enseñas los cuentos?
Eso ha cambiado con los años. Yo tenía siempre dos o tres personas que no me habían fallado nunca con respecto a diagnóstico, ayuda, comentarios. Y en este libro, no sé por qué razón, he prescindido de todo el mundo.
¿Por qué?
Es uno de los libros con los que me he sentido más inseguro. No sabía si me había vuelto loco, si tenía algún interés lo que había escrito o si era muy bueno. Era muy ciclotímico. Así que pensé que mejor no fastidiar a los pobres tios a los que he fastidiado toda la vida. Sí que, por primera vez, cuando acabé, pasé el libro a mis hijos. Fue como facilitarles el número de teléfono de los aludidos. A ellos y a mi exmujer, que es editora de profesión y tiene mucho criterio. A veces, sus comentarios me sirven para llevarle la contraria, otros me dice cosas muy técnicas, muy interesantes. Pero excepto a ellos, se lo pasé directamente a la editora, a Sandra Ollo. La sensación que tenía al acabarlo era de incertidumbre. No me preguntes por qué.
A les dues seran les tres, es uno de los libros con los que me he sentido más inseguro. No sabía si me había vuelto loco, si tenía algún interés lo que había escrito o si era muy bueno
Es curioso porque, así como en tus dos libros anteriores percibies que había una herida, ahora la sensación es la de un autor a gusto consigo mismo.
Los otros eran más emocionales. Eran libros que estaban marcados por una necesidad emocional, expresiva. Y el tema, aunque hubiera variaciones, era emocional: la pérdida de los padres, la pérdida del amor, la constatación de que los hijos ya han crecido y van por su cuenta. Este era el tema. Aquí no. Esta carga emocional no está en este libro. Han sido unos años normales. De sopetón, me he fijado en hechos más relacionados con el oficio. Cosas que no había probado nunca, como coger elementos que aparentemente no tendrían que ir juntos y que no son estrictamente literarios y mezclarlos. Hay un punto de juego, en este libro. Y eso es novedoso, no me lo esperaba. Por eso seguramente estaba tan incierto. Un día me planteaba si aquello que estaba escribiendo tenía algún interés y al día siguiente pensaba que era la hostia.
Hechos que no son extraordinarios, pero que te atrapan porque te pueden pasar a ti.
Como la historia del tipo encerrado en su habitación que se piensa que han entrado a robar en su casa. Es una situación que te la podría explicar tu cuñado en una cena. Pero la coges y la conviertes en una cosa sólida literariamente, narrando las inquietudes, los miedos, las angustias...
Recursos que van enriqueciendo el cuento.
Eso pasa muy a menudo en los cuentos que hago. Yo no tengo una vida fascinante, interesante. A mí lo que me pasa es que voy a comprarme unos pantalones y cuando voy al probador no me entran. Yo no viajo a los Andes y nuestro avión se estrella y nos acabamos comiendo los unos a los otros. Eso es una historia. En mi caso, el contraste entre la banalidad de la historia y la ambición, incluso literaria, es lo que le da gracia. Es un poco como los grandes cocineros, que dicen que tienes que ser capaz de llegar a las 5 de la madrugada a tu casa, abrir la nevera y con los restos que encuentes, hacer algo bueno.
En mi caso, el contraste entre la banalidad de la historia y la ambición, incluso literaria, es lo que le da gracia
¿Cuándo detectas que la anécdota es material literario?
Cuando dura. Este también es un proceso de control de la calidad. Cuando veo que durante dos o tres semanas pienso mucho en una cosa, aunque sea muy tonta, lo apunto: "Cosa tonta número 1". Y ya está. Si se convierte en una obsesión, aunque sea una anécdota, trabajo al respecto para darle vida. Por suerte, eso pasa una de cada diez. Hay nueve que mueren por el camino. Y eso me va muy bien, porque no tengo que trabajar tanto.
¿Tienes muchas libretas con ideas?
No. Tengo libreta, pero no es una cosa compulsiva. La primera vez que tengo una idea, no la apunto. Y cuando la apunto, ya quiere decir que ha pasado el casting de Operación Triumfo. Funciono mucho por obsesiones e intuiciones.
¿En la literatura o en la vida en general?
Mira, en la vida también. Pero como no tengo una formación muy sólida académica, pienso que si llevas mucho tiempo obsesionado con una cosa, dale sentido. Es un sistema como cualquier otro.
La memoria es un gran proveedor de ficción
¿Cuándo se convierten las vivencias en memorias construidas y cuándo las memorias construidas dejan de ser ficciones y se vuelven realidad?
La memoria es un gran proveedor de ficción. Tú y yo ahora estamos aquí haciendo esta entrevista y si nos volvemos a encontrar de aquí a diez años y explicamos cómo fue el encuentro y qué recuerda cada uno, muy probablemente las diferencias serán superiores a los puntos en común. Las dos serán nuestra verdad, y los hechos serán irrelevantes. Es muy difícil confiar en un artefacto que tú ya sabes que deformará la realidad. Eso, que es un problema en un tribunal, para un escritor, a la hora de explicar la historia con grandeza, es ideal, porque es el mecanismo que hace que las cosas se transformen y que cada uno las vea como quiera. A mí me gusta que la historia se relativice, porque permite una margen de ficción, de creatividad muy grande. De la memoria no me fío como notario, pero me fío muchísimo como inspiración. Quiere decir que solo recordaremos lo que queremos, lo que nos conviene, incluso. Yo juego mucho con la memoria, sabiendo que es un casino con un señor que hace trampas. Eso es muy estimulante. Además, aquí juego deliberadamente. Voy a buscar momentos de nuestra historia, de mi generación, compartidos: los Juegos Olímpicos de Barcelona, los atentados de las Ramblas del 2017... Son cosas que mucha gente ha vivido, pero todos las recordamos de forma diferente. El escritor mexicano Juan Villoro dice que en una familia cada hermano tiene su memoria. Me parece maravilloso.
Con una vida tan singular como la tuya, a través de la literatura has construido tu identidad.
Yo siempre he tenido el referente de mis padres. Mis padres son Indiana Jones. Tuvieron una vida brutal. Yo soy todo lo contrario. Yo no solo he tenido una vida plácida normal y gris, sino que lo he cultivado. No solo era circunstancial, sino vocacional. Yo quería tener una vida así, supongo que por contraste.
Tu rebeldía contra los padres era tener una vida normal.
No tenía grandes ideas, no tenía grandes compromisos. Era el oficinista, el tipo gris... Esta ha sido mi vocación. Pero al final te atrapa la identidad, la memoria, el legado que te dejan tus padres. Y tienes que saber qué hacer, con este legado. Lo que me ha dado, es que es una vida gratis infinita. Gracias a la literatura he podido ser Indiana Jones. Con la suerte de que eso es inofensivo, porque no tendrá ninguna consecuencia y puedo seguir teniendo esta vida plácida absoluta. Sí, sí, es una doble vida. Los temas que hablo cuando escribo son... Imagínate que hiciera un cuento sobre un rey. Eso ya no tiene nada que ver conmigo. Hablo de las cosas que hago yo.
¿La ficción no te interesa?
Es una ficción creïble, en un contexto: pongo periodistas, un hospital que ya sé cuál es, un autobús... Lo acerco al máximo a lo que yo puedo dominar. Siempre busco elementos con que rápidamente me pueda identificar. Aunque sea una ida de olla, que no tenga nada que ver conmigo, pero en cambio, los llevo a lugares con los que yo sí que estoy familiarizado. Me imagino a una persona determinada. Incluso a veces, no siempre, pero alguna vez cuelgo en la pared una foto de alguien que conozco o de un lugar que me es familar.
Como en las películas, con los hilos enlanzando personajes
Sin hilos, porque con hilos ya sería una novela. A veces puedes ir a ver alguna calle, algún ambiente, reproducir una sensación. Por ejemplo, con el tema del tio que está en la cama y va pensando que han entrado a robar en su casa, recuerdo que durante tres semanas mareé a todos mis amigos y la gente que conozco. Les pedía que me explicaran si les habían robado alguna vez. Estaba construyendo una sensación de paranoia, que tú la puedes haber vivido tranquilamente, pero no era suficiente. Tenía que enriquecerla con algún detallito. De aquí surgió la táctica de la avestruz de la que hablo en el cuento.
Para el lector es un juego muy divertido: intentar discernir cuándo es el Sergi Pàmies real el protagonista del cuento y cuándo es un elemento ficcionado.
Eso es muy viejo. Es inherente a la literatura de los últimos 200 años. Hay muchísimos casos. En mi caso, quizás es más doméstico y es más fácil. La gente me ve, me lee o me escucha por la radio. No soy de la familia, pero tampoco un desconocido. Eso le pasaba bastante a mi madre: cuando escribía novela, constantemente le preguntaban si la protagonista era ella. Y a veces era ella, pero a veces no era ella. En mi caso es bastante evidente. Yo soy yo.
Pero no solo eres tú, a veces hablas de tus hijos, de tu exmujer...
Cuando afecta a otras personas, sobre todo a la familia, se lo dejo ver. Hace tiempo decidí establecer este tipo de reglas del juego, porque imagínate que haya un problema con eso. Además, tengo la experiencia de mi madre, que alguna vez había tenido algún malentendido con sus hermanos. Eso es fácil de evitar, si mi ex o los niños me pusieran algún pero, no publicaría aquel cuento. Este filtro es sagrado. Y no pasa nada. Imagino que si las relaciones fueran conflictivas, llegaría un momento que ni siquiera les pediría permiso. Al contrario, que se lo encuentren. Supongo que la gente que tiene este tipo de relaciones, el hecho de escribir es una forma de liberación, de venganza, de poner las cosas en su lugar, de reordenarse.
En este libro hay un cuento maravilloso en que el protagonista es Manolo Vázquez Montalbán.
En este caso sí que le pasé el cuento a su hijo, Daniel. No quería cagarla y me pareció que era lo más honesto. Le dije: "He hecho esto, te lo envío, si tú ves cualquier cosa, no lo publico".
¿Qué te respondió?
Que le había gustado mucho. Estaba exultante, teniendo el OK de Daniel, que además es escritor. Fue un gran día. Además, era un cuento que lo había tenido allí, en la barrica, durante años. Porque al principio era el cuento de un fan, pero con los años no era solo el cuento de un fan, sino de alguien que reconoce la influencia del maestro.
¿Eres fan de mucha gente?
No, no de mucha gente. De Manolo Vázquez Montalbán y de Johan Cruyff. Y de Paco de Lucia. Me gustan las guitarristas.
La admiración es una escuela, sobre todo cuando escribes. Quieres imitar a alguien, y yo he querido ser Cortázar, John Irving. Después ya no necesitas ser como ellos. Tienes que encontrar tu voz
También lo explicas en uno de los cuentos.
En este cuento me suelto un poco más. También diré que yo soy un fan bastante contenido. Pero sí, sobre todo joven, he sentido admiración, no diría que hasta llegar a la mitomanía, por algunas personas. Pero la admiración ha sido una forma de conocimiento. Con los años me he dado cuenta que admirar mucho a un cineasta, un escritor, quiere decir que tienes ganas de verlo todo, leerlo todo, de saberlo todo. La admiración es una escuela, sobre todo cuando escribes. Quieres imitar a alguien, y yo he querido ser Cortázar, John Irving. Después ya no necesitas ser como ellos. Tienes que encontrar tu voz. Pero este proceso es fascinante, cuando vas modulando la admiración y la vas convirtiendo en un poso que acabas teniendo en tu oficio. Y en este cuento del Manolo está esta evolución.
¿Te preguntas alguna vez qué diría Manolo de tus libros?
No, no me lo pregunto. Me lo preguntan a veces. Eso también me pasa mucho con mis padres.
¿Qué pensarían tus padres?
No lo sé. Lo ignoro profundamente. Normalmente me sorprendía. Era gente que te sorprendía con su brillantez, su lucidez. Por lo tanto, atribuirte ahora la posibilidad de adivinar qué pensaría alguien que te acostumbraba a sorprender no tiene sentido. Pero seguro que me sorprendería. No lo sé,
Gracias a uno de los cuentos sí qué sabemos qué pensaba Miquel Martí i Pol (o quien yo he intuido que era Miquel Martí i Pol) de tus tempranos intentos de escribir poesía.
Gracias a las cartas del 'poeta nacional' me di cuenta de que escribir poesía quizás no era mi camino.
A les dues seran les tres... ¿Te has sentido alguna vez perdido en el tiempo, fuera de lugar?
Te diré que en eso el periodismo me ha ido muy bien. Porque el periodismo me ha obligado a estar al día, a estar conectado con la información, con lo que pasa, con las tendencias. No he tenido nunca la sensación de estar fuera de tiempo. Hay una película inglesa maravillosa que se llama Una cuestión de tiempo, y de la que hablo en un cuento de L'art de portar gavardina, que expresa una idea genial: poder volver a vivir el mismo día mejorando las experiencias. Justamente eso es lo que hacemos cuando escribimos: puedo cambiarlo todo. En el caso del viaje del cuento con el Manolo, es casi fiel, es un documental más que una ficción. Pero a veces puedes ficcionar, puedes mejorarlo, puedes ser más cabron, puedes añadir detalles cómicos, hilarantes. O al revés, poner una emoción melancólica. Puedes hacerlo todo.
Ya que hablas del oficio, A les dues seran les tres es tu libro más periodístico.
No solo por el estilo, que también, sino por los personajes. Algunos personajes no hace falta que sean periodistas, pero yo he querido que sean periodistas. También es una manera de dar las gracias. Porque escritores y periodistas somos hermanos. Incluso hay un cuento dedicado a Ramon Besa. Son maestros que los has tenido siempre allí, pero como somos como somos, no nos decimos nunca las cosas. De manera indirecta, este libro también es una manera de darles las gracias a todos ellos.