Sobra decir que la crisis sanitaria del coronavirus ha arrasado con todo. Pero la industria del sexo es una de esas pocas afortunadas que no solo ha sobrevivido a la pandemia, sino que ha crecido hasta llegar a multiplicarse por 25. Es el caso de la plataforma OnlyFans, que antes del confinamiento de marzo de 2020 registraba unos 60.000 creadores online y ahora supera el millón y medio de personas generadoras de contenido. Ha pasado lo mismo con su comunidad de seguidores, que se ha disparado hasta traspasar la barrera de los 100 millones de personas. Para ilustrar esta tendencia de consumo con más de un ejemplo, el gigante pornográfico digital Pornhub, ahora caído en desgracia, también mantuvo la inclinación al alza durante el mismo periodo, con picos diarios de hasta el 17%.
¿Pero qué es exactamente OnlyFans? En la teoría, se trata de una plataforma donde cualquier persona puede crearse una cuenta y convertirse automáticamente en fabricante de contenido. A priori sería como cualquier otra red social, aunque con una gran diferencia en su modalidad de registro: cada creador pone un precio a lo que hace y el usuario solo puede consumirlo pagando esa suscripción y, además, es imprescindible que los consumidores asocien una tarjeta de crédito a su cuenta, incluso si solo se suscriben a canales gratuitos. En la práctica y en un momento en el que vivimos sumergidos en lo digital, es el portal que ha cambiado los paradigmas de la producción pornográfica y sexual, cuestionando la ley básica de la oferta y la demanda, explotando monetariamente la cultura de la intimidad y abriendo un nuevo debate sobre la cosificación del cuerpo, sobretodo el femenino.
¿La nueva pornografía? ¿Otro modo de prostitución?
OnlyFans repartió entre agosto y noviembre del 2020 la friolera de 1.000 millones de dólares a sus influencers. La plataforma no hace mal negocio para satisfacer sus intereses: se lleva un 20% de cada transacción y la popularidad de haberse convertido en una red social que, además, no presenta ningún tipo de censura. Está a las antípodas de las políticas restrictivas del imperio de Mark Zuckerberg (Facebook, Instagram), donde un pezón femenino es motivo para eliminar una publicación y no se concibe ningún desnudo íntegro. OF revierte todas estas normas para llenar un nicho, hasta el momento inexistente, donde pueda converger cualquier tipo de contenido para adultos, incluido, evidentemente, el sexo explícito, aunque la plataforma quiso prohibírlo el pasado otoño sin éxito. Y sobra decir que las principales fuentes de deseo y de consumo siguen siendo las mujeres.
¿Se trata del empoderamiento definitivo de la mujer o solo es otro modelo más de explotación sexual bajo la farsa de la libre elección femenina?
Sí que hay perfiles en la plataforma británica que se alejan del contenido sexualizado, aunque son minoría: los cuerpos venden mucho y venden bien. El porqué de este auge lo encontramos en la falta de intermediarios y el empoderamiento total de lo que quiere quien genera, una diferencia crucial con la industria del porno en la que productores o directores condicionan el producto final; aquí son ellos, los creadores, quien piensan, hacen y deciden qué quieren mostrar y hasta dónde quieren llevar sus canales.
Pero es precisamente esta libertad de movimientos la que ha generado un profundo debate en la sociedad sobre las consecuencias de su actividad. ¿Se trata del empoderamiento definitivo de la mujer, que por fin tiene las riendas de su cuerpo y puede decidir sobre él, o solo es otro modelo más de explotación sexual bajo la farsa de la libre elección femenina? Y por otro lado: ¿se está desarrollando un brazo de la industria del porno o directamente hablamos de una forma moderna de prostitución?
La monetización de la desnudez y el morbo
La actriz Bella Thorne consiguió recaudar un millón de euros en sus primeras 24 horas en OnlyFans. Los famosos han encontrado otra vía de ingresos en esta plataforma, donde postean fotos o vídeos que son impensables en otras redes, explotando su intimidad a sabiendas que son muchas las personas que pagarían por sus desnudos. Así, personajes como Cardi B, Tyga o Mia Khalifa se sacan un sobresueldo y hacen realidad los fetiches de algunos fans naturalizando sus cuerpos. Pero también están aquellas personas que opinan que es una plataforma revolucionaria porque permite que la mujer individual se emancipe de la opresión apropiándose de su sexualidad. Pero sobretodo, el portal se ha convertido en la oportunidad de la gente de la calle, en una fuente de ingresos que democratiza el dinero fácil: cualquier persona puede vender su cuerpo para intentar hinchar su cuenta corriente. Pero es evidente que el tablero del juego no es igual para todos.
Con un paro del 40%, son muchas las personas jóvenes que se plantean hacer sus pinitos en esta red para ganar dinero rápido y fácil
Otra de las características de OnlyFans es que el consumidor puede hacer demandas concretas a los generadores de contenido. Debe ser complicado, en situaciones de vulnerabilidad, plantearse el rechazo. Y en el caso de una mujer, aunque pueda decidir hacerlo o no, supongamos que acepta: no se trataría de una liberación absoluta, ya que hacer algo porque alguien te lo pide es actuar bajo el yugo de un condicionamiento. E independientemente que una acepte las reglas por voluntad propia pesarían más aquí las leyes del patriarcado, en las que la mujer está sujeta constantemente a lo que los demás quieren de ella.
En esa dirección, los detractores del portal defienden que no deja de ser otra visión hipersexualizadora de la mujer disimulada bajo un marketing de empoderamiento digital. Lo avalarían las condiciones de precarización que viven las mujeres por el hecho de serlo, afectadas por las brechas social, laboral, salarial, y etcétera, y que las obligaría a buscar alternativas para ganarse la vida. Aunque no es únicamente cuestión de género: también son muchas las personas jóvenes que se plantean hacer sus pinitos en esta red, incentivadas por el dinero inmediato que se puede conseguir sin salir de casa. De hecho, en mayo del 2021 la BBC denunció mediante una investigación que el sitio web carecía de controles efectivos para evitar que menores de edad aparecieran en vídeos explícitos y que se habían identificado varios casos prueba de ello.
Como sucede con la mayoría de fenómenos que sacuden nuestro contexto, la lectura sobre esta "nueva indústria del sexo" siempre debería ser más grupal que individual. Porque no se trata de juzgar la voluntad o los motivos que llevan a una persona a mercantilizar y vender su cuerpo, sino qué impacto o influencia generan estos comportamientos a nivel social. Esto significa ir más allá del empoderamiento personal o la libre elección para identificar las raíces comunes que nos impulsan a actuar de un modo u otro. Y por eso el consentimiento individual nunca será una vara de medir suficiente para la realidad de OnlyFans.