La serie Shtisel de Netflix estrena este jueves la tercera temporada, y se ha consolidado la expectativa que había creado entre sus numerosos seguidores, hasta el punto de que ya se ha convertido en una pieza de culto.

¿Pero qué tiene de interesante Shtisel? De entrada es una serie que no tiene nada que ver con Unorthodox, aunque también aparece en un papel destacado la actriz Shira Haas. Esta serie americana retrataba a los ortodoxos neoyorquinos de Satmar, antisionistas radicales, con posiciones rigurosas extremas. En Shtisel, de la pujante factoría israelí de series, aparecen ortodoxos que viven en Jerusalén y que muestran un rico abanico de matices. Y en ella los haredim o (más concreto) los hassidim, tal como se les llama en hebreo, no son observados como en un documental sino que aparecen como el telón de fondo de una sarta de historias de gran humanidad y un punto de humor, que atrapan a todo tipo de espectador.

Pero la clave de la serie es precisamente este telón de fondo, la fascinante cosmogonía judía que provoca una reacción de perspectiva con nuestra realidad prima hermana, como una obra de teatro de Bertolt Brecht. Pero sin ninguna pretensión. Y lo hace con frescura.

Para disfrutar mejor de Shtisel, y que no se pierdan referencias culturales, estiramos hilos:

¿De dónde salen los ortodoxos?

El hasidismo es un movimiento reciente en la historia del judaísmo, concretamente del siglo XVIII. El fundador del movimiento jasídico fue el rabe y cabalista Israel bien Eliézer, nacido en Tluste en 1734, que entonces era Polonia y ahora es Ucrania. Es por lo tanto un movimiento asquenazí, de judíos del centro y Este de Europa.

¿Qué hace que este movimiento arraigue? Una convulsión cultural. El siglo XVIII es el de la entrada de Europa en la modernidad, con crisis de las antiguas visiones. La élite intelectual judía se integró en el nuevo mundo e incluso lo lideraría con grandes personajes, desde Freud a Einstein pasando por Marx, y el hasidismo, de raíz popular y humilde, se descolgó de ello. Podéis saborear la literatura jasídica en catalán con los Contes cabalístics de Nahman de Bratslav (Fragmenta Editorial).

El conflicto entre el yiddish y el hebreo

La serie muestra el retroceso del yiddish (el judeoalemán) que hablaban estas comunidades del centro y este de Europa, en favor del hebreo, sobre todo en Israel, y revela detalles muy interesantes desde la óptica catalana. El bilingüismo no existe de forma estable, y siempre es transitorio, y en Israel -que formalmente tiene como idiomas oficiales el hebreo y el árabe- se ha optado porque el idioma del rey David sea la lengua común. Eso ha ido naturalmente en detrimento de las lenguas de la diáspora, el yiddish y el ladino, que ya no tienen fuerza ante el hebreo recuperado. Los idiomas decaen si no tienen un sentido claro.

En la serie, los personajes de la residencia de ancianos hablan en yiddish, los hijos de primera generación hablan con sus padres también en este idioma, pero los nietos inmersos en el hebreo ya lo desconocen totalmente. El yiddish, del que existen textos desde el siglo XIV, es un idioma germánico de la diáspora judía y en Israel está perdiendo poco a poco su sentido. Con el ladino (judeoespañol) todavía es peor. Siempre quedarán sin embargo las canciones de la música Klezmer o las sefardíes.

No se tiene que confundir el ladino con la lengua que utilizaban los judíos catalanes medievales, que hablaban catalán. Muestra de ello es la calle de la Vía Catalana de Roma, junto al gueto de la capital eterna, que se llamó así por el idioma que hablaban los judíos catalanes que se exiliaron allí en 1492. En hebreo moderno, a España se la llama Sefarat y a la lengua castellana, sefaradit, mientras que a Catalunya se la llama Katalunia y al catalán, katalanit.

Hablemos de cábala

La serie hace referencias a la cábala, popular entre los ortodoxos, con las visiones esotéricas que tiene el personaje principal de la serie. Y no es porque sí, porque la cábala, de orígenes remotos y muy discutidos, empezó a introducirse en Polonia en el siglo XVI, primero con el cabalista Moisés Qordovero y después con Isaac Luria. Dos de los grandes de la cábala de los siglos XVI-XVII.

Sin embargo, hablando de cábala, la laberíntica mística judía, hace falta hacer especial mención al precedente que representó Girona en el siglo XIII, con figuras como Isaac el Cec, que introdujo el concepto de Ein Sof (el infinito divino más allá del universo cósmico), y Nahmànides, Bonastruc ça Porta, que tiene una calle en Jerusalén. Entre Girona y la Provenza se canonizó el modelo cabalístico del árbol de la vida, que para algunos predijo el big bang, con la idea del tzim-tzum. Aquí podéis ver el árbol de la vida en la cabecera de una cama, en un episodio de la serie israelí Fauda.

El árbol de la vida cabalístico, en la pared del fondo, en una escena de la serie Fauda

Si os interesa el tema, aquí podéis ver una explicación rápida de qué es el árbol de la vida, por parte del catedrático Mario Sabán, desde una perspectiva psicológica. Sabán publicó su tesis doctoral de Psicología sobre esta cuestión en la Universitat Ramon Llull en el 2015.

La cábala tiene tres libros fundamentales, de dificilísima comprensión, y eso los hace herméticos: el Sefer Yetsirá, el Sefer Bahir y el Zohar. El primero, el Sefer Yetsirà (Libro de la Creación), un tratado cosmológico de entre el siglo II y VI que podéis leer en una magnífica traducción al catalán de Manuel Forcano (Fragmenta Editorial), con notas a pie de página clarificadoras. Es un canto a las 22 letras del hebreo, y a las 10 esferas del árbol de la vida (sefirot), con una enigmática fuerza poética, y con un aparente código interno.

Aquí podéis escuchar un fragmento del Sefer Yetsirà en catalán con una declamación muy esmerada de la cantante Lídia Pujol.

Si queréis profundizar más en la cábala, más allà de la versión de autoayuda que practica Madonna, podéis seguir la sección que dedica a ello uno de los principales diarios israelíes, el Jerusalem Post. Observaréis que el nivel filosófico es elevado, y siempre con voluntad globalizadora (ejad dirían en hebreo).

¿Qué pasa con la pintura?

El judaísmo en general es iconoclasta, y observa con prevención cualquier imagen que pueda conducir a la idolatría. Entre los ortodoxos la pintura es vista como una práctica frívola y hasta cierto punto peligrosa, como se describe en la serie. Habréis observado que existen muchísimos escritores judíos, también músicos, pero muy pocos pintores. La afición del protagonista de la serie Shtisel por la pintura es el punto disonante y el nudo de la historia, y representa el reto de la singularidad en toda sociedad.

Shtisel muestra a partir de la cosmogonía judía la idea global de la lucha vital por la libertad y la relación del individuo con la sociedad. Y no le falta ironía.